Capítulo 2

234 3 0
                                    

El padre de Wriixka ingería lentamente sus alimentos, con los ojos perdidos en algún punto de la pared perfectamente blanca, con esa mirada húmeda y triste que le acompañaba desde siempre. La mano de su hija no lo sacó de sus contemplaciones; ya había reconocido sus pasos antes de que entrara a la cocina. En la pieza, se escuchaba una voz monocorde que salía de las paredes de la habitación.

Wriixka miró hacia la puerta para asegurarse de que su madre no venía y dijo suavemente:

-Papá... muéstrame los muñones.

Triin tuvo el mismo gesto cauteloso de su hija, luego se desabrochó la camisa y le mostró la espalda. En el lugar donde antes se encontraban dos alas, había ahora dos feas cicatrices, rosadas a pesar del tiempo.

No era la primera vez que ella las veía, pero nunca se había atrevido a tocarlas... La sorpresiva caricia turbó al padre, quien de inmediato se puso la camisa.

Wriixka se acercó a la mesa de servicio; "desayuno", dijo. Una portezuela se abrió donde antes se encontraba una superficie lisa, y el desayuno subió al instante: exactamente lo que ella, según su peso y talla, necesitaba para empezar el día, ni más ni menos.

Con la fuente en las manos, se acercó a la mesa; esta creció unos centímetros. Se colocó frente a su padre y del piso subió una silla, en la que se sentó.

Wriixka mordió uno de los rectángulos, que se deshizo inmediatamente en su boca, pero que no sabía a nada; luego, volvió a mirar hacia la puerta.

-Papá... cuéntame cómo viven los marginados.

Triin sonrió con ternura. Ya no recordaba cuántas veces había hablado sobre ese tema prohibido con su hija, pero ella siempre volvía a preguntar y a abrir grandes los ojos ante las historias; era su gran secreto, el que compartían a escondidas de la madre.

-Bueno, mis alas nunca fueron lo suficientemente grandes para volar físicamente; de la vida de los marginados, como todos los llaman, sólo sé lo que me llegaba en sueños. ¿Cuánto hay de real en eso? No estoy seguro. En todo caso, fueron sueños que me enseñaron a sonreír de verdad, no con la sonrisa obligada que ofrecemos a quien nos habla, porque así lo indica el Consejo. Eran sueños... de música extraña, dulce y armoniosa... sueños de luces y colores que me llenaban de paz y alegría.

-¿Como el moderador?

-No, no como el moderador. Esas luces y colores jamás las podremos imaginar. Además, en el moderador sólo recibes sensaciones; esto era real, y estaban los seres alados. Ellos hacían la música, con increíbles aparatos y con sus voces. Las luces y los colores provenían de sus miradas... y del lugar donde viven. Allí hay plantas y animales...

-Los animales hace mucho tiempo se extinguieron y las plantas no pueden crecer sobre la tierra árida de nuestro planeta; sólo lo hacen gracias a la hidroponicultura. Tú lo sabes bien.

-Eso es lo que todos creen. Lo que ya hace tiempo perdimos fue la capacidad de hablarles a las plantas o de acariciar a los animales; por eso, no quieren vivir con nosotros. Allá, entre las montañas, hay lo que se llama un valle verde, con una cascada azul y aves de mil colores que...

-Pero no hay nada entre las montañas; solo más montañas. Si las pasamos, encontraremos otra Ciudad Viviente como esta, encerrada en una cúpula que nos protege de los rayos solares, pues afuera no podríamos vivir. ¡Moriríamos calcinados! -sin querer, Wriixka empezó a subir la voz hasta casi gritar. Cuando se percató de eso, enmudeció avergonzada; y luego agregó muy bajo-: Todo el mundo sabe eso...¿no? ¿Cómo puedes estar seguro de que todo lo que dices es verdad?

Triin la miró con melancolía.

-Estás muy inquisidora esta mañana.

Wriixka bajó la mirada. ¿Cómo explicarle a su padre lo que sucedía? ¿Cómo manifestarle su incertidumbre? ¿Cómo confesarle que deseaba convencerse sobre lo conveniente de cortarse las alas... aunque muy en el fondo algo le decía que no lo hiciera?

-No lo sé... creo que... lo que pasa es que ya estoy muy grande para todas esas historias de marginados.

-No, no, no... ¿Otra vez hablando de temas prohibidos? -la voz monocorde y metálicamente educada de la madre los sobresaltó-. Por favor, ustedes saben bien que no hay nada mejor que vivir en una Ciudad Viviente. Antes teníamos que trabajar durante toda la vida para proveernos de casa, comida, vestido, diversión. Ahora, de todo eso se encarga la Ciudad -dijo Blerk, lanzando una de las sonrisas obligadas de las que hablaba Triin; luego agregó, poniendo una mueca de falsa preocupación, como quien habla a un niño que no entiende-: ¿por qué entonces quieren privarnos de todo esto al hablar de temas prohibidos? Si alguien del consejo se entera, ¡no quiero ni imaginar lo que podría suceder! Además, Wriixka, no sé si te has dado cuenta de que ya perdiste la primera hora de clase.

Wriixka se levantó apresuradamente y corrió hacia la puerta de salida.

-¡Hija! - Blerk la detuvo en el umbral, tomándola por los hombros-. Nunca olvides que la vida no tendría sentido sin el Complejo Existencial Ciudad Viviente.

La joven miró en lo profundo de los ojos acerados y sin brillo de su madre y no encontró vida alguna en ellos. Sin saber por qué, sintió frío en las mejillas y corrió hacia el transportador más cercano.

Blerk volvió a entrar en la cocina; se encontraba en su periodo de descanso. Solo los jóvenes tenían una actividad permanente y prolongada. Cuando terminaban sus estudios, entraban al maravilloso sistema de trabajo tres meses al año.

-Debes apresurarte, si no, tu también llegarás tarde -dijo sin mirar a su esposo, con ese tono insípidamente educado que caracterizaba a la mayoría de los habitantes de una Ciudad Viviente.

"¡Desayuno!", ordenó secamente a la mesa de servicio.

Blerk mordisqueó violentamente parte de su desayuno y volvió la vista a Triin.

-Y te rogaría que no vuelvas a hablar de temas prohibidos con Wriixka; recuerda todo lo que tuve que hacer por ti para que te volvieran a aceptar en la Ciudad. Sabes muy bien que aún te vigilan -concluyó, mientras se sentaba.

-Si, Blerk -Triin lo recordaba muy bien. ¿Cómo olvidarlo con esas cicatrices en la espalda?

La ciudad de los nictálopesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora