Capítulo V

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Me siento como la mañana en la que murió mi padre, otra vez. Este momento divide mi vida en un antes y un después.

¿Quién imaginaría que estaría pasando por esta situación? Solía ser un chico más, un joven de 22 años que habita la ciudad, que era libre y que tenía sueños por cumplir. Ahora que estoy en este convoy he dejado de ser ese chico libre y soñador para convertirme en un Defensor de Ha­venfield, cuyos movimientos serán regidos por órdenes que provienen de otros hombres.

Ya no hay vuelta atrás. Allá afuera quedó mi niñez, mi adolescen­cia, mi vida como era hasta ahora y, lo más importante, mi familia.

- ¡Oh, Yannick! –suspiro.

Kate, quien está sentada a mi lado, sólo me mira. No dice nada.

Sólo han sido horas desde que salí de casa. Sólo fue anoche la últi­ma vez que hablé con él y lo abracé, y ya extraño a mi hermano, extraño a mi madre, extraño mi hogar.

Dejo escapar, en silencio, unas cuantas lágrimas.

- Guárdalas para cuando veas morir a tus amigos y no puedas hacer nada –me dice un soldado y sale del convoy, sin darme tiempo de verle la cara.

No había notado la presencia de algún militar dentro del convoy. Es extraño, pero esa voz se me hace familiar.

Sé lo que vengo a enfrentar, intenté hacerme saber que no sería fácil. Pero las cosas no se aprenden de la noche a la mañana. Ya es­toy aquí y no puedo hacer más nada, así lo decidí, este es mi destino.

Tomo una bocanada de aire y la dejo salir en una fuerte exhala­ción, mientras recuesto mi cabeza en el hombro derecho de Kate.

- Tranquilo –me dice y luego me da un beso en la cabeza–, vamos a salir de esta como entramos: juntos.

- Sólo espero que sea acompañado de tus padres y de Natalia –res­pondo.

- Así será.

No lo demuestra, pero sé que esto le ha dolido un poco.

- Lo siento –susurro, porque hasta yo me siento afectado con lo que le dije.

- No tienes por qué disculparte –contesta con voz hueca.

- Kate... –la miro, intentando conectar con sus ojos.

- Jordi, de verdad, todo está bien –responde, volteando la cara.

Mi padre una vez me dijo que si una mujer me respondía con un «todo está bien» es porque algo anda mal, y posiblemente yo sería la causa de su malestar.

No se equivocó. Entonces, supongo que tampoco erró cuando me aconsejó que no intentara arreglar las cosas en ese momento, porque lo empeoraría todo. Eso me causó gracia cuando lo escuché por primera vez y ahora que lo recuerdo, río un poco.

- ¿Qué te parece gracioso? –suelta Kate.

- Tú –sigo riendo.

- ¿Yo? –arquea una de sus cejas.

- Sí, tú –me acerco a su rostro y le susurro cerca de sus labios–. Tu último gesto fue gracioso.

Ella sólo sonríe.

- ¡Todo listo para arrancar! –se escucha desde el altoparlante del convoy líder.

De espaldas y cerrando la puerta de nuestra furgoneta, sube el sol­dado de la voz familiar por la pequeña escalera de acceso. Se da vuelta y para mi asombro es Damián. Pero, ¿en qué momento se alistó como para ya estar prestando el servicio?

Defensores de HavenfieldDonde viven las historias. Descúbrelo ahora