• c u a t r o •

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g u s t o

Jordan rozó suavemente una de las manos de Kentin. El castaño, antes distraído, dirigió su atención a la rubia; sin embargo, al ver su cara de concentración, decidió no preguntar nada.

Recorrió sus palmas, lentamente, y aunque los guantes no le permitían sentir por completo su piel, sí que pudo sentir lo rasposas que eran, esbozando una pequeña sonrisa inconsciente.

Le gustaban sus manos.

Le gustaba que hubieran pasado de un par de manos de niña delicada, a un par de manos fuertes y cayosas, rasposas, porque eso denotaba todo el esfuerzo que Kentin hacía, para superar con reconocimientos los obstáculos de las clases físicas.

Ella misma tenía manos nada delicadas para una chica, y por eso usaba guantes. No que le importara demasiado, pero a veces incluso a ella le molestaba lo rasposas que podían llegar a ser.

— ¿Jordan? —la voz— ahora gruesa y sumamente masculina; llenó el ambiente. La chica de cabello corto no lo miró, pero él supo que lo estaba escuchando—. ¿Estás bien?

—Me gustan tus manos.

Tan sincera, tan concreta, la rubia nunca fue de otro modo. Kentin, por su parte, hizo lo mejor que pudo para esconder su sonrojo, mientras alzaba una ceja.

—Me gustan porque no son delicadas. Son fuertes, y tienen imperfecciones…

Justo como tú”. Se quedó atorado en su garganta. No quería terminar de decirlo, no necesitaba terminar de decirlo.

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