Sueldo de auror, botas de diseñador

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Acomodó la oscura gabardina de su uniforme cuando se detuvo en la entrada del Ministerio de Magia, allí donde los visitantes accedían a través de la cabina telefónica en desuso. La ansiedad trepaba lenta pero segura por su pecho, y sintió la necesidad de buscar por la cajetilla de cigarros en el bolsillo interno, cerca de su pecho. Su afecto por ese vicio se igualaba, quizá, a su deber como auror. Después de todo, la cajetilla reposaba a un lado de su varita.

Louis miró discretamente en todas las direcciones del amplio atrio del Ministerio. Algunos magos se encontraban cerca del monumento de cooperación mágica, ese donde se plasmaba la armonía entre magos, brujas y criaturas mágicas. Luego de todo lo acontecido en conflictos anteriores, también habían añadido un muggle. Sutil, dispuesto entre las demás representaciones. Cuando se observaba la imagen que cada estatuilla formada, se podía leer que el mundo mágico se encontraba resguardando al muggle. En paz, con empatía. A Louis le agradaba que eso no había cambiado con los años, que, a pesar de los nuevos problemas, mantenían la unidad.

Eso era lo único que los mantenía a flote en esa nueva crisis que los asaltaba. Daba gracias a Merlín por eso.

Atrapó con el índice la pestaña que formaba el orificio de la cajetilla, y deslizó lentamente uno de los cilindros. Ese sitio se encontraba casi desierto, porque era un día feriado y todos salieron al medio día de sus oficinas y departamentos.

Separó los labios para llevarse la boquilla hasta ellos, y el peculiar acento ronco que se había convertido en su conciencia, hizo acto de presencia.

—¿Acaso no está prohibido fumar en las áreas comunes del Ministerio? —preguntó un joven hombre, alto y con una ligera túnica color crema que contrastaba con sus apretadísimos pantalones oscuros y zapatos de punta. El joven negó haciendo un gracioso chasquido con la lengua mientras se acercaba. Provenía de los elevadores de reja—. Uno pensaría que los aurores serían los primeros en respetar las reglas. Que estafa.

—Estoy fuera del horario de trabajo. —Se defendió Louis, guardando nuevamente la cajetilla en su sitio. Dio una palmadita al bolsillo de la gabardina, relajó los hombros y sonrió.

—¿Con el uniforme puesto?

—Bueno, salí hace poco del trabajo, y tuve que quedarme a esperar —Encogió los hombros—, cierto sanador...

—Creí que te quedabas a esperar al otro Harry —sugirió—. Acabo de ver al auror Potter en los pasillos. Estaba, para variar, discutiendo con el famoso Draco Malfoy.

—Ah, ¿sí? —El interés afloró en el rostro de Louis—. ¿Escuchaste por qué peleaban?

—¿Ves?

—El otro día discutían porque un grupo de aurores tuvo que desmantelar una mansión abandonada en busca de artefactos oscuros... Y era propiedad del señor Malfoy.

—Ya no sé ni para qué me molesto... —resopló, antes de comenzar a andar hacia una de las chimeneas de la Red Flu.

Louis tuvo que salir de su ensoñación fanática y caminar apresurado detrás del sanador. Sí, quizá sentía demasiada admiración por el niño que vivió, aquel que había derrotado a Voldemort y por sus hazañas en la segunda guerra mágica fue ascendido a auror. Ahora, Harry Potter figuraba como jefe del Departamento de Seguridad Mágica, y todas las oficinas del segundo piso quedaban en total silencio cada vez que un airado Draco Malfoy ingresaba de un portazo a la oficina del jefe y discutían a voz de cuello.

A Louis le parecía una bonita amistad, relación si se quería. Dependía de cada espectador.

Alcanzó la muñeca ajena antes de que entrara a una de las chimeneas.

Vulnera Sanentur. | Harry Potter AU |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora