Capítulo Único

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Cada noche era lo mismo, está vez cuando estaba a punto de conciliar el sueño, siente un fuerte dolor en el pecho que le hace imposible para él caer en los brazos de Morfeo, la primera vez fue cuando se dirigió a su templo después de haber sido citado por el patriarca para aumentar la cantidad de rosas mortíferas en su jardín para que se ningún invasor se acerque al santuario. Estaba cruzando el campo de rosas cuando de repente siente un fuerte dolor en el corazón que le impide seguir adelante.

— ¿Pero qué...?— el sufrimiento fue tanto que cayó al suelo.

Su vista comenzó a nublarse, se sentía mareado. ¿Acaso se había envenenado con sus propias rosas? No, imposible, él era impune al veneno de sus rosas. Pero entonces, ¿Cómo? Cayó al suelo, trato de levantarse pero era inútil, poco a poco visualizo a alguien acercarse, por la silueta distinguió que era una mujer, no podía ser cierto, nadie era capaz de cruzar su campo de rosas sin morir en el intento a excepción de él.

— No te preocupes, bella flor— su voz era melodiosa, aún con el dolor de su pecho suyo disfrutar de lo que estaban escuchando sus oídos aún que sea un segundo—. Conmigo estarás a salvo.

A pesar de sus palabras tenía el presentimiento de que estaba equivocada, ya que sin saberlo ella sería su perdición. Con un leve dolor de cabeza, fue como poco a poco fue despertando de su sueño, tocándose el pecho al instante, se sentía mucho mejor, miro a su alrededor dándose cuenta que se encontraba en su templo recostado sobre su cama, suponiendo que aquella extraña mujer había sido quién lo había ayudado, trato de recortar aún que sea una fracción de su rostro, pero nada, lo único que se había quedado grabado en su mente era aquella melodiosa voz de la joven.

— ¿Qué me está pasando?— se cuestionó así mismo tocándose la cabeza, esa era una de las mayores preguntas que tenia en mente hasta el momento.

Para mal o para bien aquellas dolores en el pecho y encuentros con la joven se habían habituales, nadie en el santuario lograba entender el origen del dolor de Piscis hasta que el mismo se dio cuenta, era la joven. Cada noche antes de encontrarse con ella, el dolor apareció al igual que la doncella, el idea al principio se había puesto en duda, ¿Ella era la culpable de su padecimiento o era su salvadora ante esté? No lo sabía, pero tenía planes de averiguarlo.

Esa misma noche se dirigió a su jardín de rosas a la espera de la doncella, se sentó sobre las flores, y así estuvo durante toda la noche, al ser un caballero de Athena le habían enseñado diferentes técnicas que le estaban siendo útiles en aquel momento, sin sentir ni una pista de sueño o hambre durante todo el tiempo, y sin despegar la mirada del inmenso campo, hasta que de la nada apareció frente a sus ojos, tocando su corazón de inmediato, no sentía ninguna punzada, le parecía extraño.

Poco a poco se fue acercando y se dio cuenta de lo realmente bella que era aquella joven. Un largo cabello negro como la noche y unos intensos ojos azules como su mismo cabello, sin dudas mujer más hermosa que haya conozco. Al verla anonadado ante su presencia, la doncella sonrió.

— Veo que estás feliz de verme.— al instante sintió un escalofrío recorrer su cuerpo al escuchar su voz.

— ¿Quién eres?— preguntó sin quitarle la vista, al mismo tiempo que se levantaba del suelo.

— Yo, mi querido Aphrodite— coloca la mano en su pecho, orgullosa de si misma—. Soy la ninfa de este campo de rosas.

— Pero el veneno...— trato de comprender, pero lo interrumpió.

— No te preocupes— da unos cuantos pasos hacia él, quedando frente a frente—, soy inmune a su veneno al igual que tú.

— Dime— ordenó el santo—, ¿tú eres la causante de mi enfermedad?

— Para nada, todo lo contrario mi querido Aphrodite— le mostró una sonrisa que lo dejo sin aliento—, soy tu salvadora.

— ¿De qué hablas?

— Tú y yo estamos unidos gracias a esté jardín— extendió los brazos, mostrando su alrededor sin dejar de mirarlo ni un segundo— por toda la eternidad.

Esas fueron las últimas palabras que pronunció antes de romper la distancia entre ellos y robarle un beso al más bello entre los ochenta y ocho santos de la diosa Athena, no se resistió, no podía evitarlo, era como si algo dentro de él lo consumiera por dentro surgiendo una intensas ganas de envolverla en sus brazos y estar así por siempre, la ninfa sonrió en medio del beso, había logrado su cometido.

Desde hace muchos años lo había mirado entre las sombras, aún que nunca se había atrevido a acercarle hasta el día de hoy. Cientos de años había vagado sola por el mundo, sin un propósito en esté hasta que lo vió, en aquel inmenso campo de rosas dejándola sin aliento y prometiendose a sí misma que algún día sería la dueña de aquel hombre poseedor de una alma tan pura, semejante a la flor más bella de su propio jardín, y para su sorpresa, lo había logrado.

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La Flor Más Bella ━ Aphrodite De Piscis [Saint Seiya]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora