1. Tinieblas

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La calle empedrada estaba vacía, según podían contemplar sus ojos desde aquel rincón donde se encontraba escondido. Fría y vacía, no se podía esperar más de aquella noche de julio. Las casetas de zinc y madera estaban completamente despojadas de cualquier lumbre que le  pudiera servir para indicarle el camino de vuelta a la casa de Lucinda. Sabía que ella lo castigaría, quizás lo mandaría a reparar las cañerías con el señor Figueroa otra vez, y vaya que era un trabajo sucio, pensó. En fin, eso no importaba ya, sólo quería pasar la primera noche de helada en paz, en su hogar.


Se asomó por el borde de la puerta, con las manos congeladas y el aliento solidificándose en volutas de humo. Nadie. Dio un paso pequeño y salió de la pequeña garita abandonada.


El silencio nunca fue una característica a lucir de aquel lugar, siempre había distintos tipos de voces: las que obedecían las órdenes de sus patrones, firmemente, las que vociferaban a los clientes que generalmente apenas tenían dinero y los hostigaban a comprar sus productos, los lloriqueos de los más pequeños hijos de vendedoras jóvenes, sus amigas, que eran productos de algún hecho desgraciado e insípido. En conclusión, la ausencia de sonido nunca se daba en ese tipo de ambiente. Pero en aquella noche, por casualidad nada más, sólo se oía el repiquetear fuerte e insistente de las gotas de lluvia sobre los tejados de las casillas. Y  por supuesto, sus pasos abriéndose camino en el fango que constituía el suelo.


Debió ser porque la tormenta no hizo más que intensificarse sólo para dar rienda a los hechos que sucedieron después. Su boca,amordazada, sus ojos sólo observando otro par de pupilas sedientas.Sus piernas, apenas sosteniendo el peso de su delgado cuerpo. Sabía que no estaba solo, siempre estaría ahí para angustiarlo, torturar su mente y su alma.


–Sólo prométeme que me dejarás hacerlo cada vez que quiera–susurró en su oído, la voz gruesa y carente de humanidad.


A continuación, imaginó que alguien oía aquel gemido de auxilio,imaginó el disparo que recibiría ese ser banal y cruel, justo en la nuca para caer al suelo y nunca más despertar. No sería justo para él que muera de una manera tan rápida, pero era lo de menos. Su imaginación estaba disparada hasta los cielos, que se soltó de su agarre y lo contempló tendido ya, sin vida, en el lodo.



Su abrigo, empapado de agua, sangre y barro sirvió para tapar el robusto cuerpo del hombre ya que estaba completamente desprovisto de ropa, salvo por sus pantalones que estaban hasta sus tobillos y su cinturón desprendido a las apuradas. Miró a su alrededor, con los ojos húmedos y la cabeza dándole vueltas.


–¿Estás bien, Clayton?- El par de ojos de un amarillo profundo, relucía entre las sombras. 

Fue lo último que oyó, antes de desplomarse y acompañarlo por una última vez.  

Just Clay (Re-subida)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora