Vio a la criatura cuando lavaba los platos, a través de la ventana chica de la cocina. En realidad, no alcanzó a verla del todo, sino su abominable sombra escabulléndose entre los árboles del jardín. Lo suficiente, diría después al cronista del periódico local, como para correr al teléfono y hacer la denuncia.
La policía buscó en los alrededores del vecindario y en los campos lindantes. La zona donde estaba emplazada la pesquisa era bien al oeste, donde la localidad terminaba y le daba paso a una extensa llanura que se extendía cinco kilómetros hasta el siguiente pueblo, otro sitio olvidado en la recóndita pampa húmeda argentina.
Cuando el patrullero llegó, Irma aún se estaba secando las manos en el delantal. Estaba visiblemente nerviosa, no obstante, asumía con hidalguía el rol de "única testigo". Luego llegarían los reporteros, los vecinos y más tarde, su marido.
- ¿Qué es todo esto, Irma? - preguntó contrariado, bajando del tractor de los Santos, que siempre tomaba prestado para ir y venir a su trabajo en los campos situados unos tres kilómetros al norte.
Su mujer le pidió guardar la compostura. No era para menos. Estaba a punto de salir en directo para el noticiero del canal de cable.
Cuando solo quedaron los dos, Rodolfo quiso saber bien que había pasado.
- ¿Un monstruo, estás segura? - a pesar de haberla oído repetir al menos una decena de veces la misma historia a todo el que preguntara desde que había llegado a casa, aún no podía creer lo que su esposa estaba diciendo.
Irma se ofendió, como era de esperar. Arrojó el delantal sobre la mesa y anunció que se iría a comer a lo de su madre.
- Sola - le aclaró un segundo antes de dar un portazo.
Rodolfo se preparó una milanesa con dos huevos fritos. Hubiese querido acompañar el plato con papas fritas, pero solo a Irma le salían crocantes como a él le gustaban. Se acostó temprano, mirando en la repetición del noticiero la imagen de su mujer hablando en el frente de la casa, sin dejar de gesticular y señalar hacia el patio.
Despertó sobresaltado en la madrugada y buscó con la mirada el cuerpo dormitando de Irma a su lado. No lo encontró. Encendió la luz. Eran las tres. Primero se preocupó, luego se enfadó. No podía creer que su mujer se hubiese ofendido de tal manera como para dormir en lo de la madre. Ya no era una chiquilla, tenía sus responsabilidades... escuchó ruidos en el patio.
Se levantó sin siquiera calzarse las pantuflas. Descalzo avanzó en la oscuridad, tanteando las paredes para evitar tropezar y espantar al intruso. A esa altura, estaba seguro que era alguien. Podía sentir los pasos que venían del exterior. Alcanzó a agarrar un viejo paraguas y puso la mano en el picaporte de la puerta trasera. Con la punta del paraguas accionó el interruptor de la luz del patio y abrió la puerta. Salió casi dando un salto, blandiendo el paraguas.
Quedó petrificado. Allí estaba, enorme, de más dos metros, imponente y al mismo tiempo, bestial. Su rostro peludo, sus brazos anchos, el torso firme y preponderante, las piernas tan robustas como troncos de árboles señoriales... y tomada de la mano, con una sonrisa que le surcaba el rostro de oreja a oreja, Irma.
- ¿Irma... es... es el monstruo? - preguntó balbuceando Rodolfo, que para entonces había olvidado por completo que estaba en pantuflas, calzoncillos y con un paraguas en la mano.
Ella lanzó una carcajada y con un ademán, lo hizo a un lado.
- ¡Ay, si! ¡Pero es de divino!
Luego entraron a la casa y cerraron la puerta al pasar. Con llave. Rodolfo, sin salir de su asombro, escuchó a la brevedad sonoros aullidos y los gritos de su mujer.
No pedía auxilio, por cierto.
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El olvidado Buriel y otros cuentos
General FictionMúsicos olvidados, milagros existenciales y amores no correspondidos. Algunos de los muchos ingredientes de un cóctel de letras que se ocupan del inevitable paso del tiempo y nuestra humana y sangrienta carrera contra la muerte.