Sipnosis.

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¿Cómo comenzar?

Tal vez advirtiéndote que ésta historia no es como el típico cuento de hadas donde la chica espera en la torre a su príncipe azul. Lamento decepcionarte, pero esta es mi historia.

Me llamo Alexandra Jones, tengo diecisiete años, soy hija del vocalista de la banda Mirman, una de las mejores en el mundo del Rock. Seguro ya se imaginan como debe ser la vida de una estrella. Hace algunos años atrás mi padre decidió que lo mejor era que cada uno de los integrantes rehicieran su vida después de tanto estar arriba en el escenario. Los amigos de él, decieron intentar en New York mientras que nosotros escogimos Buford, un pueblo ubicado en el condado de Gwinnett en el estado estadounidense de Georgia.

Vivíamos muy felices allí, hasta que llegó él. El hombre que cambió mi vida por completo, el ser que aun sigo amando a pesar de todo. Cariñoso, comprensivo, respetable y la persona más buena que haya conocido, así era él. Enfrentamos muchos problemas de los cual sabrán más adelante, lo que importa ahora es el presente.

En estos momentos me encuentro escapando de mi confusa realidad junto a mi pequeña hija, Émile.

—Pronto llegáremos a Buenos Aires —le aviso sabiendo que aún no comprende mis palabras.

Respiro profundamente en cuanto siento el brusco movimiento del avión avisandome que ya habíamos llegado a destino.

Agarro a la pequeña Emi y bajo de aquel majestuoso transporte con el nombre de la banda. Aún recuerdo mi primer vuelo junto a mi padre. Tenía mucho miedo pero ahí estuvo él para darme ánimos.

Le pido a la recepción un taxi para llevarme a la capital. Allí mi madre tenía un departamento —ya que nació en este país— perfecto para ambas. Debería agradecerle en algún momento por darme clases de español.

Le pago al chófer, busco las llaves en mi bolso plateado llenos de stikers de dibujos animados pegados por mi pequeña. Émile comienza a saltar en mis brazos señalando a nuestro alrededor; edificios grandes, árboles con flores rosas, pájaros cantando alegremente, personas escuchando música. Sé que seremos felices y podremos comenzar de cero aquí en Palermo (localidad de Bs. As).

Un portero sale del edificio donde tendríamos que entrar.

—Hola, vos debes ser Alexandra, la hija de Raquel —pregunta amablemente tomando las valijas. Asiento un poco confundida por lo que dijo al principio.

—Sí, señor.

—Vení —sonríe, hace señas con su mano indicándome a pasar. Subimos a un ascensor, noto que marca el piso 6—. Que linda tu bebé, ¿cuánto tiene?

—Un año y medio —digo algo cansada. No me malentiendad, había sido un largo viaje. Lo único que quería era descansar un buen rato.

—Éste es tu departamento —abre la puerta y deja las valijas a un lado de la cama—. Cualquier cosa no dudes en llamar a recepción. Casi lo olvido, soy Alberto.

Tomo su mano gustosa, que viejito más amigable, debe estar pisando los sesenta.

—Muchas gracias.

Una vez que sale, saco mis botas de cuero negra, ya no soporto el dolor en ellos. Suspiro acomodándome el cabello en un chongo, decido investigar el departamento, mi madre no se equivocaba, es perfecto. Dos habitaciones, baño, cocina y un salón chico. Cientos de libros decoran éste último, no costará nada acostumbrarnos a vivir aquí.

Un llanto me saca de mis pensamientos. Supongo que debe de tener hambre. Alzo a la bebé —ya que se encontraba en el suelo jugando con su biberón— y nos acuesto en la cama y le doy su leche, sólo cerraré los ojos.

(...)

Me despierto gracias la luz que produce el sol a través de la ventana. Me levanto torpemente y cierro las cortinas. Émile sigue durmiendo por lo que aprovecho para acomodar las cosas. Comienzo por los artículos de cocina y limpieza, luego por los papeles importantes, y ya casi al final, la ropa. Entre ella encontré un sobre rosado con dibujos extraños y un sello conocido. Abro la carta con sumo cuidado, mis manos tiemblan.

Espero que cuando estés leyendo esto, ya te encuentres en Argentina. No vuelvas por nada en el mundo hasta que todo se solucione.

Con cariño, Carlos.

Suspiro fuertemente, paso mi palma por mi frente y me recuesto en el sillón lentamente. Todo es tan difícil de comprender. Me angustia la sola idea de pensar en que todo esto termine mal. Sé que Carlos hará hasta lo imposible por solucionar las cosas y hacerme entender.

El sonido del timbre me hace salir de mis tormentosos pensamientos.

—Que raro —murmuro para mis adentros. Nadie además de Carlos y mis padres sabia donde me encontraba.

Mientras me acerco cada vez más a la puerta siento como mi corazón va a mil por segundo. Mi nerviosismo aumenta, mi piel se ha puesto como la de una gallina y ni hablar de mis piernas, éstas tiemblan como una gelatina. Toco la perilla y la giro lentamente.

—Hola Xandra —saluda.

Abro los ojos como platos al mismo tiempo en que mi boca llega al suelo, literalmente. Es imposible. No, no puede estar aquí. ¿Cómo supo de mi paradero?

Seguro están muy confundidos y anciosos por saber quién es, pero para eso, necesitan saber sobre el pasado.

Rockera adolescente ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora