Al acabar con Musul-Man, Manolín pensó que tal vez el villano Roduolfo se encontraba dentro del hotel, por eso decidió presentarse amablemente al director de este:
-Ooooodaaa- exclamó Manolín.
El director, al ver que este niño retrasado había asesinado a su compañero de petanca Mustafá Mustafini llamó a seguridad, que eran dos mexicanos contratados así de gratis pero como ni Manolín ni los dos mexicanos tenían inteligencia sus poderes cerebrales se contrarrestaron y formaron un aura positiva que le permitió absorber la energía de los dos seguratas y colarse en el hotel. El hotel en si, era la bomba, pero literalmente, las ventanas estaban a prueba de explosiones, el reloj de la entrada era un temporizador, la alarma era realmente una alarma de bomba y los sirvientes eran mozas vírgenes del desierto de Ah-Rena por supuesto enseñando los tobillos para calentar el ambiente pero esto a Manolín no le afectaba porque se sentía atraído sexualmente por los coches rojos, las piedras graníticas y las cascadas. El director del hotel pensó que lo mejor era dejarle entrar y que se encontrara con los temibles hermanos bujarrones: 40 hermanos de Siria que se dedicaban a pintar los pomos de las puertas, un trabajo muy importante. Estos 40 hermanos, como su nombre indica, eran un poco gays, no demasiado pero sí un poquín, tenían la cabeza rapada y vestían unas camisetas de tirantes rosas, pero además de eso, protegían la entrada a la torre subterránea, que mágicamente Manolín había descubierto con ayuda de Albert Punset la noche anterior (paga el DLC para obtener este capítulo).
Los hermanos bujarrones acorralaron a Manolín como si de un bukkakke se tratara.
-Esto también me recuerda a cuando fui a la iglesia- exclamó Manolín, agotando otra parte de sus neuronas diarias.
-¡Ay maricón, no sabes dónde te has metío!- le dijo el bujarrón Julio Alberto "Gatita Caliente".
Manolín se quedó mirando las rayas de las racholas del suelo. Pensaba que si habría la rachola por la mitad saldría un girasol.
-¡Te vamos a matar!- gritó el hermano bujarrón Marío Magdaleno "Diva Hot".
En cuanto Manolín escuchó esa palabra, recordó los gritos de su padre.
-¡Y después te usaremos para otras cosas papá!- dijo el bujarrón Chico Fogoso19 BCN.
Entonces los bujarrones empezaron a quitarse los cinturones para quedarse en sus tangas rosas. A Manolín le recordaba muchísimo a cuando su padre le pegaba cinturonazos, y por supuesto, aunque era más tonto que un pedrusco mal puesto, por la fuerza aprendió a esquivarlos. Ningún bujarrón le dio con su cinturón de mujer con un corazón de brillantitos en medio.
-¡Ay papi, pero este niño de donde ha salido!- gritó el bujarrón Delirio Mojadín.
Manolín pasó a la ofensiva: de vez en cuando, a Manolín le daba por frotarse los calzoncillos con perfume de jazmín, el por qué nadie lo sabe ya que nadie en este mundo es tan tonto o más bien dicho, especial que Manolín, y también de vez en cuando a Manolín le funcionaban tres cuartos de cerebro con los que podía respirar sin ahogarse, hablar sin trabarse y tener alguna que otra idea; con la laca para el pelo de los bujarrones, se tiraría un pedo delante de la mecha de la bomba del hotel y abriría la sala donde guardaban el oro, el incienso, las alfombras mágicas y los tomates. Así que efectuó su plan, saltó unos 20 centímetros y lanzó sus gallumbos a los bujarrones que atraídos por ese frescor que radiaba de ellos, además, los hermanos se peleaban entre ellos para intentar olisquear y frotárselos por los sobacos. Entonces, aprovechando el despiste, cogió una laca y encendió la mecha.
-¡ALLAHU AKBAR!- sonó la alarma.
Manolín corrió hacia la salida y como si de una película de acción se tratara, mientras salía voló por los aires medio hotel, incluyendo sus calzoncillos, ahora Manolín tenía una misión prioritaria: encontrar otros calzoncillos con olor a jazmín para proteger su pilila.