u n o.

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Maya caminaba por las calles vacías de su mente, estaba dormida.

Caminaba, escuchaba los tic que hacía la máquina que marcaba los latidos de su corazón —Maya siempre los escuchaba al quedarse dormida—.
Miraba hacia abajo, nada. Hacia los costados, nada. Arriba, nada.

Todo estaba tan lleno de nada.

Maya seguía caminando por las vías del tren de su mente, muy lejano se escuchaba. Quizás nunca llegaría.
Miraba hacia delante, una infinita nada. Llena de estrellas y nebulosas.

Quizás la nada era su todo.

Intentaba recordar algo, pero estaba vacío, era como un agujero negro.
¿Por qué estaba ahí? Era un producto de su imaginación, obviamente. De seguro estaba dormida y eso era un simple sueño.

Sí, eso.

No sabía cuánto había caminado, quizás minutos, quizás horas.

Observaba todo con curiosidad, no era aburrido. Quién sabía qué se escondía detrás de esa mera pared de nada.
El cabello de Maya era tan dorado como el sol —aunque en realidad éste sea rojo—, parecía algo tan maravillosa en esa nada.

Maya no sabía como caminaba, era como si estuviera en una calle común y corriente, pero estaba en... Nada. Ni sabía si estaba caminando sobre el aire.

Maya caminó, caminó y caminó. Una canción se escuchaba a lo lejos, muy lejos.

Maya comenzó a caminar (o lo que fuera que hacía) más rápido. Olía a algo... Era ¿azul? Bueno, para ella olía a azul, aunque no sabría como explicarlo exactamente.

Un brillo centelleante se acercaba a ella. Puso ambas manos juntas y lo atrapó.
Sus manos quemaban, así que decidió soltarlo.
Era brillo, nada más que eso.

Siguió adelante, algo le decía que debía hacerlo.
Escuchaba que alguien hablaba a lo lejos.

—Ordena medio kilo de de azules, compra tres monedas y paga con tres estrellas. ¿Bien? Anda, se hará tarde y cierran a las delfín.

¿Medio kilo de azules? ¿Pagar con estrellas? ¿Cerrar a las delfín? Que clase de disparate estaban diciendo.
Decidió acercarse más, nadie.

Frunció el ceño.

—¿Hola? —preguntó.

Alguien susurró algo que no pudo escuchar.

—Ho-hola, soy Maya, no sé quién seas, pero... ¿Me podrías decir dónde estoy? —preguntó de forma cordial.

—Oh, con tanta formalidad va a hacer imposible no contestar —la voz salió de la nada, Maya dio un salto.

—¿Qui-quién eres? —preguntó mirando a todos lados alerta.

La voz comenzó a reír, al parecer le habían dicho un chiste.

—¿Que quién soy? ¿Acaso no me conoces?

Maya negó repetidas veces.
Aún sin poder ver con quien hablaba, estaba segura que había fruncido el ceño y sus cejas habían quedado al nivel de su boca.

—Los niños de ahora —dijo en un suspiro, como de lástima—. Bien, me presento, soy la Nada, y tú eres Maya, ¿a que sí?

Maya miró a la nada con desconfianza, aunque técnicamente, no sabía donde se encontraba.

—¿Tú puedes verme? —preguntó.

La Nada emitió una carcajada, mofándose de la pregunta de Maya.

—Claro que sí, yo sé todo de todos.

—Pero... Si eres la Nada, tú no existes.

—Claro que existo, que cosas dices niña. ¿Con quién hablas sino? —en la mente de Maya, la Nada estaba cruzada de brazos.

N A D ADonde viven las historias. Descúbrelo ahora