A través de unas viejas tablas de madera se filtra una resplandeciente luz, proveniente del tenebroso edificio de ladrillo. Todo pintado de gris. Lo que buscan, una motocicleta, se encuentra estacionada cerca de la entrada del lugar; la maleza crece alrededor y la piedra de la calle está algo levantada, si no tienen cuidado podrían caer. El lugar no tiene buena pinta, pareciera que de cualquier lugar aparecerá algún criminal a matarlos o, exagerando un poco más, un ser de otro plano buscará comerlos por querer tomar algo que no les pertenece. Pero llevan mucho tiempo caminando, necesitan un transporte y ellos no pueden darse el lujo de comprar más que solo alimentos.
Desde el interior del edificio se escuchan unos cuantos gritos, asustando un poco al menor que, desde hace un par de semanas, se muestra más relajado y disfruta más el pulular alrededor del mayor sin consideraciones; y este lo disfruta, porque es lo más cerca que pueden estar.
Pero ya es tiempo de partir a una nueva ciudad, pero la siguiente está muy lejos. Por lo tanto decidieron, hace dos días, conseguir algo con que movilizarse. Sin embargo no es fácil y esta es su única oportunidad, aunque sea para avanzar un buen tramo y después abandonar la motocicleta.
Eitan ve a Benjamín y este lo ve a él, luego ambos ven su objetivo y deciden que es el momento justo para actuar. Los gritos son más fuertes, retumban en sus oídos y están seguros que no escucharán el sonido de la moto al encender. Así que lo hacen, con algo de cautela, por si llegan a descubrirlos y deben fingir que solo la admiraban por su belleza; porque es una motocicleta clásica, de esas que ya no salen al mercado.
Mientras Eitan enciende la moto, Benjamín observa la puerta de madera con un extraño dibujo hecho con aerosol blanco, no resaltando mucho entre todo el gris del lugar. Los gritos siguen fuertes y opacan a la perfección el ruido exterior, logrando así bajar el acelerado pulso de ambos adultos y así lograr escapar. No tienen casco, y tampoco Eitan es un conductor experimentado, pero es suficiente para que les ayude a movilizarse hacia su siguiente destino.
La brisa nocturna es más fresca al viajar en un vehículo, logrando relajar a Benjamín luego de esas dos horas en los que estuvieron vigilando hasta que llegó alguien con transporte; se siente algo mal por aquel al que le robaron, pero ya no podían evitarlo. Su deseo de sobrevivir se antepuso a su respeto al prójimo, aunque los demás en ningún momento los hayan respetado e incluso los hayan intentado matar. De todas formas no le gusta dañar a otros, aunque sea con algo tan mínimo con el robo de una moto.
Acompañados solo por la luna menguante, siguen el camino de la carretera hacia la siguiente ciudad. Llevando con ellos una única mochila azul oscuro, en donde guardan las pocas provisiones y dinero que logran ganar; su vida no es sencilla, pero no se quejan. Se tienen el uno al otro para soportar las constantes huidas, ellos no están dispuestos a esperar que un día los tomen desprevenidos. Sobre todo ahora que, después de aquella conversación, han decidido regresar a su antiguo hogar.
Ellos, como miembros del Clan Ulpiano, pueden habitar el acantilado y asentarse en ese lugar. Y así un día poder despedir de forma correcta a Eliel, lo merece, porque siempre estuvo con ellos. Y fue el primero en apoyar a Benjamín y después a Eitan; por eso ellos le deben al menos eso porque nunca pudieron retribuirle lo que hizo por ellos.
Es cerca del amanecer cuando llegan a los límites de la ciudad, y pueden ver los altos edificios de la primera ciudad que visitaron. Porque Vilaim es un país pequeño, ellos solo tuvieron que pasar toda la noche en esa motocicleta para recorrer casi todo su territorio; porque tampoco lo visitaron todo, solo anduvieron dando vueltas por ahí buscando un lugar adecuado, pero por alguna razón las personas notaban algo extraño. Cinco ciudades vieron y en cada una un par de meses estuvieron, repitieron ese proceso y sin darse cuenta pasaron once años y aun así siguieron.
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El lugar donde las aves vuelan con libertad
Storie breviAsolados por la guerra no hay peor pecado que perseguir sueños como si de mariposas se tratasen, los deseos individuales y la felicidad genuina es lo primero en sucumbir. Pero aun así, ellos conservan un poco de esperanza. Porque sin ella, no podrí...