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Hola, mi nombre es Logan.
Por años me he preguntado si en verdad pertenezco a este mundo, si mi llegada valió la pena, o si aterricé en el lugar equivocado; e incluso si me equivoqué de sueño y me perdí en busca de otro que no debía buscar.
Mi cabeza es una inmensa luna de preguntas infinitas que, pensándolo bien, si estuvieran en un vaso con agua, la última de estas se escaparía al suelo con la gota que lo haya llenado, y obviamente no tendría dónde buscarla, ni tampoco cómo responderla, porque ahora ya se habría convertido en miles de gotas mas.
Por las noches me atrevo a pensar que están en deuda con una respuesta valiente, o quizás ya tenga la respuesta y no logro verla, no lo sé, pero si hay algo de lo que estoy seguro, es de mi inseguridad. Demasiadas veces fueron en las que de repente sentía cosas que no encajaban con la realidad, o que directamente me hacían diferente al resto de los chicos. Tampoco le doy mucha importancia, ni me baso en los consejos de las personas que no tienen que andar lidiando con los resultados de mi perspectiva hacia la vida. Quizás todavía nadie se ha fijado en mi como para haberlo notado, y seguramente paso desapercibido entre todos los caminos que me quedan por recorrer.

Mi madre me esperaba con el desayuno a las seis y treinta, como todos los días. ¿Qué más calido y confortante por la mañana, que un café con medialunas antes de ir al colegio? Y no es por halagarla mucho, pero si es de arrogante decir que es la mejor de todas, entonces tendría el premio Nobel por elogiarla tanto.

El tren salía a las ocho, y aunque ya era marzo, el viento continuaba siendo frío, así que tomé un abrigo antes de salir de casa. De todos modos, el viento soplaba en dirección contraria y me pegaba en la cara.
Tenía que apresurarme para llegar a la estación de Downtown Crossing, que quedaba al otro lado de Boston, pero me era imposible adelantarme sin primero mirar hacia toda dirección para buscar al anciano que siempre estaba sentado tocando su guitarra. Ya lo había visto en otras ocasiones, debía de superar los setenta años de edad, y llevaba su pelo largo y canoso recogido hacia atras. Su sonrisa se dejaba notar cuando tocaba una de sus canciones, supuse que era una de sus favoritas; la tocaba con pasión y le estallaban los ojos de brillo cuando de ella se trataba. Me pregunté si tenía familia, porque si la tuviera, no andaría por ahí merodeando a esas horas de la mañana, pudiendo estar en su casa leyendo las noticias del periódico, desayunando con su familia, o incluso estar a la luz de la chimenea con una taza de café. Ese día no había rastros de el, pensé que podía haber encontrado algún empleo, y aunque las posibilidades de que a uno le den trabajo a los setenta años de edad no eran muchas, preferí pensar que estaba en un mejor lugar y no pasando frío a esas horas.
Metros después, llegue a la estación. El tren por poco se me iba, así que subí con prisa, me senté en el mismo sitio de siempre, y apoyé mi mochila en el asiento de al lado. El vagón se encontraba vacío, no había nadie con quien poder charlar o platicar de algo razonable en ese momento. Parecía como si todos se hubieran puesto de acuerdo, y hubiesen decidido no viajar a alguna parte de la ciudad. Seguramente fue solo una casualidad y todos tenían el día libre, o quizás nadie se sentía bien como para ir al colegio, y tal vez nadie tenía que ir a visitar a su padre o madre a la asilo de ancianos, ni tampoco al hospital si tuviesen a alguien enfermo, y seguro nadie necesitaba un poco de afecto aquel día.

Por la ventanilla vi el reflejo de un chico que entraba por la puerta del tren. Era alto, guapo y traía una chaqueta que me fascinaba. No podía ver detalladamente el color de sus ojos, ni los rasgos de su cara. Me era imposible con la ventanilla nublada de frio y aún más si se trataba de que sus gotas caían por el borde de la ventana. En su hombro traía una mochila roja y seguramente iba camino al colegio, como yo.

-Hola-dije con un poco de vergüenza, me di vuelta y controle mis ojos para no exponérme.

El muchacho guardó silencio, no emitió sonido alguno y se sentó. Me sentí ignorado en ese momento, pero supuse que había tenido un mal día como para saludar a un desconocido.
Yo también hubiese deseado nacer con dos pies derechos y no poder levantarme ninguna mañana con el izquierdo. Pero hay tantas cosas que nos vuelan la cabeza de preocupaciones, que me gustaría botarlas a la basura como quien encesta la lista de las compras. Pero sé que eso no es posible, porque si hay algo que conozco de mí, es mi inutilidad para enfrentar las cosas.

Las puertas del tren se abrieron llegando a mi parada, así que tome mi mochila, me paré y baje. Lo que fuera que le estuviese ocurriendo a aquel chico, quería saberlo.
Hacía mucho frío, no podía soportarlo, así que me apresuré y entré a la clase. Como de costumbre, nadie prestaba atención a lo que el profesor decía, y la clase se tornaba densa y pesada como para mi paciencia en ese momento. Así que esperé a que la clase terminara y me fui.
En los pasillos del colegio, estaban Daniel y Ethan, los bravucones de la escuela. Como de costumbre, estaban golpeando a uno de los de primer año, y obviamente no iban a soltarlo hasta que largue algo de dinero para ir al bar a la salida de la escuela. Nadie andaba caminando en ese momento por el pasillo, pero esta vez, se encontraba alguien más con ellos dos, y aunque éste solo miraba, no podía entender por qué no hacía nada para impedir que le pegaran. En un preciso momento pude verle la cara, y sí... el chico del tren estaba con ellos. Por lo que se podía ver, el sólo estaba haciendo campana por si alguien venía, así que opté por irme antes de que me vieran. Salí por el patio trasero para hacer mi camino más corto, pero uno de ellos estaba siguiéndome. Caminé hacia la calle sin rumbo alguno. No pasaban autos ni personas y había comenzado a llover. Mi ropa se hacía pesada mientras que el camino se hacía eterno. Él me seguía muy de cerca, lo notaba por el ruido de sus pasos y hasta podía verlo de reojo. No tenía escapatoria, estaba prófugo de la escuela y atrapado en la ciudad. Cuando ya no tenia adónde ir, acabé por frenarme en seco y encararlo.

-¿Por qué me sigues?- le pregunté enojado, mirándole a la cara.

Era aquel muchacho que estaba en el tren. No respondió nada otra vez, sólo me miró y sonrió. Sus ojos azules se robaron el brillo de los míos, y su mirada era seria e intimidante a la vez. No podía siquiera mirarle a los ojos con solo su presencia.

-¿Vas a hablar de una puta vez o qué?- le pregunté, esperando que hablara; y se reía en mi cara guardando silencio por tercera vez. No podía dejar que se riera en mi cara así que me di la vuelta y me fui.

-¡Espera!- gritó a lo lejos.

Fue ahí cuando frené el paso. Se acercó a mí y me puso contra la pared. Un aroma suave y agradable me invadió. Un perfume imposible de olvidar y difícil de describir, pero que seguro reinaba su cuello.

-Déjame en paz- le pedí, pero no me soltaba.

-La dejaste en el tren- me dijo, con la mano apoyada en la pared, y levantando con la otra la pulsera que mi padre me regaló antes de morir. Me quedé inmóvil, no sabía que decir. Él solo estaba intentando devolverme algo que había perdido, y yo estaba comportándome como un imbécil.

-Gracias- fue lo único que me salió decirle por causa de mi timidez. Él solo me la dio, o, mejor dicho, la puso en el bolsillo de mi campera y pasó la mano por su pelo mojado revolviéndolo. Era uno de los chicos más hermosos que había visto en la faz de la tierra, y hasta su boca era perfecta. Podia ver detenidamente como las gotas le rozaban el borde de sus labios mientras me miraba.
Por mucho tiempo quise encontrar a esa persona que me haga sentir esas sensaciones de las que todo el mundo habla, no me había enamorado nunca y sentía curiosidad por eso mismo. ¿Te han preguntado alguna vez si el amor a primera vista existe de verdad?, ¿cuál fue tu respuesta en ese momento? Seguramente, al igual que a muchas personas, la pregunta te tomó por sorpresa, dejando tu mente en blanco. Esperaste varios segundos y trataste de acomodar el desorden emocional que traías en la cabeza para dar una respuesta razonable y pensaste muy bien antes de responder si existían o no existían este tipo de emociones. En fin, creo que mi respuesta hubiese sido un "sí", porque a partir de aquel momento, me había percatado de que por unos simples segundos, el amor a primera vista sí existía, y se siente como un pinchazo profundo en las entrañas, cuando te encuentras con una mirada por primera vez y sientes que el mundo se ha parado unos instantes.

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