No era cosa de creyentes.
No era cosa de enamorados,
ni de odiados.
Era el simple ver
del no tener.
Era cada pensamiento,
emoción y sentimiento
que vagaba por su piel.
Fue cada lágrima no derramada.
Cada sonrisa desalmada.
Como agua de mar
salada, fría y sanadora
pero nunca soñadora.
Fue la imagen deseable
de lo inalcanzable.