Sólo quiero ver la luz,
la luz del atardecer rosado,
el atardecer que siempre admiro con el cielo medio naranja atravesado.
Donde todo es tibio.
Ese atardecer que me hace amar el día en el que se presenta.
Donde las fotos no pueden capturar su belleza,
porque sólo es capaz de apreciarse en persona.
Pareciese entonces que el mundo girase entorno al cielo,
que refleja el color cobrizo en mi cabello.
Su calor abriga mi nariz,
el color del piso cambia su matiz.
Todo parece encantado,
asi como cuando el cielo de estrellas se encuentra acribillado.
Entonces me quedo callada,
al cielo hipnotizada mirando,
o a veces canciones cantando.
Capturando en mi mente ese bello momento.
Cuando tan libre me siento,
a veces lloro,
embelesada, en los naranjas cubiertos de oro.
Una vez el rosa fue violeta,
como las flores.
Fue cuando mi garganta se rompió cantando.
Hasta que las sombras dejaron de cubrir mi corazón.
Una vez comencé a pintar.
Mezclando colores,
con la música que me llenaba de vida.
Descubrí como hacer arte.
No por la pintura,
si no por reflejar lo que sentía en el dibujo.
Mi energía canalizada en flujo.
Las tonalidades de los colores...
Fuerte, medio, suabe, blanco, negro...
Pero nunca un vacío sin pintar,
todas mis emociones,
llenan por completo el vacío de la hoja.
Rebalsando los márgenes.
Como una aurora boreal,
que pasea desordenada por el lienzo de la noche.