Capítulo 1. Soledad en la penumbra.

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13 de abril, 2004.
12:01 AM.
Brehmvichzt, Berlín.

Entre las calles más obscuras de los más pasivos suburbios del pueblo de Brehmvichzt, podía percibirse el casi inaudible sonido que disipaba el silencio y Llamaba la atención de los velados que cruzaban por las aceras a tan mediana hora de la noche. El estrepitoso ruido hacia juego con la noche. Obscura, con algo de Niebla a lo lejos, solitaria y, sobre todas las cosas, misteriosa. La extraña sensación de que había cambiado algo en el habitual entorno nunca se alejaba, dejando sin palabras a los pocos que lograban escuchar el regalo de la noche.

¿Cuál era el enigmático emisor de este bello y espantoso alboroto? Muchas personas asomaban su cabeza por las ventanas de roble, dándole la cara al extraño brillo de la luna, levantando el oído a la brisa del aire para detectar un ruido casi mudo. Al prestar atención en el momento, se descubría que no era cualquier sonido, si no el escalofriante y agotado llanto de una niña.

Básicamente, en alguna de las millones de residencias que habían en los suburbios, una niña estaba llorando descontroladamente, hasta el punto en el que se creía que se quedaría sin voz para proseguir.

La pequeña Emily Scheider lloraba sin algún fin, dentro de su obscura y tétrica casa, tirada en el suelo, mirando con horror algo que, gracias a la penumbra, no se admiraba por completo. Esperando a que alguien escuchara su llanto, alguien que pudiera ayudarla, pero gritaba cada vez más fuerte tras cada segundo que pasaba sola, sin nadie que le auxiliara.

La pequeña se veía demasiado perturbada, Sudaba demasiado, más de lo que un niño podría sudar a tan corta edad. Gritaba y suplicaba ayudar tras apreciar lo que ella veía: algo que amaba, pero ahora le asustaba. Algo que era parte de ella, ahora era apartada con sus desesperadas manos temblorosas.

Golpeaba la puerta y las ventanas intentando salir. Ese cuarto ahora era una cárcel para ella. ¿A qué grado una niña teme tanto a su hogar, como para querer salir de ahí rápidamente?

La pequeña arrojaba cosas a las paredes y se sentía encerrada dentro de una caja. Le faltaba el oxígeno cada vez que veía lo que estaba tirado junto a ella; algo sumamente aterrador, algo que en el pasado amaba y ahora le temía. No se sentía bien, su garganta se había secado completamente, ya no había nada por hacer, pero al ser una niña, no podía entender eso. Su corazón saltaba y golpeaba la pared de su tórax, sentía una sensación de miedo demasiado para una niña.

Todo había sido tan rápido, minutos antes de esa atroz escena, ella estaba en ese mismo cuarto con su papá, quien cerró con un candado de plata la puerta de la habitación donde se encontraban para esconderse a él y a su hija. Ella tenía tanta esperanza en él, pero él tenía miedo. Ella era feliz, pero él parecía esconderse de un monstruo como ella se escondía del armario ocultándose bajo las sábanas. Su padre la protegía de algo, pero ella no sabía de qué. Él recalcaba una y otra vez: "No te preocupes, pequeña. Todo se solucionará"

Luego todo comenzó, y antes de que se dieran cuenta, algo que parecía haber sido un niño que destellaba como una estrella de un color índigo muy potente, armado con una enorme y filosa espada, una máscara en el rostro y unos ojos gatunos, rápidamente atacó al padre de la pequeña de forma macabra, mientras ella se escondía bajo una mesa. Cuando salió de su escondite, era demasiado tarde. Observó lo más tétrico que había presenciado en su vida. El ser índigo, al notar la presencia de la niña, huyó en una gran masa de sombras que se disipaban por el lugar hasta desaparecer.

Y ahí estaba ella, gritando con fuerzas, pidiendo a gritos que le ayudaran a salir. Tenía un buen motivo para alarmarse, pues frente a ella, yacía el cuerpo de su padre, cubierto de sangre y recostado bruscamente sobre la ahora destruida loza de madera. Ella quería gritar, pero no le quedaba voz; quería llorar, pero le dolían los ojos por lo rojo que se habían tornado; quería escapar, pero lastimosamente, las puertas y las ventanas estaban cerradas con el mismo candado que su padre había puesto para ponerla a salvo. Era el mayor miedo de la pequeña: estar sola.

La niña creía estar en su mayor pesadilla, pero pensó que una pesadilla era un grano de arroz, comparado con eso, pues la única diferencia que rodea a ambas situaciones, es que en las pesadillas ella podía despertar, y su padre la podía abrazar diciendo que nada había sucedido. Pero aquí, ella estaba completamente sola.

En los últimos momentos de vida de su padre, lejos de dedicarle unas últimas palabras, que era lo que ella esperaba, gritó una y otra vez su nombre, con una mirada perdida, pupilas dilatadas

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