El replanteo sobre lo que comemos y su estrecha relación con el cuidado de la salud son temas de los que se habla cada vez más; ¿moda pasajera o un verdadero cambio de paradigma?
¿De dónde viene la carne que llega a la mesa familiar? ¿Cómo se procesan los lácteos que les damos a nuestros hijos? ¿Qué son los transgénicos, el glifosato y los conservantes? Estas y muchas otras preguntas forman parte de los cuestionamientos a la alimentación procesada industrialmente que consumimos todos los días. Sin darnos cuenta, cada vez más seguido se habla de estos temas.
Intolerancia al gluten, a la lactosa, celiaquía, colon irritable, colesterol alto son apenas algunos de los tantos términos que se escuchan cada vez más al inicio de algún almuerzo o cena con amigos. También llama la atención ver la fuerza que ha cobrado la oferta de comidas vegetarianas y la proliferación de ferias de productos naturales como una forma más responsable de comprar, y que pone en contacto directo a los productores con los consumidores. ¿Revolución o moda pasajera?
"Los alimentos que comés pueden ser la más poderosa y segura medicina para tu cuerpo o el más lento proceso de envenenamiento", escribió Anne Wigmore, médica nutricionista norteamericana, precursora de la alimentación consciente, en la década del 60. Lentamente, este despertar de consciencia que ella hizo hace 50 años comenzó a fluir en silencio y ha llegado a todos los rincones del mundo para hacernos un replanteo sobre lo que ingerimos y la responsabilidad que asumimos al hacerlo, sobre lo sagrado del acto de comer y la estrecha relación entre comida y salud. Fue la primera en poner luz sobre el daño que estaba ocasionando el exceso de harinas y azúcares en los alimentos industrializados y su posible relación con las enfermedades degenerativas.
Mónica Cristina es médica especializada en Nutrición en el Hospital Italiano y se ha especializado en nutrición ayurveda. En el ejercicio de su profesión en un consultorio tradicional se las ingenia para combinar lo que los pacientes demandan con su deseo de propagar un nuevo paradigma. "La mayoría de los pacientes que llegan a mi consultorio vienen con la idea de una dieta para bajar de peso, pero terminan pidiéndome que les enseñe a comer bien. Cuando están acostumbrados a comer carnes, embutidos, pastas y todo tipo de comidas con grasas, empiezo a reemplazar esas cosas por más verduras y frutas, pero no intento que se hagan vegetarianos. Voy de a poco y muchos vuelven para seguir profundizando el cambio porque se sienten mucho mejor y, además, bajan de peso", dice.
"Hay un cambio de consciencia y, desde hace unos años, aumentó muchísimo también la cantidad de gente que viene a mi consultorio porque quiere dejar de comer carne. Los más jóvenes, por un tema de protección animal; los más grandes, porque lo sienten más saludable. Todos están mucho mejor informados y las redes sociales ayudan mucho a este cambio", explica.
Los números hablan
Los números hablan por sí mismos. Según un informe de la OMS del 2012, las cardiopatías son el factor número uno de causa de muerte en el mundo y están muy ligadas a nuestra alimentación. También se ha comprobado que la diabetes, el cáncer y las enfermedades degenerativas como el Parkinson, el Alzheimer, entre otras, tienen mucha relación al tipo de vida que llevamos y los hábitos alimentarios.
La obesidad también es una amenaza que aumenta. La misma organización mundial de la salud advirtió en 2014 que hay 44 millones de niños menores de 5 años con sobrepeso en el mundo (en 1990 eran 30 millones). Los hábitos alimentarios están ligados a nuestras emociones, a nuestra cultura, a nuestro sentido de pertenencia, por eso es tan difícil de revertir este tipo de costumbres. Están asociados a nuestra historia familiar y cultural. Sólo la inminencia o amenaza de un problema de salud nos lleva a enfrentar un cambio.
Giselle Rodríguez es docente y diseñadora de calzado y no se sentía bien con su sobrepeso. Un día, mirando un programa de televisión sobre temas de salud, decidió enfrentar su problema y cambiar su dieta. Acudió a una especialista y en su casa todos empezaron a comer diferente. "Antes, los productos industrializados ocupaban el 90% de mi dieta., sobre todo carnes, lácteos y harinas blancas. La rutina vertiginosa en la que estamos sumergidos nos lleva a comer lo más práctico. Ahora, el 90% de mi dieta son frutas, verduras (mayoritariamente crudas), semillas, cereales, huevos, y agua", explica.