Amigos.

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Ya era hora de hablar sobre esas bonitas amistades, esas que se forjan con años. Con la confianza en el otro.

Se conocieron en el primer día de clases. Ambos venían llegando al colegio, unos pequeños puntos corriendo por todos lados, cayéndose y poniéndose de pie, jugando con otros niños.

Ellos dos eran unidos, así como diferentes. Ella era Amalia. Era lo contrario a lo que cualquiera pudiese suponer. No era delicada, amable o buena. Eso decían todos. Molestaba a sus compañeros de aula y desafiaba a todos. Por eso no tenía amigos.
La excepción a eso era Iken. Tampoco era santo en su curso, pero era bueno. Ayudaba a las profesoras y a sus compañeros, además de que mantenía a Amalia controlada. Iken temía que alguien descubriese su secreto, por lo cual no hablaba mucho, aunque era amable y simpático con todos.
Amalia sufría mucho en su casa. Su padre no era una persona buena. Lo único que pensaba durante el día era ¿Papá llevará a una chica hoy? Rubia, morena, pelirroja.. O será un chico de cabello rizado? Hará mucho ruido?
Amalia no sabía lo que su padre hacía en casa, pero cuando escuchaba la puerta cerrarse y las voces avanzar por el pasillo, enseguida se encerraba con pestillo en la ventana y la puerta, y abrazaba a su oso de felpa, único sobreviviente de la tragedia llamada Elenna, la nueva madre que nunca estaba, Tedders era el último recuerdo de los ojos color sol de su madre.

Amalia e Iken crecieron juntos. Sabían todo uno del otro, pasaban tardes enteras juntos, jugando, viendo películas, haciendo las tareas, un poco de todo. Durante ese tiempo Elenna tuvo un hijo. Una copia de ella. Cabello rizado del color del trigo y ojos claros que reflejaban el cielo. Amalia no soportaba a ese crío. Pasaba las noches enteras despierta por los gritos de Mike, pero su padre adoraba a ese bebé. Aún más que a ella. Dejándola de lado por su nueva familia perfecta.

Iken creció junto con Amalia, pero al llegar a su adolescencia, los sentimientos cambiaron. Él trataba de pasar más tiempo con ella, le llevaba flores que cortaba en el camino cuando la visitaba, y para el cumpleaños número 16 de Amalia, quiso sorprenderla.

Iken había pasado los meses anteriores al cumpleaños de Amalia trabajando, aunque eso implicaba que no podía estar tanto tiempo con ella. Cada vez que ambos salían, ella insistía en pasar por la calle de la joyería. Había un collar que ella miraba, siempre se detenía a verlo, aunque no era nada increíble. Era delicado, simple. Justo como ella. Cuatro copos de nieve, de distintos tamaños, que estaban unidos por un pequeño hilo que les daba la forma de un rayo.

Iken trabajó ese tiempo para poder comprar el collar para Amalia, lo dejó reservado, ya que era una pieza única, y pasó días enteros buscando trabajo. Cuando lo encontró, se esmeró completamente para conseguir el mejor dinero posible, sólo por ella. Por su Amalia, quien había sido su mejor amiga, quien tenía ojos chocolate que parecían contener el firmamento entero en su brillo. Esa piel tersa y dorada que quedaba hermosa con todos los colores. Ese cabello largo y oscuro como la noche que había crecido con el tiempo, llegando a su cintura. Sus manos delicadas que hacían maravillas al correr sus dedos por las teclas del piano que había en el salón de su casa.

Amalia, por su parte, no entendía las ganas de su amigo por tener un trabajo, pero había un chico, Luca, que buscaba su atención. Amalia le dio una oportunidad, ya que tenía mas tiempo libre al estar Iken ocupado. Durante esos dos meses, Luca entabló una amistad con Amalia, cortejándola y dándole pequeños detalles y atenciones.

Iken al estar tan ocupado, no lo notaba, pero al preguntarle a los padres de Amalia por su celebración de cumpleaños, ellos le dijeron que la pequeña había querido invitar a otro de sus compañeros, un tal Luca Rennard. Iken no se preocupó, ella era su mejor amiga, y el regalo le compensaría su descuido en esos dos meses.

Pero eso no pasó. Iken tuvo un accidente de camino al cumpleaños. Un conductor borracho, sobrepasando la velocidad permitida perdió el control de su auto, desviándose a la acera, por donde Iken caminaba con los auriculares puestos, jugueteando con una caja pequeña, de color lavanda, atada con un lazo a una carta escrita a mano.

Él conductor e Iken murieron al instante, y al llegar los curiosos a ver la escena, nadie notó que uno de los chicos que pasaba tomó la pequeña caja que había caído al pasto junto a las aceras.

¿Era Luca?

Sí. Le entregó el regalo a Amalia, omitiendo la información sobre Iken, y pasó días, meses y años acompañándola y amándola, tanto como Iken habría hecho.
Tuvieron dos hijos, Jenna y Eric, quienes crecieron juntos, recordándole a Amalia su mejor amigo, su joven Iken, cuya vida había sido arrancada antes de tiempo.

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⏰ Última actualización: Mar 15, 2017 ⏰

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