1 - El mensaje

158 15 8
                                    

Cuando Lucca abrió los ojos vio un centenar de cuervos llenando su habitación

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Cuando Lucca abrió los ojos vio un centenar de cuervos llenando su habitación.

Le bañaba el sudor, y la modorra del sueño interrumpido le mantuvo en quedo letargo hasta que entendió que estaba despierto y que tenía varias plumas en la boca. Deseó saber cómo es que seguían metiéndose a pesar de que cerraba las ventanas con seguro.

Hizo el cobertor a un lado y se sentó en el colchón que tendía en el piso para dormir cada noche. Como siempre, todas y cada una de las aves miraba hacia él. Decenas y decenas de pequeños cráneos plumíferos que se torcían y removían en silencio, observándole con sus cuencas negras como la noche, alzando sus alas de sombras en su dirección, pero apenas moviéndose de donde descansaban. En las paredes, sobre los muebles, en el suelo y junto a su cama; cuervos por aquí y por allá.

Confundido, pero no así asustado, Lucca se levantó y fue hasta su armario en busca de ropa limpia. A medida que avanzaba, los cuervos fueron haciéndose a un lado para dejarle pasar, y luego regresaban a su sitio como si estuvieran atraídos por una fuerza invisible. Se lavó la cara y vistió, ignorando a las aves mientras la voz suave de su madre, la diosa Reok, rezaba una y otra vez la última frase que le dijo en aquel sueño.

<<En la cima de Aiv'Shed, la fuente de la calamidad...>>

Lucca suspiró. Calzó botas de cuero altas, pantalones y camisa grises, y encima una cazadora negra del mismo tono de las plumas de los cuervos. Mientras ajustaba la correa de su espada en su cintura una de las aves se posó en su hombro y graznó despacio.

A un costado de la puerta de su armario había un espejo de marco de roble que Muid le regaló meses atrás en el aniversario de su nacimiento, y al pasar junto a este su superficie reflejó su cabello negro y desordenado, su piel olivacea, ojos grises que podían volverse plateados con la luz adecuada, todo en un rostro juvenil pero maduro que aún no podía crecer una barba decente a pesar de que estaba por cumplir los veinte ciclos terranos.

A un lado de su imagen, justo encima de su hombro, resaltó una sombra espectral hecha de humo, cuyos brillantes ojos rojos que le seguían.

Lucca fue hasta el ventanal al otro extremo de su habitación y lo abrió, maravillado una vez más con la utilidad de las ventanas y puertas corredizas, cortesía de la ingeniería del norte.

—Muy bien, largo todos.

Dio una fuerte palmada y todos los cuervos se precipitaron hacia la ventana, formando una nube viva, negra cual noche sin luna y ruidosa como el infierno. Las aves salieron graznando tan fuerte que el suelo tembló y fue casi seguro se escuchó hasta el otro extremo de Almiris, ida y vuelta.

Salieron todos, excepto claro, por el cuervo-espectro en su hombro.

—Ishavi.

El ave desplegó sus alas y aterrizó en el suelo a medio metro de Lucca. Extendió las alas y se agachó de modo que su pico tocó el suelo. Sus plumas desprendieron una gruesa humareda que se extendió hasta el techo pero no alcanzó a tocarlo, pues se retrajo sobre sí misma para dar forma a la figura de una mujer.

La cima de Aiv'ShedDonde viven las historias. Descúbrelo ahora