Prólogo

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Los niños corrían hacia sus madres, ellas se agachaban, los besaban en la cabeza y se iban. Esos niños tenían una sonrisa en su cara. Pero ella se quedaba allí cinco minutos más, mirando a sus compañeros salir de la clase. Y cuando cruzaba el pasillo con pasitos lentos y pausados, al final de este, esperando en la salida de puertas verdes siempre estaba su padre.

Él abría sus brazos y ella se abrazaba a él sin soltar su mochila rosa.

― ¡Calabaza! ¿Qué tal el día?

Y a pesar de que su padre era el mejor del mundo, no era suficiente.

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