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Me acerco a la mesa del comedor y me siento en una de las sillas, frente a mí está el cenicero y un paquete de cigarros. Escojo uno y lo enciendo con un fósforo. Mis ojos, ya acostumbrados a la oscuridad, como si hubiera vivido en sombras un largo tiempo, distinguen las sombras de las sillas a mí alrededor. Doy una larga calada y boto el humo lentamente, deleitándome de mi soledad periódica. Frente a mí, puedo observar a la noche de compañía, sentada al lado de la nostalgia y la melancolía. Casi puedo escuchar sus pies descalzos correteando por el pasillo y sus risas escaleras abajo. Oh, mis pequeños.


Observo el ligero temblor de mi mano cuando tomo el único fósforo restante en la solitaria caja. La edad ha pasado por mis huesos y se ha ceñido entre mis arrugas. Mi casa huele a muerto. Me levanto con toda la rapidez que mi viejo cuerpo me permite y mientras camino, escucho mis pantuflas rozar contra la gélida madera, crujiente y mohosa, del suelo.


Se me escapa una maldición de los labios cuando piso el montículo en la puerta principal. Trastabillo para no caer y me sujeto de la baranda de las escaleras, ¿quién carajos puso eso ahí? Toqueteo la pared hasta el interruptor de luz y una bombilla se enciende sobre mi cabeza iluminando la estancia con amarillez. Un periódico. Un maldito periódico. Casi le doy un puntapié cuando leo la noticia principal. "Hallado cadáver desnudo de un hombre de 25 años en una habitación del Motel San Ester. Muerte por asfixia y mal de amores, literalmente."


Anonadada, me arrodillo con sumo cuidado y lo tomo entre mis dedos temblorosos. Continúo leyendo y una sonrisa se me cierne en los labios. Lo asfixiaron, le sacaron el corazón y lo dejaron botado. Mis costillas se hinchan de orgullo. Esa es mi niña, mi pequeña Lysi.



Me coloco el periódico debajo del brazo izquierdo y subo las escaleras con lentitud ya que cada paso me da un aguijonazo en la cadera... Qué será de esta pobre vieja. Me sujeto de la baranda para no caer y cruzo en la habitación de huéspedes. Abro el clóset y siento mis brazos como plomos cuando tomo la maleta de mis recuerdos, mis preciados recuerdos. Quito la tapa de la maleta y mis ojos se encuentran con muchísimas fotografías. La primera, la de mi difunto esposo. Ojalá esté en el infierno ese maldito. Y debajo de ésta, están mis pequeños. Lysi siempre tuvo el coraje y la valentía, la osadía y la seducción en la sangre, era como yo, sólo que más joven y más bonita. No. Más bonita no. A su lado está Jae, sonriente y tomándolo de las manos.


Oh, mis pequeños. Sus risas escaleras abajo me acarician los oídos como un coro de ángeles y recuerdo aquella primera vez. Sus rostro crispado de nervios, sus manos sudorosas y aquella pequeña chispa de curiosidad en los ojos, de picardía en la mirada. Mis pequeños.Recuerdo que todo iba bien, les enseñaba a mis hijos, a veces por separado, para que aprendieran solos, otras veces juntos, para que aprendieran uno del otro. Les enseñaba a ser fuertes, y no dejarse llevar por los sentimientos, y qué mejor manera que enseñándoles a robar corazones antes que se los robaran a ellos. Pero uno de ellos cometió un error. Una muchacha, ojos oscuros y grandes como si intentara ver tu alma, cabello negro, largo por la cintura, se le acerco un día a mi pequeño Jae, al igual que los días siguientes. Un mes, Lysi ya empezaba a quejarse, de que su hermano empezara a enamorarse, podía sentir como fruncía su frente, la pequeña niña. Ese simple recuerdo me hacia sentir feliz. Como si fuera ayer.


Me detengo, y suelto las fotos, levanto la vista hacia la ventana en la que apenas entraba luz, por el polvo acumulado durante el tiempo que tenia este cuarto abandonado. Botaba el humo del cigarrillo a medida que suspiraba, crecía la nostalgia. Seguía susurrando "Mis pequeños", aún sabiendo que ya no lo seguían siendo.


Jae era todo un galán con aquella muchacha, y con tan solo poca edad, siempre me recordaba a mi difunto esposo, me recordaba a cuando lo conocí, a cuando llevábamos poco tiempo de novios. Intentaba hablarle todas las noches de cómo resultaría todo si seguía viéndose con esa muchacha, pero mientras más le hablaba sobre eso, más me ignoraba e incluso se escapaba de la casa, solo para verla.


Oh, qué pensaría la gente de esta vieja, riéndose sola por sus recuerdos, viendo fotos acumuladas en una maleta. Los momentos llegaban a mi mente, y aparecían en mis ojos, se reproducían como película en el cine. Llegaban tan fácilmente, como si revivieras tu vida, como si solo te quedara poco tiempo de vida.


Una noche de relámpagos, de mucha lluvia, mientras le daba un repaso de biología a Lysi, le explicaba las partes del cuerpo, sus nombres, sus funciones, pero sobre todo, las partes cerca de los corazones. El día siguiente, iba a ser el gran día, por primera vez probarían tener un corazón en sus manos, sin ayuda de nadie, sin ayuda mía.


Un ruido fuerte sonó de repente, había sido la puerta, había llegado Jae, sus pasos eran largos y pesados, como si intentaba romper el piso. Me levanté y le seguí el camino mojado que dejaba hasta su cuarto. Y ahí estaba sentado, viendo el portaretrato de la muchacha. Su rostro mostró muchos sentimientos, expresiones... Rabia, desespero, confusión, impotencia. Uno a uno, al 

igual que dejaba caer sus lagrimas. Se repetían una y otra vez en su cara, como si intentara dejar de sentir, queriendo gastarlos hasta ya no sentirlos más.

Se había enamorado, le habían robado su corazón.


Tal y como pensé que sucederían las cosas, sucedieron... Jae nunca pudo arrancar un corazón, ni siquiera alcanzaba a agarrar el bisturí. Sentía que la veía en todos lados, en cada muchacha que matamos, la seguía viendo, y nunca fue capaz de sacar un corazón, ni siquiera de tocarlo, a pesar de que se mostraba frío e indiferente hacia la gente, a pesar de haber perdido la empatía.


La sentía tanto, que incluso terminó robando corazones, tan igual a como se lo habían robado a él.

Roba CorazonesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora