Epílogo

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Aquella tarde, después de haber recibido el mensaje de la chica más importante de su vida, decidió apagar el móvil, respirar profundo y hacer como que nada malo había sucedido, aunque por dentro estaba muriendo lentamente y el dolor crecía cada vez más con cada latido de su corazón. ¿Ir a casa o caminar sin rumbo alguno? Defintivamente su hogar, no hay nada mejor que cure un corazón roto que su hermosa familia de la cual había estado separado desde hace unos años.

Dobló en la siguiente cuadra, le tomaría unos veinte minutos en llegar su destino, la cantidad de tiempo ideal para pensar sobre su futuro, para intentar reestructurarlo sin mencionar a Caroline en cada uno de planes, pero cada vez que pensaba en algo, la veía a ella, con esa sonrisa tan dulce, el cabello rubio cayendo sobre su rostro, su voz femenina al hablar, contándole algo divertido o diciéndole que lo odia, apoyándolo en cualquier locura, aconsejándolo o incluso rodeándolo con aquellos brazos tan suaves. ¿Por qué se daba cuenta hasta ahora? Caroline siempre estuvo ahí, no recordaba ni un momento en el que ella lo haya abandonado, la chica hacía todo lo posible para hacerle sonreír y él actuaba de la misma manera con ella. Entonces, apareció el demonio más grande entre sus pensamientos: la amistad, eso precisamente no quería dañar, y una prueba de que había hecho lo contrario era el haber dejado a Caroline en una ciudad sin él. No es que ella no pudiera salir adelante sola, es que él quería ser quien la protegiera de todo lo que pudiera lastimarla pero ahora tenía kilómetros interponiéndose entre ambos y todo por tomar una decisión apresurada, por intentar ser algo más para ella cuando no era necesario pues ambos alcanzaron el límite hace años, es decir, ya eran “algo más”, lo sabía sin tocar aquel punto.

La ciudad era la misma, solo algunas cosas cambiaron desde que él se marchó con Caroline para estudiar y buscas nuevas oportunidades, unos cuantos árboles fueron plantados y una que otra familia se había mudado, en realidad, la vida en aquel lugar seguía igual, Maxwell se sintió en casa pero a pesar de ello, había una parte de él que quedaba vacía, sabía perfectamente que pieza le hacía falta… Ella, nadie más que ella. Recordó cuando él y Caro eran tan solo unos niños, cada tarde salían a caminar por las calles para platicar de cosas simples como que ella odiaba las paletas rojas, prefería las verdes o que él amaba los juguetes que venían en los dulces, cosas que ahora pueden parecer insignificantes pero que para ambos eran todo, principalmente por el hecho de que era un momento que compartían juntos. Miró a la izquierda y se fijó en aquella casa de color arena donde pasó el inicio de su adolescencia, era la casa de la familia Peterson, el hogar de Caroline. Pensó dos veces en dirigirse ahí, soñaba con la idea de encontrar a su mejor amiga, a la chica de la cual se enamoró pero era imposible, su imaginación volaba demasiado. Siguió el camino en línea recta, pasó cinco cuadras y por fin, en una esquina, iluminada por el sol, estaba la casa de sus padres, su hogar. Sintió que el corazón le latió con fuerza, hacía años que no veía tantos recuerdos acumulados en una sola parte; colocó el primer pie en la entrada y tocó el timbre.

-¡Maxwell está en casa! -exclamó su hermana, quien había recogido sus cosas en el aeropuerto junto a la madre de ambos.

-Frederick, tu hijo ha llegado -gritó también su madre mientras Suzanne llevaba a Max hasta a cocina, la cual tenía un delicioso aroma a lasagna, la comida favorita de a familia.

-¡Hombre! ¡Hasta que te dejas ver! -dijo una voz masculina saliendo del estudio de trabajo, llevaba puesto un pantalón negro y una camisa azul, casi formal, como siempre.

-Creí que tardaría más, pero he decidido regresar -se acercó a su padre y lo abrazó con toda la fuerza del mundo a la vez que las palmadas ajenas en la espalda lo reconfortaban. 

MaxwellDonde viven las historias. Descúbrelo ahora