Listones

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Sinopsis: 

"Pero, ahora que te encontré," Chat se adelantó a decir. "todo es más cálido." Ambos se vieron a los ojos, decir todo sin cruzar una palabra era su especialidad.

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Describir a Marinette en este momento, sería como tratar de descifrar el libro de los Miraculous. Como buscar una concha marina en un mar de sentimientos. Incertidumbre era la palabra precisa. La noche transcurría, las ideas hacían un vaivén en su mente. Necesitaba dejar de rumiar la información, necesitaba tomar aire fresco y ¿que mejor manera de hacerlo que saliendo a volar entre los tejados parisinos?

Marinette tomó su bolsita de mano que estaba sobre la cama, metiendo en ella unas galletas que esperaban, sobre la mesa de noche, saciar algún estómago. Tomando también su celular y cruzándose la bolsa, abrió la puerta del techo que dirigía a su balcón.

"Marinette, ¿a donde vas?" el pequeño kwami se acercó a su portadora.

"Tikki, yo..." se rascó cansada la nuca "necesito despejar mi mente."

"Y supongo que Chat puede ayudarte." Su tono, justo como el de una madre.

"¿Y quien dice que voy a verlo?" Replicó rodando ligeramente los ojos. "No hay manera de que lo encuentre por casualidad."

Tikki solamente rió e hizo una señal con la mano para que Marinette continuara con su ya ideado plan.

"¡Tikki, transfórmame!" La familiar luz rojiza la cubrió envolviendola ajustadamente en un traje rojo y moteado.


'Necesitas distraerte, Marinette.' pensó Ladybug mientras tomaba consigo un lápiz y una libreta, para después salir por la trampa de su techo, y sucesivamente por el balcón. Nuestra superheroína, lejos de buscar a su compañero, buscaba un lugar tranquilo, donde pudiera obtener algo de inspiración. Corría de tejado en tejado, al ritmo del viento, mientras sus mechones danzaban con gracia.

Escoger el destino de su travesía, fue sencillo. La Torre Eiffel era, indudablemente, la mejor opción para su propósito. De ahí, mil diseños habían salido; ahí, donde mil batallas habían sido libradas; y mil recuerdos se habían creado para contar. Y a pesar de ser una tarde cálida, la ciudad estaba tranquila y poco concurrida. Era inevitable no estar enamorada de ella, de la ciudad del amor. Con esas casas todas diferentes pero combinadas, con ese aroma a baguettes recién horneadas y las luces que iluminaban el horizonte.

Ladybug corrió sobre el último edificio, saltó, se columpió con su yo-yo y escaló hasta la cima de la construcción.

Inhaló hasta llenar completamente sus pulmones; disfrutando estar ahí ahora, como si recordara y mantuviera todos sus problemas y lo que estresaba su día. Exhaló, vaciándose del dióxido de carbono; anhelando estar ahí siempre, como si olvidara todos esos problemas y el simple acto de respirar pudiera resolverlos. Ese ritual infantil, era su propio lucky charm, que resolvía su estrés y aclaraba sus pensamientos.

Ladybug sonrió.

Se sentó sobre los fierros que la separaban del suelo y abrió su libreta en una página aleatoria. Vio la ciudad, todo el panorama por un momento, y sus ojos azules observaban con denuedo cada detalle en el paisaje. Bajó su mirada a la libreta nuevamente, comenzó a dibujar. Tan despejante era trazar líneas con sentido sobre las hojas, como pasar el hilo sobre la tela. Lápiz de punta suave, danzante sobre el papel. El sonido del ambiente creaba su propio soundtrack, uno refrescante y sereno.

El uno para el otro: One-shotsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora