Mientras cada una de las fibras de mi cuerpo se consumen, mis gritos no me dejan oír nada más que el pulso acelerado de mi corazón, temeroso, pues sabe que va a morir, que no quedará nada de lo que fui ni de lo que podía haber sido. Siento un ligero alivio, mis corpúsculos mueren al fin y me dejan descansar del dolor. Ya no siento mi cuerpo, mis pupilas aún vislumbran las chispas que juegan con el fuego. Cada vez me siento mejor. Mi cuerpo ha dejado de existir, así que, lo admito. Mi cerebro deja de pensar y la veo, veo la salida. Exhalo el último aliento y expiro, libre y tranquila como alma y esencia de mi ser hacia la paz infinita y el descanso eterno.
©GretaBuch