Primera parte

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Había escuchado hablar sobre el chico de la habitación 22 desde su primer mes de trabajo como payamédico en aquel instituto de rehabilitación psicológica y neuronal.

Con sólo veintiuno recién cumplidos y tres años de la licenciatura de psicología a su favor, estaba seguro que a aquellos encolerizados y desesperados médicos se les escapaba algo.

- Vamos, no puede ser tan terrible.

- Niño, en verdad no lo has visto.

El agotado hombre de entrados los cuarenta quitó las gafas de sus ojos y frotó su frente al mismo tiempo que soltaba con lentitud el aire de sus pulmones.

- Su legajo dice automutilación. No presenta trastornos de personalidad ni descargas violentas. ¿Dónde radica el mayor problema en su tratamiento?

- No hay tratamiento, niño. Él no habla, de vez en cuando te mira y logra intimidarte. Te espanta. Es fantasmagórico. No podemos analizarlo en esas condiciones, por lo tanto, tampoco podemos diagnosticarlo y ejecutar un protocolo de acción en él.

De acuerdo, lo de "niño" estaba colmando su paciencia. ¿Acababa de decir analizarlo para activar un protocolo estandarizado en él? Si no supiera que aquel hombre dictaba cátedras en su facultad, le hubiera gustado reprocharle su título.

El chico estaba sufriendo. Su deber era detectar cuál era el motivo que afectaba su psiquis y ayudarlo a llevar adelante aquello. Debía brindarle la mejor calidad de vida posible. Debía encontrar qué era lo que él necesitaba, no poner una etiqueta que reemplace su identidad y lo reduzca a una patología. 

Hizo su flequillo a un lado, acomodó su garganta antes de hablar y evitó sonar molesto.

- ¿Puedo intentarlo, señor Wellk?

El directo del instituto lo miró con duda en sus ojos, pero el cansancio era mayor y terminó asintiendo mientras aflojaba el nudo de su corbata.

- Bien, Zayn, acompaña a Louis.

Zayn era un terapista ocupacional. Lo conocía gracias a Liam, quien pertenecía al área de enfermería y mantenía una agradable relación con el morocho.

- Suerte con eso. Estaré esperando aquí fuera -murmuró Zayn mientras le entregaba una llave con el número 22 pintado en azul.

Giró la llave en la cerradura, estaba furioso de tener que hacerlo. No era nadie allí, pero detestaba la idea de mantener encerradas a las personas, sobre todo cuando no era indispensable para su seguridad o la de los demás.

La realidad era que él no conocía al chico y deseaba hacerlo pronto. Golpeó la puerta para hacerse notar mientras le daba otra mirada al legajo. "Harry Edward Styles, 19 años".

Golpeó una vez más antes de abrir. Era consciente de que el chico no respondería, pero incluso así le parecía correcto de todos modos. No invadiría su privacidad.

- Buenos días, Harry. ¿Puedo entrar?

Un pálido rostro volteó en su dirección. Perfectos rizos castaños enmarcaban simétricas facciones, un profundo par de orbes color verde y labios escarlata bien definidos.

Se hallaba ante un ángel. Un desolado ángel de mirada perdida y alas invisibles. 

The Guy in the Room 22 | L.SDonde viven las historias. Descúbrelo ahora