Nada de Sentimentalismos

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Estaba llegando al veterinario cuando vi su coche aparcando cerca de la puerta principal y ella saliendo de él. Camino con cierto temblor en la piernas hacia el vehículo y cuando paso por su lado toca mi mano, primero estrechándola y luego dejando una leve caricia en la yema de mis dedos. En ella deja una llave que ha ido sacando del bolso con cada paso que yo daba. Sigo caminando hasta la puerta trasera y la abro con precaución para que nadie me vea. Cuando consigo colarme dentro apoyo la espalda en la fría pared dejando escapar un suspiro lleno de nerviosismo. El corazón me late a mil por hora.

Segundos después, entra ella y la sorprendo agarrando su mano y tirando de su cuerpo para atraerla hacia mis labios, los cuales, besa como si fuera la última vez en su vida que lo fuera a hacer. Un beso desenfrenado, desatando la profunda pasión que siente por mi. Logrando espantar todos mis miedos. Abriéndome los ojos a un mundo maravilloso.

La quiero. La quiero de la única forma en la que sé querer: con toda mi alma.

Llevo las manos a su cabello y le quito la gomilla del pelo que mantiene unido sus mechones. Los hago volar y enredo mis dedos entre su melena cobriza. Ella mantiene sus suaves manos sobre mi rostro con una delicadeza exquisita como si temiera hacerme daño con ellas. La intensidad de sus besos disminuye lo suficiente hasta volverse dulces y tímidos. Mantengo los ojos cerrados olvidándome por completo del lugar en el que estamos y del riesgo que corremos de que en cualquier momento nos encuentren de esta guisa.

Y aunque debería ser ella la que tome las precauciones, soy yo la primera en separarme lentamente de sus labios, solo unos centímetros, y ella por varios segundos sigue buscando los míos con una pizca de desesperación. Mientras, aprovecho para tomar aire porque, sorprendentemente, me había olvidado de respirar.

Cuando abre los ojos sonreímos con cierta picardía, sabiendo que acabamos de dar pie a una locura que no durará mucho tiempo oculta si no somos precavidas.

-Te llevo 16 años... -son sus primeras palabras, pero le chisto para que no hable.

No quiero saber nada de números. ¿Qué pueden ser para mi 16 años si mis padres se llevaban 13? Nada. No significa nada para mi. Pero comprendo lo que puede suponer para ella.

Pegamos nuestras frentes respirando nuestro propio aliento entrecortado.

-Te quiero.

Nos sorprendemos al decirlo a la vez y reímos en silencio. Ya es hora de despedirse, su jefa se estará preguntando dónde se ha metido. Nos cuesta separarnos, y cuando lo hacemos no podemos resistir la tentación de darnos otro beso.

A saber cuándo será el próximo...

Ella se marcha recogiéndose de nuevo el pelo, y yo emprendo el camino a casa mordiéndome el labio inferior, saciándome de hasta el más mínimo sabor de sus labios que se haya quedado impregnado en los míos.



Abro los ojos. La leve brisa otoñal hace bailar la cortina de mi ventana. Me despierto feliz por haber tenido ese sueño tan maravilloso. Pero a la vez me siento impotente porque se queda en eso, en un simple sueño maravilloso. No dejo de preguntarme si, en cualquier remoto momento de su vida, ella ha llegado a pensar en mi de la misma manera en que yo lo hago cada noche. O si en otra dimensión paralela a esta, ella y yo mantenemos una bonita historia de amor mientras que en esta me tengo que conformar con no tenerla cerca ni cinco centímetros.

Y es que, ni si quiera sé el día en que empecé a pensar en ella.

Llevaba un periodo corto de tiempo que no sacaba de mi pensamiento a Ana, la veterinaria de mi perro. Todo pasó de pronto. La conocía desde hacía un año, pero nunca me había fijado en ella, la veía una simple chica. No la consideraba nada en especial porque directamente no le prestaba atención. Pero fueron pasando los meses y aunque al principio se la veía una chica tímida y pelín distante, poco a poco fue cogiendo confianza, se fue abriendo y comenzó a mostrar su verdadero carácter, amable, divertida, cercana, dulce. Fue cuando empecé a prestarle atención, ha hablar con ella, charlar y contarnos cosas de nuestra vida como si fuéramos amigas. También comencé ha mirarla con otros ojos, de pronto la vi una chica guapa de la que podría haberme fijado desde el primer momento, encima el uniforme le quedaba perfecto. Pero aún así no pensaba en sentimentalismos ni nada de eso, simplemente disfrutaba de su presencia. No quería enamorarme de una mujer que me llevaba varios años y con la que estaba completamente segura que no tendría nada con ella. No porque yo no quisiera sino, porque ella nunca podría sentir nada por mi. ¿Qué podría ver en una chica de 19 años que tampoco era nada del otro mundo? Rellenita, con granitos, gafas y extremadamente insegura de sí misma. Nunca se podría enamorar de alguien así, ella sobresale de todo eso.

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