2. Soledad

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La lluvia de marzo era de esperarse dentro de poco con un clima tan pesado como el de aquella mañana. En el cielo, las nubes iban arremolinándose de a poco, cubriendo el sol matutino, trayendo un viento fresco que mecía las hojas de las grandes palmeras que se encontraban en la entrada de la gran mansión Douglas.


Elizabeth no hacía poco que se había levantado. Pasó toda la noche despierta en un cuarto apartado al de su esposo, pensando en las palabras de la doctora, pensando en cómo reaccionaría su marido.


En fin, debía apartar esos pensamientos negativos y comenzar a buscar un nutritivo desayuno. Bajó las escaleras no muy apurada, estaba en calma. En la cocina estaba Olivia, la mucama.


–Buenos días,señora Douglas– le sonrió la petiza mujer. De su delantal blanco sobresalía una gran protuberancia, un bulto que ella esperaba tener también dentro de muy poco.


No pudo evitar sentir un cierto grado de envidia hacia la humilde mujer, esposa del jardinero. Ni siquiera se habían esforzado demasiado, ya tenían otros dos hijos pequeños. Quizás debería preguntarle su método, pero rió levemente al invadir su mente semejante idea tan absurda.


–¿Y Nathaniel?–preguntó con voz preocupada Elizabeth, tiempo después, mientras se bebía un batido de frutas– Dijo que me acompañaría esta mañana, sabe que es una cita muy importante.


La sonrisa en el rostro de Olivia se esfumó al instante y sus ojos verdes se oscurecieron.


–El señor Douglas dijo que tenía una conferencia a último momento. Lamenta bastante no poder acompañarla a la consulta– titubeó, insegura–Sé que es algo bastante delicado señora, si quiere puedo...


El vaso, casi vacío, con trozos de manzana y nuez se hizo pedazos contra el suelo de mármol que la mucama había hecho relucir hace pocos instantes.El azul profundo de los ojos de Elizabeth se sumieron en la impotencia y en un odio increíble a sí misma. Olivia contempló en silencio el arrebato de locura, mientras una señora Douglas que no conocía lanzaba los platos de porcelana francesa al suelo, copas de cristal y vajillas de plata.


Por un momento, la comprendió. Comprendió su dolor y el gran vacío que habitaba en su corazón. Si pudiera aconsejarla lo haría con gusto, pero ella era la mucama y el tacto entre ambas se limitaba a dar y obedecer órdenes. Y por supuesto, cuidar de que la señora Elizabeth se encontrara bien, eso era lo que Nathaniel siempre le decía.


Cuando se calmó,la acostó con cariño en el diván del salón, le pasó unas pastillas y un vaso con agua, mientras sus lágrimas caían gruesas por sus pálidas y huesudas mejillas.


–¿Por qué hizo esto, Olivia?– balbuceó en tanto acariciaba sus rubios cabellos ensortijados.


–Usted, más que nadie sabe que el señor Douglas es un hombre ocupado, sin él no sabríamos qué hacer en esta casa –dijo la pacífica mujer– Es la primera vez que no la acompaña a una de sus citas, no debería ponerse así. Es muy bonita como para estar llorando y ensuciando su rostro.


–Tú no lo entiendes, nadie entiende– sollozó, hundiendo entre sus brazos su dolor.


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⏰ Última actualización: Feb 06, 2022 ⏰

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