Hubo un tiempo en el que para El Escritor todo era arte. El vuelo de un pájaro se convertía en un extenso poema, cualquier noticias en la radio en una novela o pieza periodística, una anécdota graciosa en cuanto breve, incluso al mirar su reflejo en el espejo del baño escribía algunos versos. Pero ahora, cuando a su muñeca le faltaba aceite y sus arrugas se veían más pronunciadas, El Escritor sentía pereza por cualquiera de estas actividades. Ya no escribía por placer y las palabras le salían cada vez más distanciadas, pesadas y aburridas, ya no las pintaba con acuarelas de muchos colores que brindaban alegría a quien las viese sino que eran negras, impresas de su computadora, sin vida. Sus relatos ya no emocionaban al lector, nadie sentía que se había metido por completo en la trama ni se veía representado en los personajes, sus versos sonaban a escuela y sus libros olían a óxido.
El Escritor sabía que esto era pasajero, ya le había pasado antes y él tenía la cura. Entró a ese minúsculo cuartito que en un tiempo había servido para guardar escobas y otros artículos de limpieza pero que hace décadas había destinado a lugar de cura para cuando la inspiración ya no le brotaba naturalmente. Entre esas cuatro paredes blancas de no más de metro y medio de separación no había nada más que aquella caja de cartón.
El Escritor se sentó en el suelo tras asegurarse de cerrar bien la puerta y abrió la caja.
Muchos rumores había sobre su contenido. Algunos opinaban que habían viejas fotos, retratos, palabras y recuerdos que lo hacían rejuvenecer, otros creían que había pociones y hechizos pero, la mayoría argumentaba que dentro de ella no había nada, o que ni siquiera había una caja, que era un invento, y que era el simple hecho de estar encerrado horas y horas en un espacio tan acotado, sin ser molestado por nada ni nadie y (lo más importante) sin escribir, causaba ese efecto en el anciano.
Lo cierto es que cuando salía era un hombre nuevo. Ya no había arrugas en su rostro, sus ojos estaban más abiertos y sus ganas de escribir renacían. Cada vez que salía de su encierro, salía con varios años menos, salía siendo un joven. Es así que cuando volvió a ver la luz del día, El Escritor, volvió a vivir su juventud por cuarta o quinta vez.
Recordó entonces su primer cumpleaños de 21, allá por el el 1860, que su padrino le había dicho que aproveche esa edad, que a ser un pendejo jamás se volvía. Sonrió. Le hubiese gustado que más gente pudiera aprovechar aquella oportunidad que él tenía de recuperar, junto con sus años, las ganas de hacer lo que le gustaba más, las ganas de escribir.Hubo una vez en qué probó mostrarle a un viejo amigo suyo la magia de su pequeño cuartito pero nada en él cambió, ni su edad ni su ímpetu. Por suerte el hombre había tenido la piedad, o quizás la lastima suficiente como para no contarle a nadie que había estado allí, lo que había hecho y, sobre todo, como había fracasado.
El Escritor se lamentó la muerte de su amigo y escribió algunas líneas al respecto. Al terminar se sirvió una taza de café y comenzó con una nueva historia:
"Hubo un tiempo en el que para El Escritor todo era arte..."
Y no paró hasta volver a perder la inspiración. Hasta volver a ser un anciano. Hasta volver a ser un chico.
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El Escritor
Short Story"Hubo un tiempo en el que para El Escritor todo era arte.[...] Pero ahora, cuando a su muñeca le faltaba aceite y sus arrugas se veían más pronunciadas, el escritor sentía pereza por cualquiera de estas actividades. [...] Entró a ese minúsculo cuar...