II: Memorias de un pequeño pájaro que nunca llegó a volar

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Lo que antes consideró cierto ahora se desvanece, solo le queda aferrarse a las ramas del árbol que lo sostiene. Han pasado varios años, tantos que ya ni los quiere contar; el escapar nunca se acaba y desea caer al suelo para que el árbol que lo sostiene pueda volver a florecer, porque solo es un botón marchito que se niega a caer.

La vida en Vilaim no es mejor que en Raim, la única diferencia es su paz. Las ciudades son tan oscuras que teme algún día encontrarse con demonios entre las sombras; los cadáveres son algo normal, las personas se matan sin dudar. Y él, como siempre, es una presa a la cual cazar. ¿Acaso desear algo diferente al resto está mal? ¿Soñar con un mundo ideal es acaso un pecado? ¿Qué hizo él, más que amar a quienes no debería?

—Benja —La voz de Eitan lo saca de sus cavilaciones, regresándolo al mundo real. La ojeras bajo los ojos oscuros del mayor lo hacen sentir más culpable, no ha dormido días para que él descanse. ¿Pero qué hay de su salud? Se esfuerza demasiado y las suplicas no sirven de nada; siempre tan terco, tan admirable. Y es que a pesar de todo siempre tendrá una sonrisa para dedicarle —. Hay que movernos, en la siguiente ciudad hay un lugar con aguas termales. Es perfecto para descansar.

—¿Y qué esperamos? ¡Vamos! —Se levanta y toma del brazo al mayor; si el lugar es perfecto para descansar con más razón deben apresurarse. Eitan necesita descansar, no sabe de qué lugar saca energías, pero no es sano el esforzarse de esa forma. La juventud se va acabando, en unos años más tendrán cuarenta y no sabe si él podrá aguantar, porque aparenta más años de los que posee en verdad.

Eitan solo puede sonreír, siempre con tristeza, como si desease algo que nunca sucederá. El cansancio acumulado vale la pena, si puede ver a Benjamín descansado y no tan demacrado. Sin embargo, sus ojos azules siguen sin brillar como en antaño. ¿Acaso está haciendo algo mal? ¿Buscar un lugar donde nadie los busque no es correcto? ¿Desear solo un poco de esa felicidad pasada es malo?

Quizás solo anhela algo que nunca se repetirá. Vive con la culpa de no haber protegido lo suficiente a Benjamín, que si hubiera impedido que alguien lo viera todo estaría bien, pero se dejó llevar por el enojó y ocasionó solo dolor. De todas formas nunca hubieran llegado a estar juntos, pero quizás un poco de ese brillo lleno de vida aún se conservaría. Pero todo eso son ilusiones, nada es seguro, excepto que le gustaría encontrar un lugar para vivir en paz; alejados de todos, en una cabaña a la orilla del mar o en la cima de aquel acantilado que dejaron tiempo atrás.

Ellos no pueden moverse como todos los habitantes de Vilaim, deben caminar y eso les lleva mucho tiempo. Así que poco pueden disfrutar de los paisajes naturales, porque en ese país solo eso es bello; las ciudades son conformadas por altos edificios de ladrillo y metal, las calles son negras y el cielo no es azul. El calor siempre está presente, aunque el sol no se muestre. Quizás por eso se sienten más nostálgicos, añorando los vivos paisajes de su país natal.

Benjamín recuerda un día en especial, la guerra ya había iniciado y él ya había dejado atrás su antiguo nombre Uriel; eran principios de octubre, las hojas de los árboles se teñían de rojo y amarillo, el frío se hacía presente y en ese entonces usaba una bufanda café mientras recorría las calles adornadas para las fiestas patrias. Tenía unos once años, y siempre buscaba usar un color que le permitiera camuflarse entre las plantas para que nadie lo viera. Ese día fue especial, no sabe si Eitan lo recuerda, pero él no puede evitar regresar en ocasiones a esa fecha del calendario.

Con el frío, la blanca piel de Eitan siempre se mosteaba sonrosada y sus ojos parecían verse más oscuros, le daban una apariencia diferente y lo hacían verse como un ser muy lejano a él. Eitan siempre fue hermoso, tan parecido a su madre desde tan temprana edad. Y como siempre usaba negro todo se acentuaba más. Pero no es por eso que siempre guarda en sus memorias ese día en especial, es por un suceso que le añora se vuelva a dar. Aunque eso termine por condenarlo también a lo que ya vive él.

Fue en el templo del Clan Ulpiano donde estaban jugando, un lugar al que siempre acudían para dar ofrendas a los dioses que los cuidaban y que decidieron abandonarlos como todos los demás. Era cerca del atardecer, cuando el naranja se acentuaba en las hojas y era dignos de postal, cuando sucedió algo que nunca se esperó.

Un beso, justo en los labios, Eitan le dio. Fue solo un roce, algo fugaz, pero que nunca ha podido olvidar. Se grabó con fuego en su memoria, como un tesoro que nunca dejará escapar.

Sonríe recordando, la nostalgia reflejada en su mirada y su expresión más suavizada.

Justo en ese momento Eitan le dirige la mirada, porque acaban de llegar a la ciudad. Igual que las demás, pero un poco menos oscura y más limpia, haciéndola resaltar.

Para el mayor, verlo sonreír es algo que no siempre ve, creyó que las sonrisas sinceras habían desaparecido y que solo le quedaban curvaturas forzadas, destinadas a no preocuparlo, aunque obtuviera el resultado contrario.

—¿Benja?

Benjamín dirige su mirada hacia Eitan, viéndose descubierto, y no sabe cómo responder cuando este le sonríe con una alegría pérdida que arrastra todos esos años que han estado escapando. Todo el cansancio parece haber desaparecido, aunque las ojeras sigan ahí y las arrugas solo se marquen más, dejando notar que el tiempo es cruel y no dejará de avanzar.

El cabello negro de ambos se mueve con la primera brisa fresca que sienten en años, permitiéndoles volver por un momento a épocas de antaño donde las sonrisas eran sinceras y la felicidad brotaba de todas sus células. Son los fragmentos del pasado los que los ha llevado a ese instante, son aquellas personas que se fueron quienes los dirigían hacia ese lugar y fueron ellos quienes decidieron tomar ese camino.

Eitan se siente contento, hay un extraño brillo en la mirada de Benjamín, es como el brillo de las estrellas, una luz de muchos años atrás que se deja mirar en el cielo. Porque no hay cielo más extenso que los ojos azules de él, un cielo al amanecer en donde se ven las últimas estrellas que se niegan a desaparecer.

—Me hace feliz verte sonreír así.

No hay mentira en sus palabras, desde hace tanto deseaba verlo sonreír así. La última vez que lo vio hacerlo, realmente con un poco de alegría, fue aquel día a principios de octubre cuando el otoño ya se había hecho presente semanas antes y sus colores rojos y amarillos teñían el pueblo ambientándolo para la época; su favorita, porque los tonos de la naturaleza siempre hacían resaltar los ojos azules de Benjamín.

—¿Sí?

—Por supuesto. Tu sonrisa siempre estuvo llena de vida, y han sido tantos años que creí que jamás volverías a sonreír así —dice, sin tapujos, eso que antes hubiera querido decir, pero aun no es muy tarde. Y aunque hayan muchas más cosas que le gustaría decir, no quiere abrumarlo con sus sentimientos sin sentido, que hace mucho tiempo debió dejar atrás.

Benjamín asiente, sonriendo otra vez. Se siente como antes, cuando estaban junto a Eliel.

—No deberías preocuparte tanto por eso...

—¡Claro que debo! Por Eliel y por ti. Me gustaría tener la fórmula para la felicidad para usarla en ti y así no tengas que sufrir más, es lo que más quiero... —Algo avergonzado admite, en voz alta, lo que desde su primera huida ha querido conseguir. Nunca se atrevió a decirlo, pero ese era su principal pensamiento.

Estando ahí, en medio de la calle solitaria, se sincera. Benjamín es su mejor amigo, es su hermano y es la persona que más ama sobre la tierra, irónicamente no como los dos anteriores y eso solo traerá más razones para que los quieran muertos. ¿Pero qué hay de malo en amar? ¿Quién dijo que el amor solo se puede profesar a una mujer? ¿O es que de verdad ellos están equivocados?

—Eitan —El mencionado mira directo a los ojos de Benjamín en el momento en que este dice su nombre, encontrándose con que ese añorado brillo resplandece un poco más y no solo por las lágrimas que quieren escapar de sus ojos. ¿Solo tenía que hablar? —. Gracias, siempre tan bueno conmigo y yo solo traigo problemas... No merezco tantos buenos deseos, ¿qué hay de ti?

Eitan se pone serio, porque su respuesta requiere esa seriedad. Es casi como una confesión, sin serlo realmente. Pero es algo de lo que siempre ha estado seguro, desde que lo conoció hace ya tres décadas y un par años más.

—Me basta con verte feliz.


El lugar donde las aves vuelan con libertadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora