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Recuerdo la primera vez que nos conocimos, era una tarde de otoño, yo había salido con los de siempre, Jooheon, Hyungwon, Kihyun y Minhyuk. Éramos el mismo grupo desde la secundaria, a decir verdad no me solía juntar mucho con chicas, me aburrían. El caso es que esa tarde, Hyungwon quería presentarnos a un amigo suyo de la infancia, ese eras tú.
Lo recuerdo todo como si fuese ayer, llevabas una sudadera blanca bastante ancha, unos pantalones de chándal negros y unas deportivas negras, al igual que tu pantalón. Venías apresurado ya que llegabas cinco minutos tarde, con tus manos guardadas en el amplio bolsillo de tu sudadera. En cuanto nos alcanzaste te disculpaste unas diez veces, me pareció un gesto bastante adorable a decir verdad. Te presentaste, Hoseok era tu nombre.
Hyungwon nos presentó, no le dimos importancia a tu tardanza y fuimos a una pizzería a comer algo. Hyungwon nos estuvo comentando vuestra relación; os conocíais desde pequeños, pero tú fuiste a una secundaria distinta a la de él y por ello perdisteis el contacto, hacía poco que empezasteis a hablar de nuevo, al parecer ibas a la misma universidad a la que íbamos nosotros.
Cuanto más avanzaba la tarde más me gustaba tu personalidad, eras un chico bastante interesante, inteligente y filosófico, también tenías tu lado gracioso y bromista, cosa que me encanta en un chico. A parte de eso, eras demasiado atractivo.
Recuerdo cómo continuamos quedando durante las siguientes semanas casi todos los días, cuando no teníamos algún trabajo o mucha tarea de la universidad. Incluso llegamos a quedar tú y yo, solos, cuando todos los demás estaban ocupados o simplemente no querían salir. A diferencia de ellos, yo siempre estaba dispuesta a quedar contigo, sin saber por qué.
El tiempo pasaba y cada vez nos hacíamos más cercanos, descubrí un lado de ti que desconocía, tu lado protector, cariñoso, generoso y amable.
Recuerdo aquella vez que enfermé durante una semana y tú solo hacías que llamarme por teléfono y preguntarme cómo me encontraba en todo momento, incluso te encargaste de cuidarme personalmente.
Recuerdo que estuve meses preguntándome qué era lo que realmente sentía por ti, pero en el fondo lo sabía, sabía que quería pasar mis días contigo sin importar nada, sabía que te necesitaba a mi lado a todas horas, sabía que eras tú al que tanto amaba, lo sabía, pero me daba miedo. Me daba miedo pensar que algo podría acabar mal, me daba miedo que pudieses hacerme daño, así que lo negaba. Negaba que te amaba, negaba todo aquello que sentía por ti porque tenía miedo. Miedo a perderte.
No le conté a nadie sobre mis sentimientos, me lo guardé todo para mí, pero no servía de nada. Pasaban los días, las semanas y solo conseguía quererte más, amarte más. Entonces llegó aquel día, aquel día en el que habíamos quedado todos juntos. Íbamos a ir al cine, iríamos a cenar y después cada uno volvería a sus respectivas casas. Y aquello hicimos.
Fuimos al cine, cuando acabó la película cenamos en un restaurante y, como marcaba el plan, cada uno se dirigió a su casa al acabar la cena. Todos menos nosotros, tú y yo. Recuerdo que nos quedamos hablando en uno de los bancos que adornaban la calle en aquella noche de verano. Entonces me lo dijiste, me confesaste tus sentimientos. Me confesaste tu amor hacia mí, pero no un amor de amistad, un amor especial. Me dijiste todo lo que yo tenía miedo a decirte, pero no pude. No pude aceptar tus sentimientos, tenía miedo, mucho miedo.
Me sorprendió tu reacción ante mi rechazo, no hiciste nada, simplemente formaste en tu perfecto rostro una pequeña sonrisa mezclada con una expresión de melancolía. Me dijiste que no pasaba nada, que esperarías hasta que aceptase. Aquello me dejó sin palabras, estabas dispuesto a esperar el tiempo que hiciese falta simplemente por estar junto a mí.
