Capítulo 11

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─Salvatore, ¿puedes quedarte un momento? ─era Richard, nuestro profesor de unos cuarenta años. Era uno de nuestros profesores favoritos.

─Claro.

─Cierra la puerta, por favor ─asentí, cerré la puerta y me acerqué a él, se quitó sus gafas y me miró a los ojos.

─¿Ocurre algo?

─Sabes que siempre os digo que podéis confiar en mí para contarme lo que queráis. Se que estas mal, solo hay que mirarte. Quieres... ¿contarme algo?

Negué. No podía contarle aquello a mi profesor.

─Bueno... ya sabes que si en algún momento necesitáis ayuda... o... hablar. Sabes dónde está mi despacho ─asentí y salí de clase.

Cuando vi a Sara esperándome toda la fortaleza que había conseguido construir durante aquella hora se derrumbó como un castillo de naipes. Me volvió a abrazar y nos fuimos a una cafetería.

Estuvimos tomando algo mientras hacíamos los deberes del día siguiente, hasta que me di cuenta de que no paraba de mirar el reloj.

─Puedes irte con Harry si quieres.

─¿Qué? Claro que no, no te voy a dejar sola.

─Ve. Estoy mejor, de verdad. No te preocupes. Además, tengo examen mañana y tengo que concentrarme en eso, así que no voy a poder pensar en nada más, tranquila.

─¿Estás segura?

─Sí, en serio. Además, estudio mejor sola, tú no paras de hablar en voz alta.

─Vale, pero te cuando quieras puedes llamarme, ¿vale? da igual para que, como si quieres llorar al teléfono, o si quieres que vaya a verte, lo que sea, como si son las tres de la mañana, no importa. Llámame ─asentí.

Después de que recogiéramos todo y ella me estuviera diciendo diez veces más que la llamara si necesitaba algo, nuestros caminos se separaron.

Durante todo el trayecto hasta mi casa procuré ponerme música alegre, intentando no pensar en nada, con la mente en blanco.

Cuando llegué a casa me encerré en la habitación de mis padres y me puse a estudiar. En otras palabras; me puse mi outfit de estudio (por extraño que suene si, tengo una ropa especial para estudiar, se basa en un chándal, una sudadera, un moño mal hecho y mis gafas, a mí me funciona), y con toda la cama de mis padres quedó sumergida en un mar de papeles blancos con subrayados de distintos colores y apuntes míos, los cuales la mayoría apenas eran ilegibles.

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