Desde que todo comenzó tenemos una regla, una irrompible, no confiar en las personas. Traidoras o traicionadas. Vivas o muertas. Nosotras ya elegimos nuestro camino.
Arlett Kest esperaba en la puerta de su instituto, mientras charlaba con sus amigos, a su prima. Como la mayoría de los días que la cuidaba, llegaba tarde. En las noches trabajaba en un restaurante hasta la madrugada, por lo que siempre que la pasaba a buscar estaba en pijama y con comida rápida en la parte trasera de su destartalado auto azul. Azul sucio, suele burlarse Arlett.
—Lettie, ¿te gustaría ir al parque en la tarde?—La nombrada se volteó a su amiga y negó, sonriendo.
—Lo siento, no puedo, hoy veré películas con River—La niña resopló y asintió, para luego seguir parloteando con los otros niños.
Hablando del diablo, el armatoste azul sucio se estacionó a unos metros de Arlett, quien tomó su mochila y se despidió de sus amigos. Al subir al auto, se encontró con la expresión de seriedad poco común en River. La radio relataba sobre unos incidentes extraños en ciudades cercanas.
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—¿Pasa algo?—La castaña se volteó a verla, ida.
—No, sólo estoy cansada—Apagó la radio y encendió el coche—. ¿Cómo te fue en tu examen?
—No muy bien, la vieja nos reprobó a todos.
—¿A todos?—Preguntó divertida y la niña puso los ojos en blanco.
—A la mayoría.
—¿Segura?
—Bien, sólo a Jack y a mí—Sonrió al escuchar reír a la mayor y recostó su cabeza en el cristal, observando las casas borrosas por la velocidad. Veinte minutos más tarde, las dos estaban recostadas en el sillón de River, mirando la televisión y comiendo hamburguesas.
—¿Se supone que esto miran las chicas de tu edad?—Preguntó la mayor a Arlett, mientras miraban Los Juegos del Hambre—. Proclamo mi amor hacia Finnick.
—No vale, yo lo ví primero.
—Te jodes, es mayor para ti—Se limpió las manos al terminar su muy saludable y nutritivo almuerzo y me sonrió.
—Bruja.
—Interrumpimos la programación para dar un comunicado. Numerosos disturbios siembran el pánico en Atlanta, San Francisco...—River tomó el control remoto y subió el volumen, preocupada. Escuchaba a Arlett cantar desde la ducha y no lograba concentrarse, solo pensaba en su familia en peligro y sintió miedo, mucho. Palabras sueltas era lo único que retenía virus,peligroso, muertos—. Repito, no salgan de sus casas.
Segundos más tardes, cinco llegó a contar, se cortó la luz del lugar. River se levantó del sofá, sobresaltada, y escuchó a Arlett maldecir por el agua helada. La mayor golpeó la puerta del baño, para que se apresure.
—Rápido, Lettie, tenemos que ir a tu casa—Tomó su teléfono celular y marcó a su tío, pero las líneas estaban colapsadas. Soltó un grito de frustración y buscó un bolso.
Arlett observó a su prima, preocupada. La mayor estaba guardando muchas cosas en un bolso y una mochila. Ropa, comida, medicinas. Estuvo en silencio hasta que la vio tomar la cuchilla.
—Riv, ¿qué es lo que está pasando?—La siguió y subió al auto en cuanto se lo ordenó—. ¿Por qué vamos a mi casa? Mis padres trabajan. Me asustas—La nombrada golpeó el volante y sostuvo su cabeza entre sus manos, inquieta.
—No se que mierda está pasando, pero es malo. Así que por una vez en tu vida, has silencio—Arrancó el auto y, a toda velocidad, manejó hasta la residencia de los Kest. Arlett notó un cambio importante durante el camino, ellas eran las únicas por las calles.
River Rheon se estacionó en el jardín de la casa de sus tíos y bajó, apresurada. Arlett, preocupada, le alcanzó las llaves. Con las manos temblorosas, la mayor abrió la puerta de entrada, pero no había rastro de vida en la casa. Revisaron la estancia de arriba a abajo, pero los padres de la niña no estaban y no había ninguna nota.
—Quizás sigan trabajando—Murmuró la rubia, asustada—. O quizás estén en casa del tío Dan—Al escuchar el nombre de su padre, River volvió en sí y asintió.
—Seguro que sí, pero ya es tarde, mejor cerramos todo y comemos algo antes de irnos a dormir—Revolvió el cabello de la menor, para no asustarla aún más.
Espero que estén bien.
River entró su destartalado auto en el garage y bajó las cosas. Cerró puerta y ventanas, incluso pudo darse un baño, aprovechando que aún había electricidad por la zona. Arlett calentó la comida de la noche anterior e intentó comunicarse con sus amigas, pero no tenía Internet.
—¿Cómo estás?—Le preguntó River, mientras se secaba el cabello con una toalla. Dejó su teléfono a un lado, sonriendo.
—Bien, un poco preocupada, ¿y tu?—Le acercó su plato de comida y la mayor lo aceptó, gustosa.
—Igual—Admitió y cenó en silencio. La menor asintió y la imitó. No era normal que River se quedara callada cuando están solas, solía hacerlo cuando estaba preocupada. Siempre quiso más a su prima que al resto de su familia, es la más divertida, al fin y al cabo, aunque el tío Dan no piense lo mismo. En casi todas las reuniones familiares, los dos discutían de los trabajos de River. El tío solía decir que era hora de que madure y se busque un buen trabajo y una pareja estable, pero la castaña le respondía con un grito y un "no sabes nada".
Cada vez que la niña intentaba defender a su prima, su padre la callaba y le decía que no debía meterse, que era asunto de ellos dos. Pero Arlett jamás comprendió porque nadie decía nada. En realidad, casi nunca entiende a los adultos.
—Lettie—La llamó su prima por tercera vez y esta salió de sus pensamientos, confundida—. Dame tu plato, así lo lavo.
Sonriendo, se ofreció a ayudarla y a los pocos minutos, ambas estaban acostadas en la cama de los padres de Arlett.