CAPÍTULO 2

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   Faltaban treinta tediosos minutos de clase de literatura con Karsten y Rodrigo comenzaba a perder la poco paciencia que guardaba. Entre él y la ventana estaba Christian Durá, su mejor amigo, mirando a los de primer año haciendo baloncesto en su hora de educación física.

   -Christian, ¿no te basta con las chicas de tu edad? - le preguntó Rodrigo.

   -¿Y a ti no te basta con ser imbécil que además tienes que ser pesado? - remató. - Simplemente no quería interrumpir tus pensamientos. ¿En qué piensas que te has tirado la clase mirando el reloj y suspirando?

   -Luego te lo explicaré. Espérame al terminar que tengo que hablar con Karsten.

   -¿De qué?

   -Sobre el libro que mandó.

   -El del estafador. ¿Me dirás las respuestas del examen de lectura?

   -Sí. ¿Tú a mí las del examen de informática?

   Christian asintió. En ese momento su mirada color almendra se clavó en Paula. La muchacha no se percató. Rodrigo siguió la mirada de su amigo y suspiró al ver el destino de ésta.

   -¿Vas a hablarle?

   Christian miró a su amigo. Y volvió a mirar a Paula. La examinó de una forma pura. Sin malas intenciones. Observó el movimiento de las ondas negras de su cabello cada vez que elevaba y agachaba la cabeza para ver y anotar lo que el profesor escribía en la pizarra. Se perdió en la infinita galaxia de sus ojos avellana sin preocuparse en salir de ella. No le interesaba el dejarla atrás. Se apoyó esta vez en su expresión de concentración. Sus rosados labios, desnudos de cualquier cosmético, apretados cuando leía. Sus definidas cejas. Una suavemente elevada cuando se planteaba algo de la explicación. Fue subiendo el nivel. Sus delicadas manos. La curva de su cintura que ella no solía marcar con sus jerséis. Sus finos muslos. Su discreto busto. Sus marcados gemelos y sus diminutos pies, calzadores de un treinta y seis. Eran zonas que solo Christian recordaba. Y él era el único que las recordaría de esa forma. Paula. Paula Pérez. La única chica capaz de romperle el corazón a Christian, su novio hace un año y su compañero de clase actualmente. Sin motivo. Sin explicación. Simplemente, una carta donde terminaba con los once meses más pasionales y llenos de sensaciones en la vida del muchacho.

   -No. - contestó al fin. - Ella no quiere. Y es por algo. Algo que no sé. Y no sabré hasta que ella quiera. No solamente porque lo respeto. Es imposible saber algo de ella si ella no quiere. Ya sabes lo discreta e inteligente que es.

   -Puede ser muy discreta, - concluyó Rodrigo señalando disimuladamente al grupo de los "pasotas". - pero eso no es sinónimo de que pase desapercibida.

   Christian dirigió la mirada a ellos. Vio como cuatro imbéciles (porque a su juicio no tenían otro nombre) hablaban y señalaban a Paula de una forma casi explícita. Conteniendo las ganas de levantarse y cerrarles la boca de un puñetazo, volvió a mirarla. Esta vez ella también lo miraba. No pedía ayuda. Sabía defenderse. Era inexpresiva. Fría. Pero cargaba con mucho dolor en el fondo. Lejos de esquivarse, mantuvieron sus miradas juntas. Lo único que podían unir. Él se atrevió a sonreír. No fue recíproco. Ella volvió la vista a su cuaderno. Lejos de arrepentirse, sonrió de nuevo para sí mismo. El hecho de verla le causaba eso. Y no podía contenerlo. Tampoco tenía intención de ello.

   -Rodrigo... - murmuró - Igual... Igual sí le hablo.

   Rodrigo le revolvió su oscuro cabello en señal de orgullo.

   -Muchachos, - interrumpió el profesor. - ese tipo de actividades estaría bien trasladarlas al recreo, ¿no creen?

   Ambos asintieron. A partir de ahí, los minutos volaron. Sonaba la campana que indicaba que les quedaba la última hora del día. Plástica. Fenomenal. Podían permitirse llegar tarde a la clase del profesor Brennan Fitzgerald. Conocido por sus alumnos como "El verde" (referente a su origen irlandés y a la testificación de muchos alumnos del olor a cierta planta de consumo ilegal que desprendía.)

   -Profesor Karsten, - comenzó Rodrigo. - ¿Tiene usted un momento?

   -Y dos. Y tres. - dijo el maestro con alegría mientras borraba la pizarra. - Si bien sabe usted que nadie me llama. Nadie se interesa por la lengua que ellos mismos hablan. Ignorantes. ¿Y sabe usted qué es lo peor? Que los que menos saben, son los que más hablan. Y eso es grave. ¡Gravísimo! Degradan el idioma. La historia. Porque bien saben ustedes que la historia viene de la escritura. De la comunicación, queridos alumnos.

   El profesor hizo una pausa y se sentó exhausto. Quizá por su discurso. Christian se limitó a salir del aula y soltar la carcajada que contenía.

   -Bueno, señor Freud. El caso del estafador. ¿Qué sabe?

   -Lo del libro y lo de su muerte.

   -¡¿Bromea?! ¿Y se lo cree? ¿Cree todo lo del libro?

   -Al principio pensé que era ficción. Pero hemos visto que era real. Usted también lo vio conmigo, señor.

   Karsten sonrió.

   -Eres un loco que no sabe dónde va. ¡Me gusta! - el profesor le dio una palmada en el hombro. - Vaya al término de su jornada al comer al locutorio de "La Noieta." Si ve que no puede a ese horario, a las seis en punto en el mismo lugar.

  Rodrigo asintió.

   -No iré yo. Le mandaré a alguien mejor. Seguro que le cae bien. Pero nada más, eh. - terminó de recoger sus cosas y cogió su maletín, su sombrero y su abrigo. - Le veré mañana.

   Cuando Rodrigo iba a preguntar por características físicas de la persona, Karsten ya había salido del aula. El muchacho se limitó a ir al aula de arte. Tras recibir un discurso de vivir la vida sin prisa de El verde, se sentó junto con Christian que dibujaba lo que serían posibles personajes de videojuegos. Él, por su parte, se dedicó a releer partes importantes del libro y organizar la información. Lo recibiera quien lo recibiera, quería ir preparado.
  
   Las tres de la tarde se hizo notar con el tercer aviso ya mencionado. Rodrigo salía a toda velocidad de su clase mientras rebuscaba en sus bolsillos el dinero para comprar algo rápido de comer e ir al locutorio. Pudo llevarse el último bocadillo de tortilla de la cantina del instituto.

    Diez minutos después, y con un hambre voraz, estaba en la puerta del lugar marcado.
  

  

  

  

A la pista de un estafadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora