24 de Diciembre

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La nieve caía con fuerza en las montañas alemanas; como un veloz rayo destructor que traía consigo síntomas de fiebre e hipotermia.

La vida en las trincheras era dura. La escasa llegada de alimentos provocaba en todos un aspecto pálido, delgaducho y enfermizo. La moral estaba baja... Pero no en el caso de Paul.

Paul Schmidt era un chico alto y musculoso; de unos veintitrés o veinticuatro años. Era un joven de origen humilde; nacido y criado en una pequeña granja de las afueras; y que se había alistado en el ejército en base al sentimiento nacionalista que su padre le había inculcado desde pequeño.

En una familia de doce miembros, acababas aprendiendo, casi a la fuerza; a defender lo que era tuyo. Y más siendo Paul, cuando hasta sus hermanos le rechazaban por ser quien era. Y es que Paul, era el único miembro moreno de una familia de rubios y, desde siempre, los adjetivos como "bastardo" o "no deseado" habían formado parte de su vida para definirle.

Además; sus fuertes pómulos, sus finos y rojizos labios, y su dorada y tersa piel; no eran ningún aliciente. Siendo el hermano mayor de una familia tan numerosa, y siendo tan atractivo como era; para Paul había sido casi natural ganarse el odio de sus hermanos. Y ese, quizás, había sido otro de los alicientes que le habían llevado a formar parte de aquello.

Nunca creyó en el concepto guerra, la verdad. En la búsqueda de la destrucción humana en pos de las ansias de un ávaro monarca por abarcar el máximo número de tierras posibles. Pero a veces, hasta algo así puede ser la mejor alternativa. A veces, no es cuestión de poder elegir.

Y ahora estaba allí, en el puesto de vigía de una de las cientos de trincheras alemanas; bajo el frío invernal, y solventando la posibilidad de sufrir una de las lentas y dolorosas muertes que allí se producían a diario.

Pero Paul era fuerte y, mientras en todos el ánimo decaía como la niebla matutina en las colinas; se percató de algo: era Navidad.

¿Cómo podía no haberse dado cuenta antes? Para él, la Navidad siempre había sido un gran motivo de celebración. Y fue en ese momento, cuando empezó a echar de menos el enorme pavo cocido que su madre preparaba en esas fiestas.

Era casi una tradición. Al alba; Paul y sus hermanos cogían las escopetas del granero y marchaban al bosque. Pasaban el resto de la mañana cazando y, al finalizar la jornada, elegían la mejor pieza y se la entregaban a las mujeres de la casa para que la cocinaran, mientras que el resto, eran vendidas al día siguiente en el mercado para ganar un dinero extra que les ayudara a solventar el gélido y duro invierno.

Pero ahora no estaba en casa; sino en ese pequeño montículo de tierra apartado de la mano de Dios. Ahora, estaba completamente solo.

Fue entonces, cuando sus labios empezaron a entonar una melodía; algo débil al principio, pero cobrando fuerza con cada palabra:

Stille Nacht! Heilige Nacht!
Alles schläft; einsam wacht
Nur das traute heilige Paar.
Holder Knab im lockigten Haar,
Schlafe in himmlischer Ruh!
Schlafe in himmlischer Ruh!

Pronto, y para su sorpresa, varias voces se unieron a él. Bajo el silencio que provocaba el prado nevado; sus compañeros soldados se habían visto atraídos allí ante el llamado de su voz.

Todos estaban allí, y el sentimiento de compañerismo era palpable en el ambiente. Al fin y al cabo, aquellos soldados se habían convertido en su única familia durante los últimos meses. Y tenían miles de anécdotas juntos; como el día en el que Reinhardt se había resbalado al limpiar las letrinas, o cuando a Bäker le envió su novia unas fotos provocativas que terminaron circulando por media compañía.

Alto al FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora