Aún recuerdo aquel brillo en tus ojos como si fuese ayer. Tu recuerdo se tambalea en mí onírico, borroso, pero tu expresión y y tu mirada aparecen más claras que el más nítido cuadro de Velázquez.
Tenias los músculos de la cara alegremente contraídos, y los ojos achinados.
Por Dios, cuánto hubiese dado por acariciar tu piel, por agarrarte las manos, por rozar tus labios finos turquesa.
Cuánto hubiese dado por escuchar tu voz -dirigirse a mí- una vez más. Me conformo ahora con escucharla a lo lejos.Han pasado varios meses, y aún sigo regando la semilla de tu existencia en mi memoria.
Aun escribo a tientas en la noche: "maldita mirada la tuya que no me deja descansar, tan apetecible, tan voluptuosa".
Me querías, lo sé; yo te quería, y tú lo sabías también. ¿Por qué? ¿Por qué tiene que ser la vida una daga en las entrañas? Canto al alba un do grave para que me consuele el mudo gorjeo de un buitre y, así, perecer en la paz del mar.