Prólogo.

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–¡Sylvia! ¡Por aquí! –un chico no demasiado alto, de unos diez años se podría decir por su rostro infantil, con cabellos cortos de un rubio pálido, miró al suelo, a las hojas secas de los árboles otoñales revoloteaban ante sus pies. Dio un paso. Luego otro. Y así hasta dar diez. "Diez pasos a la derecha desde el árbol con el columpio de rueda..., tres a la izquierda..., siete a la derecha...". Y entonces notó algo metálico bajo sus deportivas.

–¡Sylvi! –volvió a gritar antes de escuchar unos rápidos pasos que se unieron a él. A su lado se plantó una muchacha algo más alta que él, con el mismo color de pelo, y la misma sonrisa en su cara, aunque su rostro y sus facciones eran más adultas y, obviamente, más femeninas. Apartó el pie y se agachó, deshaciendo con las manos un montoncillo de hojas formado por el airecillo que corría. Debajo de aquello, se descubría un raíl oxidado, que, si apartabas la vegetación, te llevaba a un sitio extraño para bastantes. Aunque para él se sentía acogedor, como en el salón de la casa de sus abuelos, con el hogar encendido. Como el recuerdo de un abrazo de alguien a quien quieres mucho.

–Impresionante –soltó ella por él en un suspiro. ¡Sigue igual que hace 3 años! –observó, casi impresionada. Ambos tenían la cabeza para observar la maravilla que se alzaba ante ellos. El chico sonreía, mrando hacia arriba y hacia el bosque detrás de aquel sitio. Por el rabillo del ojo pudo ver que la joven giró para mirarle, con una sonrisa radiante–. Ven –ordenó–. Quiero enseñarte algo –añadió con nerviosismo, a la vez que le cogía de la mano y le obligaba a sentarse en frente suyo, apollados en unas rocas redondas que se balancearon un poco cuando los hermanos se dejaron caer en ellas–. No puedes contarle esto a nadie, ¿vale?

–Jurado –le prometió, aunque sin comprender el por qué de tanto secretismo.

Sylvia sonrió y cerró los ojos por un momento, suspirando. Se frotó las manos después de quitarse los guantes, se levantó y, con las palmas abiertas, apuntó hacia el suelo. Y allí donde la sombra invisible de sus manos se habría proyectado si el sol hubiera brillado en el cielo otoñal de aquella tarde, la hierba mustia comienzó a brotar verde y algunas florecillas. El rubio parpadeó varias veces, sin creer lo que estaba pasando ante sus ojos. Maravillado, estiró la mano para intentar tocar la nueva vegetación, mientras esta seguía creciendo lentamente.

Entonces, un silbido casi inaudible y una flecha atraviesaron la tranquilidad, y fueron a parar a los pies de Sylvia, justo donde la nueva vegetación comenzaba a brotar.

–¡Peter! –chilló la muchacha–. ¡Corre! –el chico no sabía qué hacer, la confusión del momento le había paralizado casi todo el cuerpo. De repente, se encontró corriendo, arrastrado por su hermana, que miraba hacia las ramas de los árboles por encima de sus cabezas mientras corrían huyendo de aquel lugar...

Después de ese día, pasó una semana en la que Sylvia no habló a su hermano pequeño, tampoco su madre era muy comunicativa con el pequeño. Luego de aquellos días, una mañana de sábado, Peter despertó en su casa, pero fue el único que lo hizo.

Sylvia y su madre se habían esfumado, dejando a Peter como huérfano y contra el resto del mundo.

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NDA: ¡HOLA! Lo primero, gracias por tomarte tu tiempo y dar una oportunidad a esta cabecita de adolescente atrofiada. Bueno, esto es como el prólogo de lo que voy a venir escribiendo a partir de ahora... si a alguien le gusta (?). Así que si lo leéis y os llama la atención o algo por el estilo, por favor, decídmelo y así yo me pongo feliz y somos felices juntos. Lo mismo si no os gusta, por favor decídmelo y comentad qué es lo que os ha hecho pensar así, de este modo yo puedo aprender de mis errores e intentar remediarlos o al menos mejorar en esos aspectos en los que voy mal. ¡Muchas gracias por su atención!ANGELITA.

Somewhere only we knowDonde viven las historias. Descúbrelo ahora