Parte Única.

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无形

La tarde muere lenta mientras la ventisca juega entre los árboles fría y burlesca.

Sus mejillas pierden un poco el tono rosáceo que les caracteriza y para ese entonces en su cabeza, la voz de su madre le aterriza.

«No puedes tener a nadie amarrado a tu lado, Yixing. Quién quiere quedarse, se queda, quien no, se olvida»

Y aunque la aseveración es un poco cruda, el chino no se cree capaz de refutarla. No puede esperar a que Yifan se apiade y regrese por el camino que trazó alejándose para siempre de su amor.

Resuena en su pecho el eco vacío del "Ya no te amo", duro, sí. Pero Yixing supone que fue lo mejor.
Todavía no ha llorado y es muy probable que aún sea renuente a aceptar que su novio de hace cinco años lo haya dejado sin darle ni la oportunidad ni el derecho de apelar.

¿Por qué?

Se pregunta.

¿Hizo algo mal?

El vaho se escapa de sus labios, y para cuando vuelve a conectarse con la realidad, el escenario azulado y oscuro de una noche de invierno le da la bienvenida, saludándole con una caricia tersa de gélida brisa, similar a la de altamar.
Sus piernas están entumecidas, sus rodillas duelen al caminar, sin querer se le ha escapado la tarde mirando al horizonte, ese por donde Yifan jamás volverá.
Yixing quiere llegar a casa, abrazarse a su mamá; decirle que ya nadie volverá a distraerlo de sus obligaciones y que aun cuando es joven y astuto, se dará el gusto de decir "Ya no volveré a amar."

Su cama le recibe con frazadas calientes, un bultito que se remueve a la altura de los pies.

"¿Kiwi?"

Y bajito, en respuesta se escucha un maullido.

Yixing se quita la ropa y cuando las mantas cubren su nariz, se acomoda; removiéndose hasta quedar con las piernas contra el pecho y sin oportunidad alguna, rompe a llorar.
El dolor demora en menguar, el llanto hace que el gatito siamés se acurruque junto a su dueño, tratando de acercarse a su pecho. Como si su calor hiciera que el corazón de Yixing pueda sanar.

Pasan las horas, pasan y pasan sin parar. El joven de cabello castaño duerme y aún cuando en sus mejillas se marca el camino tenue de las lágrimas, su imagen es angelical. Sus mejillas rosadas, sus labios y su nariz como esculpidos con cincel hacen del chino un joven pulcro con actitud tan dulce como la miel.

El sonido de la lluvia golpeando constantemente contra el techo de cristal le trae desde el reino de Morfeo a la realidad. Sus ojos se abren con pesadez, el traga luz hace que su habitación se ilumine de forma natural. Suspira, y se acurruca en su cama, contra su gatito que lucha contra el inminente despertar.

-Yixing, ¿vienes a desayunar?

La voz de su madre se escucha bajita y suave a través de las mantas, cariñosa y que le incentiva a terminar de reaccionar. Tiene la boca seca y los ojos hinchados después de haber llorado hasta pernoctar pero, de alguna forma de siente bien, dispuesto a continuar.

Los dedos de sus pies se contraen cuando sienten el frío de la madera antes de hallar sus pantuflas. El minino parece burlarse de su dueño cuando lo ve alzarse y caminar.

- ¿Yixing?

- Ya voy, mamá.

El chino cumple con su ritual mañanero; una corta estancia en el baño luego, pasos suaves que lo llevan a recoger su ropa y ordenar. Un cambio de muda y se siente bien, sus ojitos somnolientos devolviéndole una tristeza indescriptible cuando se da cuenta de que nada sirve esperar, Yifan no lo volverá a llamar si siquiera para un "Buenos días, conejito. Nos vemos en la facultad."

«Invisible»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora