Epilogo.

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La ciudad de Verona en Italia era aún más hermosa de lo que decían los folletos turísticos, y la maravillosa vista que tenían a través del enorme ventanal que daba al balcón, acentuaba sus matices cobrizos y clásicos.

Un deleite para cualquier pintor, con sus casas antiguas y deliciosa arquitectura. Con una población enamorada del amor y el mejor vino que pudiesen beber hasta caer borrachos.

Harry estaba enamorado de Verona, incluso comenzaba a sopesar la posibilidad de alargar su estadía ahí. Nadie podría culparlo, era su trabajo apreciar la belleza y de eso, había demasiado en Verona.

Se encontraba sentado en la cama, con su magnífico torso al desnudo mientras bebía una taza de café y leía las noticias a las que se encontraba suscrito a través de su correo electrónico. Sintió el, ya no tan delgado, cuerpo de su novio removerse entre las sabanas y bajó la mirada.

Viendo al hermoso chico que había conocido hacía cinco años, hundir su rostro en las mullidas almohadas de pluma, como si buscase la manera de no despertar.

"O despiertas o te duermes," lo reprochó, deslizando sus dedos por los cabellos castaños del chico e inclinándose para dejar un rápido beso detrás de su oreja. Escuchó un gruñido que lo hizo estirar los labios en una sonrisa perezosa. Eran recién las siete de la madrugada, pero ambos habían acordado que pasarían el día recorriendo algunos museos y tiendas de antigüedades.

"No," respondió Louis en un suspiro. El chico estiró sus piernas y comenzó a frotar los dedos de sus pies contra los tobillos de Harry. "¿Qué hora es?"

"Las siete, podríamos bajar y comer en el restaurante del hotel, ¿te parece?" Preguntó dejando su Tablet a un lado de la cama, en una mesita de apoyo. Harry se recostó de lado, apoyando el peso de su cabeza en el brazo que se encontraba presionado sobre las suaves sabanas. "¿Te duele el cuerpo?"

Louis soltó un bufido y eso fue todo lo que necesitó como respuesta. Sí, quizás se había excedido la noche anterior, pero vamos... cualquiera habría desatado un mar de sexo en su lugar.

Sus ojos viajaron a la mano izquierda de Louis que se encontraba sobre las almohadas, y no pudo evitar suavizar su expresión al ver como su chico lucía un perfectamente detallado, anillo de oro blanco en su dedo anular.

Luego de cinco años, finalmente iban a dar el gran paso. Decir que Harry estuvo asustado, sería una vil mentira puesto que jamás había estado tan seguro de algo en su vida, como lo estaba del hecho que quería a Louis como su compañero por el resto de tiempo que le quedara sobre la tierra, hasta convertirse en polvo.

Hizo caminar su dedo índice y corazón sobre la desnuda espalda de Louis como si fuesen un par de piernas. Siendo su parada final, las mejillas sonrosadas del terco chico que insistía en querer dormir.

"Quiero besarte, despierta," protestó con voz huraña, hundiendo su dedo índice en la abultada mejilla de Louis que estaba a la vista, puesto que la mitad de su rostro se encontraba oculto en la almohada. "Estira tus labios, quiero un beso."

Algunas cosas no cambiaban y seguramente no lo harían nunca.

Louis frunció el ceño y sin abrir los ojos, estiró los labios en una trompa infantil, recibiendo el beso que Harry presionó en ellos.

"No. Es. Suficiente. Necesito. Muchos. Más." Susurró dándole un beso por cada palabra.

Louis soltó un quejido mezclado con un puchero y comenzó a parpadear, ajustándose a la luz de la iluminada habitación.

"¿Por qué no me dejas dormir?"

"Porque..." susurró volteando al ojiazul y colocándose encima, dejando el peso de su cuerpo sobre el del menor. Acomodándose entre las piernas que Louis flexionó para quedar con las rodillas en punta. "Como tu futuro esposo, es mi deber..."

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