16 de Enero

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Tres días. Ese es el tiempo que le había llevado a Paul elaborar un plan de escape. Y el primer paso para ello comenzaba con un sólo nombre: Denis Kober.

Denis era lo que Paul solía llamar un oportunista: Si podía sacar provecho de algo, era capaz de cualquier cosa hasta conseguirlo. Denis fue quien logró introducir en la base todo el alcohol que poseían, por supuesto a cambio de un gran porcentaje de éste; y ahora, sería quien sacara a Paul de allí.

Pero para Denis todo se basaba en precios, y Paul no tenía mucho que ofrecerle. Sus posesiones se limitaban a un puñado de cartas de su familia y algunos recuerdos de la granja. ¿Y cómo iba a interesarle algo así a Denis? Si al menos tuviera alguna joya, o incluso una que otra foto picante... Porque, sí, aquellas fotografías de mujeres francesas ligeras de ropa se habían convertido, junto a los cigarrillos, en toda una moneda de cambio por allí. Y dado que Paul no poseía ninguna, sólo le quedaba recurrir a una cosa: el robo.

Podría haber elegido a Helmuth o a Martin, conocidos entre todos por ser los máximos poseedores de este tipo de bienes, o incluso a Anton, quién rompió con su novia días antes de alistarse y ahora se dedicaba a vender sus fotografías a los soldados más desesperados. Pero en su lugar, Paul decidió recurrir a Bruno.

Bruno era un chico tímido y decaído. No solía relacionarse mucho con la gente y aquello era perfecto para Paul, pues no habría nadie vigilando sus pertenencias durante su guardia y, en el caso de que algún despistado soldado le pillara in fraganti, no le debería ningún tipo de lealtad a aquel hombre, y por tanto no dejaría a Paul al descubierto.

Era el plan perfecto, pero conllevaba robar a un compatriota, a un hermano; para después confabular con otro de ellos y engañar al resto. Era tan poco ético, era tan peligroso... ¿De verdad se merecía Henry todo este riesgo?

... Sí.

Paul aún no lo entendía; quizás era demasiado pronto o quizás demasiado complicado. El quid de la cuestión es que, fuera como fuera, aquel soldado inglés había despertado algo en él. Henry había logrado que Paul se sintiera en una sola noche mejor que en toda su vida, y no iba a renunciar a ello.

Después de cenar su habitual plato de X, Paul se escondió en uno de los cuartos más alejados y esperó a que todo el mundo se fuera. Sentía el latir de su corazón en el pecho, con fuerza; y sentía su agitada respiración arrematar contra el gélido frío del invierno.

Y de repente... Silencio. Los demás se habían ido. Estaba sólo.

Sabía que Bruno dormía junto a la salida, porque le había oído en más de una ocasión manifestar su temor de lo desprotegido que se sentía. Y sabía también, que era uno de los tantos que no había conseguido hacerse con una manta, otro motivo de sus quejas. Así pues, le bastó tan sólo un vistazo para averiguar cuál era su cama.

Sobre ella únicamente había un par de objetos: su arma de repuesto, un par de calcetines, su cantimplora... y su mochila. Rebuscó en ella durante varios minutos, sin éxito. Había supuesto que Bruno escondería allí todo aquello a lo que diera un valor, pero se equivocaba.

Paul se preguntó entonces si las fotografías podrían hallarse bajo la almohada. Era costumbre entre la compañía guardar este tipo de bienes allí, bajo el resguardo de tu propia cabeza en esas noches de necesidad; pero precisamente por ello lo había descartado en un primer momento. Era demasiado obvio, cualquiera buscaría allí si quisiera encontrar lo que Paul ansiaba. ¿De verdad iba a ser Bruno tan simple?

... De nuevo, la respuesta era sí.

Allí, envueltas en un pequeño y roído pañuelo de tela, había un puñado de fotografías; por supuesto de la temática que Paul se imaginaba. Se decantó por una de una chica morena y de pelo corto y rizado, ataviada con un ajustado traje de marinero y unos tacones puntiagudos.

Solo esperaba que fuera suficiente para Denis.

Según le había comentado Hans, Denis tenía guardia en la zona norte. Paul podría haber esperado hasta el día siguiente, y de hecho hubiera sido lo más sensato... Pero, sencillamente, no podía esperar.

Se escabulló rápidamente entre la multitud de túneles atrincherados y pronto llegó hasta allí. Le encontró sentado en uno de los montículos, puro en mano y conversando animadamente con uno de sus amigos. No parecían necesitarle en aquel momento, pues Paul supuso que se trataba de una noche calmada, así que le hizo señas para que se acercara a él.

- Necesito salir -dijo una vez se encontraron a solas. Bien era sabido que con Denis era mejor ir al grano.

- Eh, eh, eh. Más despacio, Schmidt. Sabes que mis servicios no son gratis.

Paul suspiró y sacó la arrugada fotografía de su bolsillo. En sus ojos brillaba la desesperación de un hombre que no podía esperar al albor para ver cumplido su deseo y, por desgracia para él, Denis se percató de ello.

- No es suficiente -dijo él- Sabes lo arriesgado que es. Hay mucha vigilancia y, si alguno de nuestros superiores lo descubriera, estaríamos muertos antes de poder decir basta.

- No tengo nada más -titubeó Paul- Te lo suplico, Denis, haré lo que sea...

El chico se mantuvo en silencio. Su mirada permanecía enigmática mientras se dedicaba a dar unas cuantas caladas a su puro como si tuviera todo el tiempo del mundo para hacerlo. Y en cierto modo era así; pues por el contrario, para Paul el tiempo iba a contrarreloj... Y Denis disfrutaba con ello.

- Está bien -dijo al fin- Me harás las próximas cinco guardias y limpiarás por mí las retinas en lo que queda de mes.

- Venga ya, Denis.

- ¿Hay trato? -respondió el otro tendiéndole la mano cual pacto con el diablo.

Paul no se lo pensó nos veces y se la estrechó. Denis ya iba a marcharse, pero él le detuvo.

- Hay algo más. Necesito uno de esos uniformes ingleses que guardáis en el almacén; los de los prisioneros muertos.

Denis le miró con sorpresa. Había escuchado toda clase de peticiones a lo largo de aquellos meses; la mayoría referidas a comida, alcohol o pornografía. ¿Pero un uniforme enemigo? Aquello era nuevo.

- No quiero saber en qué estás metido, Paul -suspiró- Pero trato hecho.

El joven no tenía palabras para agradecerle todo lo que aquel gesto significaba para él. Por experiencia, en aquel lugar permanecía la supremacía de los actos frente a la palabra, y por ello decidió simplemente no decir nada. Pero ahora estaba en deuda con ese hombre, y sabía que él no tardaría en cobrarse el favor.

En un abrir y cerrar de ojos Denis cumplió con su palabra, y antes de la media noche, Paul ya vestía como todo soldado inglés.

Rumbo a las trincheras enemigas... Rumbo a Henry.

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⏰ Última actualización: Dec 05, 2018 ⏰

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