epilogo.

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—Y así se conocieron sus padres, chicos. ¿Alguna pregunta?

Los tres niños de pelo azabache sentados de indio en la alfombra marrón alzaron la mano.

—Tía Karen, ¿entonces tú le gustabas a papá?—Preguntó Jacqueline, la más pequeña.

—Al parecer sí. Aunque yo de eso me enteré después.

Otro de los niños habló:

—Tía Karen, ¿es por eso que papá se preocupa por siempre hacer que mamá pase un bonito cumpleaños?—Preguntó Johan, el mayor de los tres.

  —Eso creo. Creo que aún sigue sintiéndose culpable por aquella ocasión del restaurante de comida china. Aunque dudo que le guste recordarlo. Mejor evitar recordárselo, ¿de acuerdo?

Los tres asintieron.

Nancy, la mediana, nombrada así en honor a una de las protagonistas de una de las películas de horror favoritas de su madre, alzó la mano una vez más, pidiendo permiso para hablar.

—Tía Karen, ¿y qué paso contigo y Eduardo?

Karen suspiró y sonrió melancólica antes de contestar. —El tío Eduardo murió unos meses antes de que tú nacieras, mi amor. Fue una total lástima, a él le habría encantado conocerte. Y a ti también, nuestra pequeña Jackie—mencionó pellizcando la nariz de la última mencionada y sentándola sobre sus piernas.—Desgraciadamente, el pobre tío Eduardo sólo tuvo la oportunidad de conocer al revoltoso Johan Jr.

Las niñas rieron y el chico frunció el ceño para unirse a las risas de sus hermanas segundos más tarde.

—¿Y lo extrañas, tía Karen?—preguntó Jackie jugando con sus dedos.

—Por supuesto que lo extraño, mi amor. Pero yo sé que él, de alguna forma, sigue aquí conmigo. Queriéndome tanto como yo a él—sonrió— . Además, su madre me ayudó muchísimo en esa época. No me dejó sola ni por un segundo. Nunca lo ha hecho. Es una gran amiga.

En ese instante la puerta principal se abrió y por ella entraron los que alguna vez fueron los jóvenes Keyla Cook y Johan Abney, riendo posiblemente de algún chiste contado por él último.

La pequeña Jackie saltó de las piernas de su tía y corrió a abrazar a su padre quien rápidamente la recibió en sus brazos sonriente.

 —¡Papi, papi! Tía Karen nos contó la historia de cómo se conocieron tú y mamá. Dice que comenzaron hablando por teléfono. ¿Puedo tener un teléfono? 

Johan negó con la cabeza.—Aún no. Todavía eres muy pequeña.

La menor alcanzó a hacer un puchero pero no se quejó.—La tía Karen también nos contó que arruinaste el cumpleaños número quince de mamá y que por eso ahora procuras que ella pase lindos cumpleaños.

Sonó un estruendoso shh proveniente del suelo de la sala. Eran Johan y Nancy.

—¡Jackie,—susurró Nancy—se supone que no debíamos decir eso! 

La menor se tapó la boca horrorizada y dijo en un tono muy bajito algo así como "Lo siento, tía Karen". Entonces Karen y Keyla se rieron.

—Muy bien chicos, estoy segura de que a su tía Karen le encantaría contarles más historias de nuestra juventud y de todas las metidas de pata de su padre, que créanme, son bastantes.—Johan fingió estar ofendido pero acabo riéndose con su familia—. Pero por ahora ustedes deben ir a la cama. Es tarde.

—¡Pero mamá!—Se quejó Nancy.

—Ya oyeron a su madre, chicos. Mañana habrá más historias. Recuerden que por cada niño que se duerme tarde...

—Un perezoso muere en algún lugar del mundo—completaron los tres.

—Exacto. Ahora... —mencionó pasando a Jackie sobre sus hombros y haciendo mueca de esfuerzo.—¡Uy! Estás más pesada, mi amor. ¿Qué has comido?

—La tía Karen nos hizo brownies, papá. Comí siete.

—Bueno, espero que me hayan guardado uno.

Supo que no fue así cuando los niños corrieron a sus dormitorios entre risas.

—Lo siento, papá—exclamó la menor antes de bajar de sus hombros y darle un beso en la mejilla a su padre.—¡Buenas noches, papá! ¡Buenas noches, mamá! ¡Buenas noches, tía Karen!—recitó antes de salir corriendo a su habitación. 

—Muchas gracias, Karen. Por cuidarlos está noche—le agradeció Johan—, ellos te adoran, lo sabes, ¿no?

—Creo que lo hacen bastante obvio—rio ella.—Bueno, chicos, debo irme. Ya es tarde y debo llegar a un lugar...

 —¿A qué lugar...? ¡No es posible!—exclamó Keyla de repente.—¡Tienes una cita!

No era ninguna pregunta, era una afirmación con todas las letras de la palabra. Karen se puso tan colorada como un jitomate y Johan dijo:

—Mi querida cuñada me conseguirá un lindo cuñado, ¡finalmente!—Karen le dio un manotazo y Keyla no pudo evitar reír. Estaba feliz por su amiga.

—Aún no es nada seguro—se apresuró a aclarar, el color rojo finalmente comenzaba bajar de intensidad, aunque sus orejas aún parecían estar a punto de estallar.— Solo nos estamos conociendo.

—Eso es bueno, Ka—opinó Keyla—. De verás amiga, me alegro muchísimo por ti. Aunque quién sea que sea ese a quien apenas estás conociendo, tendrá que pasar por mi extensa y exigente prueba de control de seguridad—añadió bromeando.

—¡Uy, pobre Karen!—Exclamó Johan.—¿Sabes? Deberías comprar un gato. Dicen que son la mejor compañía en mujeres solteras de los 30 años en adelante y déjame decirte que las probabilidades de pasar ese dichoso control de calidad es mucho menor que las probabilidades de que Keyla rechace una invitación a comer cualquier platillo de la China.

Y entonces todos rieron.


  


¿Keyla o Karen?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora