Esta historia comienza el 27 de Mayo del año 2582. Nos hallábamos sentados en el porche de nuestra casa a las afueras de la ciudad americana de San Antonio, en Texas, cuando un helicóptero negro como la noche sobrevoló nuestra casa y aterrizó en el patio delantero. De él bajó un hombre trajeado con gafas de sol y un pinganillo al oído que se acercó a nosotros.
- ¿José y Ana Pérez? - Preguntó con seriedad, la típica de un agente del gobierno.
- Somos nosotros - indiqué extrañado -. ¿Qué razón tiene para invadir mi propiedad?
- Vengo a buscarles para que vengan a Washington. El presidente les reclama - dijo mientras se quitaba las gafas y nos miraba atentamente.
Ana y yo nos miramos, incrédulos, para luego llamar a nuestra hija Marta e indicarle que nos marchábamos. Poco después, el helicóptero se elevaba y ponía rumbo a Washington D.C.
Tras un largo viaje hasta el aeródromo local, cogimos un vuelo privado donde nos escoltaban entre cinco y seis agentes federales, todos en un completo y absoluto silencio. Una vez llegamos a nuestro destino, nos introdujeron en la Casa Blanca y nos hicieron esperar. Mi esposa y yo nos miramos sin comprender muy bien cual era el asunto que nos había traído hasta allí, pero sabíamos perfectamente que se trataba de un asunto serio.
De pronto se acercó a nosotros un hombre trajeado y rodeado de guardaespaldas que me tendió su mano.
- Buenas tardes y bienvenidos, soy Frank Williams, presidente de los Estados Unidos - dijo sonriendo.
- Gracias , señor - respondí mientras agarraba su mano y la agitaba lenta pero enérgicamente -. Yo soy José y ella es mi esposa Ana.
- Encantado - respondió mientras limpiaba su mano en la chaqueta del traje donde lucía un pin con la bandera de los Estados Unidos -. Vengan conmigo, por favor.
Nos levantamos y le seguimos a su despacho. Una vez allí, nos sentamos en los cómodos sillones y observamos pacientemente cómo se acomodaba en su asiento, ansiosos por saber qué era lo que nos había traído al edificio más importante del mundo.
- Seguramente se pregunten por qué les he llamado - dijo como si nos hubiese leído la mente -. Pues bien, el asunto que les trae aquí está relacionado con su pasado militar. Tengo entendido que era un soldado con excelentes cualidades, señor Pérez.
- Sí - respondí rápidamente -, me llegaron a ofrecer entrar en el cuerpo de los SEAL, pero debido al embarazo de mi esposa, lo rechacé amablemente.
Su gesto se torció levemente al escuchar del embarazo, perdiendo ligeramente el tinte despreocupado que trataba de mostrar ante nosotros.
- ¿Cuánto tiene vuestra hija? - Su tono fue grave y seco, plano como las llanuras de nuestra tierra.
- Diecisiete años, señor- dijo Ana sin, aparentemente, darse cuenta del cambio en el tono del señor presidente.
- Si de verdad la quieren, aceptarán lo que les propongo - mientras decía esto, desplegaba el portátil que descansaba encima del escritorio y le daba la vuelta mientras nos enseñaba una imagen, ligeramente borrosa pero inconfundible -. Les explico; nuestros satélites han detectado el acercamiento de una nave extraña.
- Se supone que siempre se ven OVNIs- dije extrañado a la vez que me inclinaba tratando de escrutar ligeramente la imagen de la pantalla.
- Resulta que no viene tan solo una sola nave - el tono seguía siendo grave -. A varios años luz de distancia se encuentra el resto de la flota.
- ¿Cómo?¿Lo dice en serio? - Mi mujer estaba cada vez más confusa, no entendía nada de lo que estaba pasando ni tampoco qué era lo que pintábamos nosotros en este asunto.
- Por supuesto.
- Pero, ¿dónde está la nave adelantada?- Pregunté tratando de mantener la calma mientras calculaba la gravedad de la situación.
- A la altura de Júpiter - el presidente cada vez agravaba más el tono -. Aún está lejos, pero hay que prepararse para luchar por La Tierra.
- ¿No lo cree un poco exagerado? - La intervención de Ana coincidió exactamente con mi pensamiento.
- ¿Exagerado? - Tras esa pregunta se le llegó a escapar una risa ligeramente nerviosa -. Para nada. Vean esta transmisión.
Giró su ordenador buscando algo entre los archivos y cuando volvió a colocarlo con la pantalla hacia nosotros, logramos dilucidar una extraña figura en penumbra. Era corpulenta y su piel, escamosa. Llevaba dos grandes armas a la espalda y una coraza de un metal nunca antes visto por la humanidad. Entonces, comenzó a hablar:
- Terrícolas - su voz era muy grave y gutural, daba miedo e incomodaba el simple hecho de oírla -, nosotros os dimos lo que ahora tenéis hace miles de años. Ahora, os imponemos que construyáis una estatua de nuestro monarca para honrarle. Tenéis un plazo de cuatro semanas hasta que lleguemos. Si para entonces no está construida, preparáos para ser aniquilados. Es mi última palabra, humanos.
La transmisión se cerró y entonces miré al presidente con mucha seriedad.
- ¿Cuándo fue recibido el mensaje? - El tono de mi voz pareció intimidarle por la mezcla de rabia y odio.
- Hace dos semanas - su tono desenfadado del principio y el serio de la conversación se esfumaron para dar paso a un tono temeroso.
- Bien, ¿por qué nos ha llamado? - Pregunté sin cambiar el tono, lo cuál pareció incomodar al presidente.
- Verás - dijo mientras se aclaraba la garganta y se aflojaba ligeramente la corbata -, conozco tu labor en la IV Guerra Mundial. Por eso he pensado en ti para este nuevo conflicto.
- La guerra comenzó antes de que yo naciera - repliqué sin dudar -. No hice nada. Tras veinte años de guerra ya iba siendo hora de acabar con ella.
- Pero cuando entrasteis en ella dio un giro radical - de repente ese temor se convirtió en euforia y admiración -. Tu decisión fue una carga de moral para vuestros compañeros y fue por ello por lo que la ganamos. José, hace tan solo diecisiete años que acabó, no estamos listos para otra guerra. Solo tú puedes ayudarnos. Hay una base militar internacional en la luna, ¿queréis ir? - Se notaba que esa era la última chispa de esperanza que le quedaba para poder convencerme.
- No, señor - respondí con autoridad y firmeza -. Le repito que nuestra intervención en la guerra no hizo nada y, en esta, tampoco creo que sea diferente.
El señor presidente nos miró a los dos, derrotado, abatido... Daba la sensación de que estuviese rogando por su vida con una pistola apoyada en la sien. Entonces cogió aire y logró reunir valor para recomponerse ligeramente y llegar a decir lo siguiente:
- Bueno, está bien. Pero si cambiáis de idea, aquí tienes mi tarjeta.
Cogí la tarjeta y la inspeccioné con detenimiento. Claramente no se trataba de la suya realmente, era una tarjeta encriptada, únicamente descifrable por militares bien entrenados, pues se trataba de un código secreto de escritura acuñado por el ejército estadounidense durante la guerra para evitar que ciertas órdenes cayeran en manos enemigas en caso de ser capturados.
Acto seguido, le miré como a un ser inferior que, claramente, se mostraba derrotado, sin esperanza alguna en resolver lo que estaba por llegar.
- Nos lo pensaremos - aquello fue lo único que supe responderle.
Nos levantamos y salimos escoltados hasta el helipuerto, donde nos esperaba el mismo helicóptero que nos llevó hasta allí, emprendiendo el camino de regreso a nuestro hogar, junto a nuestra hija.
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Guerra Oscura: la guerra por La Tierra
Science-FictionUn hombre español desplazado a los EEUU por culpa de la IV Guerra Mundial, se verá envuelto en la llamada Guerra de la Liberación tan solo 17 años después del peor conflicto bélico de la historia de la humanidad. Él, su esposa, su hija y el novio de...