Prιмera parтe: вajo el ѕol nacιenтe

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Recuerdo perfectamente mi primer día en Egipto, aquella belleza de un país mágico me abrumo, para mi, que apenas había salido de Londres, fue una especie de liberación.

Mi padre siempre me había contando hermosas historias de faraones y dioses, todas con finales mágicos, algunas tenían finales más trágicos que otros, siempre hay tragedia en toda belleza, pero volviendo al punto de partida, jamás olvidare como el sol de Egipto me dio la bienvenida.

Muchos decían que al ir a Egipto tenía que ir con cuidado, ya se sabe, ciertos malhechores rondaban esperando a que un turista despistado bajase la guardia, pero no siempre hay que ponerse en lo peor, supongo que si te van a robar da igual que estés en Londres o en El Cairo, si tiene que pasar, pasará.

Mi primera parada fue en un restaurante "Hawy" era más bien un tipo de bar, era amplio, todo hay que decirlo, pero sus condiciones en cuanto a la limpieza podían haber sido mejores.
En ese lugar iba a reunirme con el director del museo de El Cairo, pero la verdad no apareció, supongo que tendría cosas mejores que hacer que reunirse con una "Inexperta arqueóloga inglesa" así que mando a su chófer a buscarme, "Ali" siempre me ha parecido un nombre curioso, sencillo, pero curioso, Ali era un gran tipo.

Cuando llegue al museo y entré, me asombré al ver que estaba totalmente vacío, supuse que sería por la hora, o quizás por alguna reformación que estarían haciendo pero la verdad no... Era más bien otra cosa, algo que será el detonante de todo lo que iba a vivir tiempo después.

No recuerdo con exactitud quién me índico el camino hasta la apartada sala dónde estaba aquél extraño objeto, pero si recuerdo que tuve que caminar todo el museo, pase por muchas salas, con tesoros que a cualquier arqueólogo o historiador nos quitarían la respiración, todo en mi estaba ansioso, mis manos sudaban y temblaban al mismo tiempo y mi corazón latía a un ritmo que no era normal, alguien me tomo por la espalda y amablemente me hizo entrar por fin en la sala donde todo iba a empezar.

A primera vista era una vitrina normal y corriente, pero según los susurros que los pocos presentes allí emitían, era un objeto maldito, uno qué era mejor no mirar, no tocar... Por qué la maldición te perseguiría por siempre.

Mis creencias, mi ateísmo, cualquier factor de tantos posibles me hizo  acercarme, no creía en maldiciones, no creía en dioses ni en objetos mágicos, no, eso no era por lo que me destacaba precisamente. Entre gritos quite el cristal y haciendo caso omiso a una voz interior que me decía "No, no lo hagas" roze la bonita esmeralda qué era lo más llamativo de ese colgante, no sé que pasó a continuación, sólo sé que no fue algo normal, algo provocó en mi una extraña reacción, primero fue un calambre, luego todo se volvió oscuro, y desperté en la habitación de mi hotel.

La Maldición De CleopatraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora