Eran principios de abril, los botones de las flores de cerezo ya habían germinado mostrando sus característicos tonos rosas, haciendo lucir más hermosa la pequeña ciudad al norte del país. Sus casas de adobe apenas se veía desde la cima del acantilado, donde dos niños, junto a un joven, observaban el amanecer. Los tres tenían un cabello tan negro como la oscuridad de una noche sin luna, provenientes del mismo clan, pero sin ser parientes directos. El mayor de los tres, de dieciséis años recién cumplidos, tenía unos ojos tan verdes que parecían dos esmeraldas recién pulidas; su piel era más aceitunada que la de los dos niños que lo acompañaban y siempre procuraba vestir colores más claros que los demás de su clan.
Los primeros días de abril, cuando la primavera se había asentado bien, se celebró un festival dedicado a una diosa menor que siempre ha bendecido a los niños nacidos en ese mes. Todo se pintó de rosa, acentuando el color natural que los cerezos brindaban. Un deleite para la vista de aquellos que eran más viejos por los recuerdos que les traían de su lejana niñez.
El más pequeño de los tres que veían el pueblo, tenía unos ojos azules como el cielo arriba de ellos y una mirada llena de vida que con el tiempo se fue desvaneciendo. Estos niños nunca pensaron que esa sería la última vez que verían el amanecer los tres. Y no aprovecharon lo hermoso que era ver el sol iluminar poco a poco esa pequeña ciudad que siempre fue su hogar.
Pero ahora es diferente, los dos que quedaron, de veinte años cumplidos hace solo uno mese, anhelan poder volver para despedir al que se fue. Viendo con tristeza los restos de sus hogares arrasados por las llamas del fuego de la contienda, una que se iniciaba cuando ellos recién cumplían siete años.
El mayor de los dos, de unos ojos casi negros y mirada afilada, solo se pregunta cuándo es que todo acabará. Cuándo podrá ver la felicidad nuevamente reflejada en los ojos azules de la persona que más ama. Su único deseo, su única aspiración, es ver nuevamente resplandecer a esa persona que siempre consideró su sol, pero que los demás desde siempre han querido destrozar; como si ser lo que es él fuera un pecado, como si su sentir fuera en contra de la ley.
Ya no hay cerezos, el rosa ya no pinta las calles a principios de abril. Solo hay manchas secas de sangre y los vestigios del fuego que arraso con toda la ciudad. Ninguno de los dos creyó que al regresar verían un panorama igual.
—Eitan —El de ojos oscuros aparta la vista de lo poco que quedó de su viejo hogar, en el distrito que alguna vez perteneció a su clan; sus ojos se posan en los cansados ojos azules de su acompañante. Y no sabe si le duele más ver los escombros de un lugar que creyó nunca desaparecería o la mirada sin vida de la persona por la cual todo entregaría —. Debemos irnos, no hay nada aquí. Somos los últimos.
—Claro —Es lo único que sale de su boca, que de repente la siente reseca y las palabras salen apenas. No puede evitar sentir que todo está sucumbiendo ante una guerra en la que ellos no pintan. ¿A quién le importa que el cristal pertenezca a Raim o a Tuaim, el país vecino? A él no. Lo que de verdad debería ser importante es conservar eso que los vuelve humanos; no habla solo de la razón, sino también de la empatía por aquellos que son iguales a ellos. Pero en ese mundo quizás solo unos pocos lo conservan —. Vamos.
El menor asiente, y permite que Eitan lo guíe. Desde siempre él ha sido como una pequeña ave, cuidada por dos grandes defensores; en un principio estaba Eliel, el mayor de los tres, pero ahora solo quedan Eitan y él, quien recibió el nombre de Uriel, pero que se le fue arrebatado por ser lo que es; ahora responde a Benjamín —algo irónico si se piensa en el significado—.
—¿Buscaremos refugio?
—Al pie del acantilado hay túneles que sirven de refugio, iremos ahí. Los soldados de Tuaim no nos encontrarán; son demasiado estúpidos para pensar que nos adentraríamos ahí, los rumores sangrientos nos protegerán —Comienza a avanzar, dirigiéndose al lugar mencionado.
¿Su razón para ir? Los rumores sangrientos. Es conocedor de todo lo que se habla, su infiltración momentánea en el ejército enemigo les ha permitido sobrevivir hasta la fecha, les ha permitido vivir varios amaneceres más.
Todos hablan sobre las bestias del Acantilado Amador, donde estas vigilaban en antaño la pequeña ciudad fundada por el Clan Ulpiano; clan del que solo quedan historia, según los soldados de Tuaim. Para ellos no es problema adentrarse en las cuevas, a ellos les pertenece y pueden moverse a sus anchas; gracias a que Eliel les hizo creer que él era el último Ulpiano que quedaba, hace nueve años ya. Pero no debe pensar en él, no hasta que puedan ver de nuevo el amanecer arriba del acantilado como en antaño y así despedirse de él.
—¿Crees que la guerra acabe pronto?
—No, pero saldremos del país —O esa es su esperanza, lograr atravesar la frontera entre Raim y Vilaim para así rehacer su vida, mientras esperan con tranquilidad al final de la guerra. La cual desea que gane su país, así podrán volver al acantilado a despedirse de Eliel.
—Ojalá...
Benjamín desde hace cinco años que perdió la esperanza de lograr una nueva vida empezar. Sobre todo él, a quien le dan caza como si de un animal se tratara; si no fuera por él, Eitan fuera libre de esas persecuciones, pero a donde sea que van alguien se da cuenta y los delata. Su rostro está por todas partes, lo buscan para matarlo y solo por deshacerse de algo que ellos consideran aberración.
Y a pesar de todo eso, Eitan juró nunca dejarlo. ¿Cómo no amarlo? Sí él ha hecho hasta más de lo que sus padres hicieron, ellos que lo dejaron sin nombre ni apellido y fue Eitan quien le dio uno y le devolvió su apellido, diciendo que desde ese momento era parte de su familia y por eso lo llevaría. Fue él quien lo bautizó como Benjamín Ulpiano a los diez años y aceptó el rechazo del clan, solo para que él no dejara de sonreír.
—Eitan...
—¿Hm?
Mira el perfil del mayor, la forma en que el tiempo ha dejado su huella volviéndolo casi idéntico a su madre; con su cabello negro amarrado en una coleta baja y sus pestañas como cortinas que cubren sus oscuros ojos en cada parpadeo, más la piel más nívea que alguna vez vio en alguien del clan.
—A pesar de todo, hoy hace un lindo día.
Eitan sonríe, nostálgico. Una frase que desde los diez no había escuchado, extraña oírlo decir eso cada mañana que se veían de camino a la escuela, acompañada de una resplandeciente sonrisa.
—Sí —Le dirige una corta mirada, quizás no esté sonriendo como antes, pero sus labios se han curvado levemente. Y eso por el momento es suficiente.
Mientras caminan por los vestigios de lo que antes eran alegres calles, adornadas con vivos colores, recuerdan esos días de su niñez en que todo era sencillo. Eitan no puede evitar la nostalgia y el deseo de que los cambios que se dieron nunca se hubieran hecho. Quizás desear anhelar los acontecimientos del pasado sea doloroso, pero el presente no es el mejor de todos y le gustaría poder cambiarlo, aunque sea un poco. Pero no encuentra la forma, sabe por dónde iniciar. Solo sabe que quiere la luz de Benjamín recuperar.
Quizás si la guerra acaba, quizás si logran salir, todo pueda irse reestructurando y así poder sin miedo vivir.
Aunque Benjamín no siente que la esperanza sirva de mucho, él solo desea que Eitan deje de sufrir, y se siente culpable porque todo empezó hace tantos años por un descuido que nunca debió ocurrir. Al otro chico lo mataron, pero a él Eliel lo protegió alegando que fue el otro chico quien lo obligó; y desde entonces siempre lo tuvieron vigilado hasta que una vez se derrumbó. Sus padres lo rechazaron, más no lo delataron, seguramente por el amor que le tenían a su único hijo, al que con tanto amor habían nombrado Uriel y que con decepción tuvieron que echar dando como excusa que en todo fracasaba y que no tenía futuro ni anhelos por realizar. Y siempre que piensa en sus padres y en todos los que murieron piensa que no lo merecieron; que a pesar de todo seguían siendo su familia y que debía darles una despedida, pero sus cuerpos fueron quemados junto a toda la ciudad y de ellos solo queda la memoria.
Como desea que todo hubiese sido diferente. Que todo cuando conoció se quedara así para siempre. Y por eso se siente feliz de que Eitan siempre este ahí.
ESTÁS LEYENDO
El lugar donde las aves vuelan con libertad
Short StoryAsolados por la guerra no hay peor pecado que perseguir sueños como si de mariposas se tratasen, los deseos individuales y la felicidad genuina es lo primero en sucumbir. Pero aun así, ellos conservan un poco de esperanza. Porque sin ella, no podrí...