ANTES

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A los 21 años creía saber escoger entre las cosas que me ayudaban a ser feliz y las que no. Había sido dura con todas aquellas personas que pretendían acomodar mi vida a su gusto o que solo deseaban pasearse un momento por ella y desordenarla. No permitía esas cosas.
Mi corazón se había enamorado de un patán al que le pasé la cuenta de cobro después.
No me importaba si luego hablaba de mí, el daño que me había hecho y la cantidad de lágrimas que me hizo derramar se las hice pagar con mi indiferencia.
Me dediqué a mí y a mí crecimiento.
Ahora, yo era la dueña de mi mundo. Así que lo que venía estaba claro para mí. Trabajar, estudiar, no perder el tiempo en amoríos y vivir la vida al lado de mis amigas.
Un día, sin darme cuenta, algo cambió en mí, y esa fortaleza que me caracterizaba, desapareció. Me convertí en un frágil vaso de cristal. No. Aún más frágil. Desde entonces, he sido como las alas de la mariposa, una gota de agua es capaz de destruirlas.

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