Serena adivinó en seguida que el hombre que esperaba de pie en su salón distaba mucho de sentirse a gusto.Había rictus forzado de su boca y también en sus ojos cafés, que contemplaban todo con desconfianza. Lo que no podía adivinar era su causa.
El individuo estaba recién afeitado, llevaba un jersey de algodón gris de aspecto nuevo y unos pantalones vaqueros. El hecho de que sólo llevará consigo una bolsa de deportes no era nada extraordinario, pues casi todos los clientes de su pensión solían aparecer con poco equipaje. Tampoco era su peculiar atractivo rudo lo que le llamaba, no. . . se trataba de otra cosa que no podía determinar.
El había preguntado si tenía una habitación disponible
—Sí—respondió Serena sin pensar.
Después, cuando pudo considerar que por mucho que necesitará el dinero, podría haberse ahorrado la molestia de albergar a alguien que no le inspiraba mucha confianza, pero, ya era demasiado tarde; lo había dicho.
Desde un rincón apartado del majestuoso salón, el desconocido paseaba su mirada inquieta por los elegantes muebles, como si apreciará su antigüedad. Después la observó a ella.
Serena sonrió apaciblemente y le señaló el gran libro de tapas de cuero que se abría sobre el escritorio.
—¿Puede firmar el libro de registro, por favor?
El escribió con trazos rápidos y firmes el nombre de Ash Ketchum y en el espacio reservado para la dirección puso simplemente Kalos. Serena decidió no hacer preguntas.
—Su habitación esta al final de la escalera, señor Ketchum. Aquí tiene la llave.
Quizá eran imaginaciones suyas, pero el hombre evito cuidadosamente no tocarla cuando tomo la llave de su mano.
—El cuarto de baño está al otro lado del pasillo—añadió.
El asintió y empezó a subir las escaleras, seguido por la mirada atenta de Serena, que a pesar de su buena crianza, no pudo evitar algún mal pensamiento contemplando sus espaldas, sus piernas y sus movimientos controlados. De pronto se volvió hacia ella.
—¿A qué hora es el desayuno?
Debía haber adivinado que lo estaba mirando. Serena se sonrojo al contestar:
—A las ocho.
El volvió a asentir y desapareció entre las escaleras.
Al cabo de un momento, el rubor desapareció de las mejillas de Serena. Aquel defecto tan fastidioso era una de las pocas costumbres malas que su abuela no había podido quitarle.
Serena había sido educada por su abuela Gabena, una mujer recta como pocas, a raíz de un desgraciado accidente de navegación que acabó con la vida de sus padres. Gram, la abuela, invirtió mucho dinero en los mejores colegios y la puso en contacto con la gente más selecta. Nunca le faltaron ni el dinero ni las relaciones sociales; desde el mejor colegio a la mejor fiesta de etiqueta, Serena había contado con todas las ventajas.
Si por Gram hubiera sido, Serena se abría casado con Jimmy Noyles al día siguiente de terminar la universidad, pero para entonces ella ya era capaz de pensar por sí misma, y tenía muy claras dos cosas: la primera que todavía no iba a casarse, y la segunda, que quería vivir su propia vida, sin que nadie tomará las decisiones por ella, así que se puso a trabajar en una oficina hasta que ahorró el dinero suficiente para irse a vivir a la casa que sus padres le habían dejado en el lago; "su sueño de siempre".
Un distante antepasado había construido la mansión en las afueras de un pueblecito del cabo, probablemente con la firme convicción de que algún día se desarrollaría un nuevo pueblo a su alrededor. Semejante actitud era muy propia de los Gabena, que tenian una acusada tendencia a creerse los amos del mundo.
La vieja casa victoriana de fachada blanca permanecía sola e imponente, junto a la autopista, flaqueada de dunas que anunciaban la cercanía del océano azul.
A un lado del edificio se elevaba una torre con estrechas ventanas de cristal emplomado, además de dos balcones del salón y el comedor. La escalera principal era una obra de arte de madera de caoba.
Serena adoraba esa casa, y para vivir en ella había tenido que optar por convertirla en una pensión, a pesar de la oposición de su abuela.
Flashback
—¿Tú una patrona de pensión?—había exclamado horrorizada. No me parece prudente, querida. ¿Sabes? El otro día me encontré con la madre de Jimmy en el club. Jimmy ha vuelto a la ciudad, y me dijo que le gustaría mucho que fueras a tomar el té a su casa algún día ahora que el está. . .
Serena la interrumpió dándole un beso en la mejilla.
—Abuela, lo he decidido, y estoy dispuesta a llevar a cabo mi plan.
—Eres tan testaruda cómo tu padre.
Serena pensó que sí acaso era mas testaruda que su padre lo había enredado de su abuela, pero no respondió.
—Además, puede ser arriesgado. Con los tiempos que corren, quién sabe que tipo de gente pueda llamar a tu puerta.
—Si no me gusta el aspecto de alguno, siempre tengo el recurso de decir que no me quedan habitaciones libres.
—Testaruda—Repitió su abuela muy disgustada.
Sin molestarse más en discutir, Serena continúo adelante con sus planes, porque la paz que ella sentía en el cabo,que era la razón que la empujaba a hacer aquello, no podía ser descrita de manera que su abuela lo entendiera. Había parecido ridículo que una mujer de veintiocho años se pusiera a divagar sobre los recuerdos que ya casi tenía borrados . . . el olor a sal y el crujido del tercer escalón que la hacían volver a su infancia, cuando tenía unos padres que la adoraban y ella se sentía segura y protegida.
Fin del Flashback
Hasta aquel día, Serena no habia tenido algún tipo de reserva con sus huéspedes. Pero aquel hombre que acaba de desaparecer por las escaleras era el único alojado en la pensión aquella noche, y no sabía bien si lo que sentía era miedo ante la perspectiva de pasar la noche sola con él en el caserón.
No, no tenía miedo, pero quizá hubiera tenido tenerlo.
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Un soplo de libertad
RomanceCuando Ash Ketchum llegó a la pensión de Serena pidiendo habitación, ella lo habría echado con mucho gusto. Pero no lo hizo porque necesitaba el dinero, a pesar de tener la sensación de que aquel hombre ocultaba algo. Después, descubrió su secreto...