6 de Marzo, 2007

3 0 0
                                    


El día de hoy me desperté con una extraña sensación de tranquilidad que no sentía en un largo rato, todo estaba oscuro alrededor, solo podía ver la luz de la luna reflejada en la pantalla de mi teléfono, boca abajo empecé a admirar el extrañamente grande tamaño de la luna esa noche- más día que noche-, cambié de posición para quedarme viendo otro tanto al techo, me dispuse a contar todas las imperfecciones, todas las grietas y manchas, bajé un poco la vista y me topé con un poster de Star Wars, le dediqué un par de minutos a la inspección de todo el cuarto -sin razón aparente-. El teléfono me indicó la hora y empezó a despedir un empuntado sonido, retumbó por toda mi habitación e hizo un tanto más en mi cabeza, la alarma me distrajo por un momento de tan extraña visión, esa sensación no se iba y me hacía sentir como un extraño en aquel cuarto en donde he estado durmiendo por muchos años. Traduje todo aquello con mi falta de descanso y me decidí a levantarme, ya era hora de empezar el día. Me dirigí al lavabo, abrí la llave y con las palmas me llevé una modesta cantidad de agua a la cara, le siguieron a esta acción un par de pequeños bofetones para asegurar que estaba cien por ciento despierto, después de una agradable y necesaria ducha me dirigía a mi habitación para vestirme cuando una lejana visión llegó a mi mente.

[No alcanzaba a ver el sol, las nubes grisáceas se apoderaron del cielo y las copiosas gotas de lluvia no cesaban, aunque no estaba ahí podía sentir el frío clima de la escena que tomaba lugar en una estación de tren subterráneo, con un mar de gente moviéndose a todos lados, la típica imagen de hora pico me daba la noción de la hora -posiblemente a las 7 de la mañana-, de entre todos ellos me percaté de algo, entre todas las personas caminando en todas direcciones una mujer se quedaba quieta frente al mapa del tren y todas las rutas que éste cubría. Ella era de baja estatura, no más de 20 años, su alaciado cabello marrón apenas duras pasaba de los primorosos hombros, su flaca figura creaba una combinación perfecta con su rostro, su cara aún conservaba rasgos muy infantiles y su pálida tez hacía la ilusión de observar a una muñeca de porcelana. Esperaba para abordar el subterráneo con sendos equipajes en las manos, una sobresaliente mochila en la espalda que ligeramente la hacía inclinarse hacia enfrente, y una monumental maleta a su izquierda, su aspecto no delataba ni la más mínima de las emociones, su cara no guardaba ni una chispa de asombro, hastío, disgusto, mucho menos de alegría. El estrepitoso sonido del tren aproximándose hizo que cogiera el mango de la abultada maleta, apretó las diminutas manos donde llevaba su equipaje y, sin más, desapareció de mi vista...]

¡Ya son las 6:27, si no me apresuro llegaré tarde!, inhalé profundamente y me di prisa a la cocina, preparé un trágico desayuno, bastante acorde a la extraña sensación que cargaba desde que desperté. Inicié los preparativos diarios de mi equipo para ir a trabajar, acomodé mi computadora portátil en su grueso estuche a prueba de caídas y sobre ella mi pequeña "papelería" móvil, la cual acarreaba todos los días por mera precaución, todo esto bien organizado en mi maletín color negro, me asistí de mi teléfono para ver la hora, todavía estaba a tiempo, me di un pequeño respiro, puse el maletín en la mesa central y al meter la mano en uno de los compartimentos un mini infarto me arrancó la poca tranquilidad que le quedaba a la mañana. En ese compartimento en especial siempre coloco mis auriculares, con los que escucho música de camino al trabajo y de regreso a mi apartamento, ese común habito mío de escuchar música siempre que salgo de casa se volvió con el paso del tiempo en una parte imprescindible de mi día, no era lo mismo sin mi dosis diaria de música y no estaban donde usualmente los encuentro.

Puse toda mi habitación de cabeza hasta encontrarlos, los conecté a mi teléfono, tomé las llaves de mi apartamento y me decidí a partir.

La mañana presentaba una agradable temperatura conjugada con unos bastante tenues rayos de sol que se asomaban por el Este, el astro mayor se despegaba de los edificios, hacía un gran momento para mi obligada caminata de aproximadamente 10 minutos hasta la parada del bus que tomaba para después hacer un transbordo al subterráneo y de ahí hasta las oficinas donde laboraba. La ruta que escogía cada día cruzaba por un par de escuelas, una estación de bomberos y al decir la quinta cuadra llegaba a una avenida donde subía el puente peatonal, del otro lado aguardaba la parada de bus, aprovechaba esos minutos de caminata para filosofar sobre las personas que caminaban en la calle, practicaba un tonto juego donde yo imaginaba la historia de los que me topaba, les daba nombre, ocupación y rutina dependiendo de su manera de vestir y de su físico en general.

Durante los dilatados meses que tenía usando esa ruta me había hecho percatar de varias personas que al igual que yo, se movían por la calle. Ya reconocía a algunos de ellos. El fin del infantil juego acababa cuando llegaba al puente, subía y desde lo más alto me daba un momento para ver el tráfico y darme una idea de cuánto tiempo pasaría en el bus, llegaba del otro lado, tomaba asiento en la parada y me disponía a la ansiada llegada del transporte. Detrás de la parada de bus había unos locales varios que empezaban a abrir sus puertas, uno en particular llamaba mi atención, era una mezcolanza de abarrotería, papelería, frutería y hacía las veces de revistería, me sorprendió que mientras los locales vecinos estaban apenas abriendo y algunos todavía se mantenían cerrados, este local estaba completamente funcional desde tan temprano, el bus llegaba con una casi insignificante tardanza, subí, pagué mi pasaje y me dispuse a sentarme, disfrutaba de sentarme cerca de una ventana para apreciar y hacer más ameno el camino.

Los cálidos rayos de sol me regalaban un agradable panorama de la ciudad, una ciudad que ya estaba activa pero aún se preservaba la una madrugada. El prolongado camino que esperaba me auxiliaba de un tiempo extra para despertar completamente todos mis sentidos, leer un libro que aleatoriamente escogí la noche anterior de mi recortado acervo que no excede los 30 libros, o de vez en cuando dormitar hasta llegar a la estación. Mientras observaba por la ventana un flashazo me inundó, vi la imagen de la pajera con la que había soñado, de espaldas y volteando a su norte y, de la nada, una amarga tristeza me llenó, como si supiera de un infortunio futuro, una tragedia de dimensiones apantallantes, que no podía recordar, a pesar de todo -intenté calmar mi ardua imaginación-, cuando uno despierta, olvida la mayoría del sueño que tuvo, sentía que yo alguna vez conocí a esas personas, me resultaban demasiado familiares como para que el motivo de esas memorias fuera un simple confusión, pero de ser así, esta no sería la primera vez que mi mente flaquea de esta manera.

Con las yemas de mis dedos froté vigorosamente mis ojos en un intento de volver a aquella hermosa y brillante mañana, poco a poco los retiré para dejar entrar la luz y, en un abrir y cerrar de ojos me devolví a la realidad, aunque todas las interrogantes que me formulé sobre aquella visión seguían latentes, la lectura y las melodías que me venía escuchando calmaron mis ánimos, ya casi era tiempo de salir del bus, guardé el libro y los pocos minutos que le quedaban a mi estadía en el bus los dediqué al pequeño "jueguito" que ya expliqué, como un halcón aprecié cada minúsculo detalle de los que se sentaban a mi alrededor. No había más de 10 personas en el bus -supuse que esa ruta no era la más certera para usar, pues durante un tramo se aparta de las vías más importante del área- por lo que fue más sencillo concentrarme en cada una de ellas. Empecé por la primera persona que vi, estaba sentada justo enfrente de mí, se trataba de un hombre robusto, de altura escaza y de una calva bastante pronunciada, no podía pasar de los 50 años, giró su cabeza para ver por la ventana y pude recabar más información sobre su físico; tenía una densa barba negra que hacía juego con unas no menos pobladas cejas -su mirada era intimidante-, las arrugas debajo y a los costados de sus ojos me confirmaban la aproximación de su edad, al juzgar por sus ropas, se trataba de un hombre que quizá se dedicaba a la albañilería o algún derivado – basado en su robustez, el hombre trabajaba con su cuerpo-.

Pasé mi mirada al siguiente objetivo y me quedé perplejo a lo que vi...


VisiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora