-¿Qué has puesto en la pregunta ocho? - preguntaba Christian mientras avanzaban un paso más en la fila del comedor.
-No me acuerdo. Era la más larga.
-No jodas. Que a mí me ha ocupado dos líneas, tío.
-A mí medio folio.
-Ah, guay. - dijo con tono irónico. - Al menos el diez en matemáticas lo tengo.
-Gracias por restregármelo, Chris.
Christian le hizo una mueca para decir algo así como "te aguantas" y avanzó un paso más. Al otro lado del mostrador estaba Berta. Una mujer que rozaba los cincuenta y llevaba década y medio de cocinera en el instituto de Rodrigo. Era bajita y robusta, con una sonrisa decaída y las manos, los ropajes y la cara grasientos. Junto con su fiel acompañante durante unas cinco horas cinco días a la semana, su cucharón, cocinaba y servía comida a unos setecientos alumnos.
-¡El siguiente! - gritó con su áspera voz.
Le tocaba a Christian. A diferencia de la mayoría de comedores, la comida de Berta estaba riquísima. Macarrones con queso, a estofado de ternera con patata, arroz a la cubana, palitos de merluza y un amplio abanico de bocadillos y bollerías (no cocinados por ella) a elegir.
-¿Me pones un plato de macarrones, por favor?
Berta le dedicó una versión de su sonrisa y con dos viajes de su cucharón de la bandeja al plato de Christian, ya estaba lleno. Éste fue a coger sitio mientras Rodrigo se acercaba con un apetito bastante leve.
-Ponme una ración pequeña de palitos, Berta.
-Espera un minuto que creo que se me ha olvidado la segunda bandeja.
Rodrigo giró la cabeza que había apoyado en el mostrador y entre la multitud vio a Paula sentada en una mesa individual en compañía de tres libros. Era increíble lo feliz que era encerrada en ese mundo. En ese tema la entendía muy bien. Mientras la miraba pudo percibir que era analizado. Cuatro chicas de la mesa de en frente habían pensado erróneamente y susurraban mientras señalaban a Paula de forma despectiva. «Es una puta.» fue lo único que alcanzó a escuchar Rodrigo de la boca de aquellas buitres que solo sacaban lo peor de todo. Cuando iba a contestarles una voz le interrumpió.
-Joven, perdona por tardar, mi ayudante no se aclaraba.
Rodrigo le sonrió y se llevó su plato a donde estaba Christian. Estaba sentado con cara de querer morirse en compañía (probablemente involuntaria) de dos chicas que no tenían aspecto de querer callar.
-¿Interrumpo?
-¡No! Siéntate. - le contestó una de las chicas mientras le ponía ojitos.
-Creo que me decía a mí, Windy. - dijo Christian no muy amable. - De hecho, no, no interrumpes. Vamos al patio que me tenías que explicar la cosa ésta tan genial. Adiós, chicas.
Ambos se levantaron y salieron del comedor entre los bufidos a causa del intento de aguantarse las carcajadas de Rodrigo. Nada más salir su amigo le dijo:
-¡Te lo juro! He intentado ser amable, pero me supera. Windy se ha puesto a hablarme de fútbol. No tenía ni idea, eso primero. Y segundo, a mi no me gusta el fútbol. ¿Cómo se puede caer así en los estereotipos?
Rodrigo permanecía callado mientras su amigo maldecía mil cosas en el mundo y soltaba discursos morales. A pesar de estar de acuerdo con todo, sabía que más que una conversación, aquello era un monólogo donde su amigo se desahogaba de todo lo que había aguantado en el mesa.
-¿Has acabado? - le dijo Rodrigo cuando llegaron a un banco. - Porque te tengo que decir un par de cosas sobre el domingo. - Christian asintió. - Bien, primero, Letizia es algo callada. Muy reservada pero cuando habla contigo un rato, poco a poco, no sé... ¿Tú me entiendes?
-Es decir, Sujeta-velas.
-¡No! Nada que ver. Lo segundo, y para terminar de confirmarte que no vas a ser un sujeta-velas, vendrá una amiga suya también.
Genial. Solo nos falta uno para ser un candelabro.
Rodrigo suspiró mientras se levantaban para ir a la siguiente clase.
Los minutos se le hicieron horas. Número tras número. Ecuación tras ecuación. Y, para colmarlo todo, unos retortijones nada agradables en sus tripas.
-Profesor, ¿puedo ir al aseo? - preguntó Rodrigo.
Partiendo de la base que aquel profesor rancio con cara de bull-dog le hubiera dejado ir, sospechaba que hasta su cara era un retrato. Mientras atravesaba los pasillos desiertos cabizbajo y escuchaba el eco de sus pasos, percibió la presencia de alguien. Para su sorpresa había una chica allí. No muy alta, pelirroja de expresión tímida. Le dedicó una amable sonrisa y continuó en dirección contraria. Rodrigo estaba acostumbrado. No se podía negar su atractivo. Ni el efecto que causaba en muchas personas. Había perdido la cuenta de las veces que le habían sonreído o incluso hablado sin conocerlo.
Los detalles de la experiencia entre Rodrigo y el retrete del instituto son desagradables a la par que irrelevantes. Así que obviémoslos. Tras salir, comprobó lo esperado. Tenía cara de muerto. Pálido y decaído. Miró al espejo. En una esquina del mismo había una frase. Al acercarse comprobó que no era exactamente eso. Era un link de internet. No le dio importancia. «El típico gracioso que pone una página porno.» A pesar de tener asumido lo que era, algo le decía que no. «Y si no...» Comprobó que tenía su bloc de notas y copió el link. No se imaginaba lo siguiente.
ESTÁS LEYENDO
A la pista de un estafador
Mystery / ThrillerRodrigo Freud, un joven de 17 años residente en Barcelona, se embarca en una búsqueda para encontrar cualquier tipo de información sobre Eduard Malone. Un astuto estafador, con un alma aventurera y, además, protagonista del libro obligatorio mandado...