1 - LORENZA

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Por ck-alex

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Laura había terminado en un antro de la zona rosa de la ciudad, en cuya área VIP había varios tipos vestidos con atuendos negros plastificados, brillantes, muy ajustados, que provocaban que sus músculos rezumaran los esteroides introducidos en ellos durante meses; se cubrían la cabeza con capuchas negras puntiagudas que aunadas a la penumbra del sitio perpetraban el anonimato. El mismo anonimato que los asistentes al lugar lograban al intercambiar sus ropas por máscaras de diversos tipos, formas y colores, las que de no ser por el ambiente hardcore del sitio pudieran haberse confundido con máscaras para un carnaval. Laura, la tímida contadora, mostraba con pudor su esbelta desnudez cubierta solo por la máscara con forma de mariposa que portaba. Trataba de cubrirse sus pequeños senos con una mano y la otra no sabía si dirigirla a su vulva que no había tenido la precaución de depilar; no había planeado desnudarse en público en la mañana que salió de su casa para ir a la oficina,  o no sabía si dirigirla a tapar esa llantita minúscula de la que siempre se había avergonzado de tener a pesar de ser muy delgada. Había escogido esa máscara, de forma infantil y casi ridícula, porque muy en su interior sentía vergüenza de que una noche de chicas hubiera terminado en un sitio así, hubieran aceptado entrar al área VIP y se hubieran animado a pagar el tratamiento "intensivo" que se los ofrecieron a precio especial por ser tres personas. Aún así le pareció carísimo, pero al calor de las copas se dijo que se merecía algo así de vez en cuando en esa vida con tan pocos satisfactores. Solo les dijeron que se dejaran conducir por sus asistentes enmascarados y las pasaron a cada una a un vestidor donde estaban las máscaras. Al salir ya no vio a sus amigas, les habló pero solo llegaron esos dos, que justo en ese momento en que había decidido que prefería cubrir su entrepierna con la mano, sintió que casi le arrancaron los brazos al jalarlos hacia su espalda y los ataron con lo que supuso eran unas esposas por el ruido que escuchó y que solo había oído en la televisión en los programas policíacos , de esa forma era llevada  con los brazos a la espalda, casi a rastras por uno de los verdugos, pensó que ya les podía llamar así después de todo, por un pasillo en penumbras, mientras otro la amenazaba con un látigo que agitaba constantemente a su lado provocándole intensos sobresaltos con sus chasquidos. Ella caminaba moviendo sus largas y delgadas piernas con dificultad, ya que los jaloneos la hacían casi perder el equilibrio. Al menos le habían permitido conservar  sus zapatillas, que tenían un tacón muy bajito, ya que ella siempre  había preferido la comodidad a la elegancia en su trabajo. Al entrar al siguiente salón, pudo ver a pesar de la poca iluminación una serie de mesas parecidas a las de masajes; le pareció reconocer a Gaby en una lejana, pero no le dieron tiempo de ver más,  porque un empujón la hizo caer de boca sobre una especie de potro de tormento. Lanzó un grito al sentir como su labio inferior era hecho prisionero entre su dentadura y la superficie semidura de la mesa. Instintivamente introdujo el labio en su boca para explorarlo con la lengua buscando alguna herida, pero solo lo sintió entumido y no percibió el sabor salado de la sangre. Sonrió cuando se dio cuenta de que el dolor en el labio se transmitía transformado en un chorrito de humedad hasta sus labios vaginales. Una sensación no permitida estaba tomando posesión de su cuerpo. Sus senos se presionaron contra la mesa cuando la subieron a ella y la acostaron boca abajo, ahora sus manos fueron atadas sobre su cabeza, sintió la dureza de sus pezones al ser comprimidos contra la cubierta áspera de la mesa, fue un nuevo estímulo transmitido hasta su vagina, cuando flexionaron hacia abajo la parte de la mesa sobre la que estaban sus piernas sintió una gotita de sus secreciones escurriendo por la cara interna de su muslo derecho. Las correas que apretaron su torso contra la mesa limitaron levemente su respiración. Inmediatamente después sintió el primer latigazo en sus nalgas expuestas. Siempre le había gustado la suavidad de sus nalgas, a veces en la intimidad se acariciaba imaginándose que un amante ardiente, que nunca llegaba, pudiera disfrutar de esa piel que ella cuidaba tanto y en un arrebato de pasión pasara por alto todas las imperfecciones que ella sabía que tenía su cuerpo, como sus senos pequeños y esa maldita llantita que ninguna dieta eliminaba, y así ciego de amor la hiciera suya durante una noche interminable de sexo inolvidable. No pudo reprimir un grito de dolor, que fue mas intenso al imaginar como iba a quedar marcada su piel después de esto. Antes del siguiente latigazo unas manos rasposas le colocaron una mordaza de goma en la boca y sintió como la apretaban en su nuca; de esa forma sus torturadores se aseguraban de que guardara silencio, al parecer no deseaban que se desahogara al gritar. Posterior a colocarle la mordaza, siguieron los latigazos, cada uno de ellos arrancaba un gemido sordo de su garganta y hacía que moviera la cabeza de un lado a otro. También flexionó las piernas como tratando de proteger sus glúteos con los pies. Al hacer eso hubo una nueva pausa en el castigo y sus piernas fueron hechas prisioneras de sendas correas que las mantuvieron rectas y abiertas en un pequeño ángulo de unos 20 grados. Se podía imaginar que toda su rajita quedaba expuesta con esa posición, con seguridad quedaban sus dos orificios a la vista... y al alcance de lo que quisieran hacerle sus verdugos. Sentirse a su merced la llenó de un placer morboso que la hizo respirar con agitación, mover sus nalgas de un lado a otro probando la firmeza de las correas que la sujetaban y levantar su cabeza tratando de ubicar con la vista a sus atacantes, sin conseguirlo, además de que con el jaloneo y la mordaza, ahora su máscara le obstruía la visión y sus manos atadas no le permitían reacomodarla. Sintió un nuevo latigazo que ahora involucró también sus muslos y este le ocasionó mas descargas de placer en su rajita húmeda. Cómo era posible que esa sensación de ardor en la piel de su trasero se transmitiera a las glándulas que secretaban el moco de su vagina? Era algo que ella no se lograba explicar con los pocos conocimientos de fisiología que tenía como contadora, quizás sí hubiera una explicación, pero ella la ignoraba.

LA ESCRITORADonde viven las historias. Descúbrelo ahora