El comienzo

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Se miró al espejo y solo vio a alguien normal, pero extraño; delincuente y justiciero, sólo él sabía lo que se cocía, allí y en todo el mundo, en esa horrible ciudad llamada Los Ángeles, en un engañoso país llamado América y en un traicionero lugar llamado mundo, pero no hogar, por lo menos para él.

Antes, trabajaba sin pensar y si alguien moría por accidente (o no tanto) no le importaba, le daba igual. Ahora, tomaba remordimientos pero, eso no era lo peor, sino que cada vez sentía más.

Era tan fácil... acabar con una vida y eso.

El teléfono rompió el silencio.

-¿Quién? -preguntó.

-... -no contestaba.

-Ralen, ese eres tú, ¿no? -contestó una voz después de un largo silencio.

-No, yo soy el que te va a partir la cara.

-No te digo que no, pero tal vez yo te la parta primero -le dijo en tono burlón-. Además, no sabes quien soy.

Ralen conocía esa voz. Era siniestra y profunda, pero había aprendido a no temerla. Contestó:

-Hasta ahora, Flaigow.

Llegó la hora de trabajar.

Se puso una camiseta de manga corta.

Cogió un cuchillo y lo colocó en la funda de su bota.

Enfundó la pistola.

Se puso la chaqueta.

Agarró la botella y tomó tres tragos. Serían los últimos en varias horas.

Abrió la puerta. Se sorprendió. No había prácticamente nadie, tan solo unos cuantos coches.

Se oyó un ruido a  lo lejos.

Siguió andando. Querían asustarlo, pero no iban a echarle atrás.

Lo importante era la misión.

Siguió andando.

Se oyó el ruido, solo que más cerca.

Un hombre cruzó la  calle.

Se acercó al hombre. Vestía una gabardina negra, como sus gafas de sol y el resto de su ropa.

Le dio la espalda y siguió andando.

Cinco minutos.

Diez minutos sin volver a escuchar nada.

Se escuchó un ruido. Se pegó a la pared. No quería cruzar la esquina. No quería ver lo que le esperaba al cruzar la esquina.

-¡No!¡Así no!Quédate quieto ahí, sin hacer ruido -tronó una voz.

-Señor, ¿yo no quedaría mejor sentado?

¿Qué?Eso no concordaba. Cruzó la esquina.

Se quedó perplejo. Estaban rodando una película.

Entonces... se la habían liado.

Se dio la vuelta. Salió corriendo. Corrió, corrió y corrió.

Quería tumbarse en el sofá, ver la tele, leer un rato y dormirse.

Sí, haría eso. Se relajaría un poco.

Casi podía ver su casa. Solo cruzar la esquina... y la cruzó.

No se había imaginado lo que iba a ver.

Pero lo vio.

No, no se lo podía creer.

Su piso estaba en llamas.

Báculo y pistolaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora