Si me fui, fue para no lastimarte más. Cada vez que discutimos, terminás llorando en el suelo y yo huyendo como un prófugo. Huyo sin rumbo, como un cobarde. No tengo nada ni a nadie. Sólo te tengo a vos.
Me fui porque no encontré ningún método para mejorar. Soy el auto averiado que nadie quiere reparar. No paro de cagarla, doy asco. Y sé que vos me aceptás así como soy, con mis delirios y mis cariños, pero no puedo aceptarme a mí mismo. Soy el rey del desastre. Soy un error y vos mi más grande acierto.
Me fui porque te quiero cuidar (de mí) aunque sientas que te estoy desechando. Soy el dolor del amor, como vos dijiste en alguna ocasión. Quizás no lo comprendas porque estás muy enojado ahora, seguramente. Es que enojarse es tu puta destreza. Cosa que tenemos en común.
Sí, me fui. Medio furioso, medio quebrado. Y de la peor forma porque estamos cansados de discutir pero te prometo que ésta es la última vez.
Me fui porque te amo, y tanto que no quiero destruirte. Tu amor es tan grande que no soy digno (ni de tu dolor) de tal cantidad, quizás nadie. Amo besarte en los labios mientras te agarro del cuello y me abrazás. Amo acariciarte, sos como la porcelana: fino y delicado. Amo amarte con locura. Amo como hablás, como te expresás, como caminás, tus gestos, tu risa, tu cuerpo. Amo cada momento que pasamos, amo cada día que compartimos. Nada como esa noche de besos en el balcón, a la luz de la luna. Vos sos la luna, pero más hermoso.
Te amo y me fui porque ya te rompí el corazón de la forma más macabra. Soy un huracán, destruyo. Soy el defecto, vos la perfección.
Sabés que no controlo mis impulsos, por eso arrojé mi teléfono al lago de la esquina. Sabía que ibas a llamar, te conozco muy bien. Pero iba a odiar escucharte y no poder actuar. Iba a odiarme aún más y con razón.
Y sí, te extraño. No soporto estar sólo otra vez. Me duele. Me hacés mucha falta pero no podés venir conmigo, no te quiero destrozar. No quiero que me veas llorar.
Me voy y seguro volveré.