Prólogo.

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« Todo es blanco y negro. »

Escucha esto bien, Áaron Su respiración se volvió pesada. Sentía cómo sus ojos color cobalto recorrían mi cuerpo entero, deteniéndose finalmente en mis manos vendadas por una cinta blanca. —, no puedes tener amigos y mucho menos una novia. No puedes tener ningún tipo de distracción en tu vida y no tienes que dejar que nadie se meta en tus asuntos. Eres una máquina, sólo sirves para hacerles daño a las personas, ese es tu trabajo, concéntrate en tu oponente, busca sus debilidades y úsalas a tu favor. Recuerda: Eres un boxeador, el mejor de todos, y estás hundido hasta la mierda conmigo, así que si no peleas, o pierdes, ambos estaremos jodidos. Nadie, pero absolutamente nadie, debe saber de la razón de tu vocación y mucho menos, por qué te hago hacer esto, ¿Has entendido? —Habló con un tono de voz nada amable, sino más bien, amenazador. El único tono que este mal nacido conocía.

Levanté mi cabeza y me encontré con la razón de mis desgracias, el hombre a quien jamás podría golpear hasta la mierda y dejar tirado en una alcantarilla, la persona de la cual jamás podría escapar; Hank Beckett. Miré sus ojos, sin demostrar ningún tipo de emoción en los míos, para después pronunciar las únicas dos palabras que él me permitía estando en su presencia.

Sí, señor.

«Tengo secretos que nadie sabe. »

Ése es mi muchacho.

Sonrió y luego salió de la habitación, dejándome completamente solo para hundirme aún más en mí miseria.

« Mi cordura, está a punto de ser perdida.»

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